LA NOCHE QUE MIRAMOS HACIA ARRIBA

Hace setenta años, por el cielo de Montevideo cruzó el Graf Zeppelin

El Graf Zeppelin, impulsado por varios motores y carga de gas, que sumaban 2.650 caballos de fuerza y que servían para impulsar su peso de cien toneladas, había ingresado por el norte de nuestro país procedente de Brasil, sobre las cinco y media de la tarde. Alrededor de las 22 y 30 horas se comunicaría, en idioma inglés, con la Estación Telegráfica del Cerrito, para avisar que una hora después estaría sobrevolando Montevideo. Miles de habitantes de los barrios Sur, Centro y Ciudad Vieja se volcaron a las calles, en la gélida noche, para observar con ojos de asombro el paso de «un gigante plateado con forma de habano» al decir de una crónica de la época.

Algunos testigos, han recordado que esa noche hacía mucho frío, había luna llena y el cielo estaba despejado. Muchos montevideanos se fueron apostando en diversos puntos, ocupando plazas, azoteas, balcones y diversas calles céntricas por donde se aseguraba pasaría el dirigible. Las emisoras de radio iban informando de la llegada de la nave y de esta manera intentaban orientar a la población sobre el curso que ésta haría en nuestra ciudad. Sobre la medianoche ingresó en nuestra ciudad, por primera vez, un orgullo de la Alemania nazi, el LZ 127 Graf Zeppelin.

 

Saludos varios

«Con las luces encendidas, que se filtraban por sus ventanillas, el Graf Zeppelin apareció sobre el este de la ciudad, volando a una altura de doscientos metros, siendo aplaudido por miles de montevideanos, quienes soportando el rigor del naciente invierno, no se perdían detalles de aquella presencia que parecía pintada por una fantasía», afirmaba en una crónica el publicista y periodista Raúl Barbero.

Otro testigo, pianista de cabaret, sostiene: «La gente salía de los cafés, de los teatros, de los cines, para ver a aquel gigante de color plata. Dio como unos cabezazos a manera de saludo, siguió su rumbo, en silencioso deslizamiento hacia el Cerro y luego viró hacia Buenos Aires».

Al ingresar a Montevideo, el comandante Hugo Eckener envió un saludo al entonces presidente de la República, el dictador Gabriel Terra. Desde la nave se hizo saber que los tripulantes «deploraban las dificultades técnicas, que no les permitían, por esta vez, tocar la tierra de este noble país». El presidente Terra contestó diciendo: «Al entrar al Uruguay saludo al comandante Eckener, eximio representante de la gran civilización alemana».

 

Las razones para no descender

El régimen de Adolf Hitler pretendía seguir demostrando al mundo, en su afán publicitario, sus avances tecnológicos y decidió extender los vuelos del Graf Zeppelin, iniciados en 1932, que cruzaban el Atlántico, desde Alemania a la ciudad brasileña de Recife. La idea era extenderlos hasta Río de Janeiro y Buenos Aires, transportando pasajeros y correspondencia.

Las verdaderas razones técnicas, a las que alude el comandante Eckener, se encontraban en las reservas disponibles de gas de sustentación y combustible que solamente podía ser repuesto en la ciudad de Pernambuco. En cada aterrizaje se perdía una apreciable cantidad de gas y varios aterrizajes en el Río de la Plata colocaban a la nave en precarias condiciones de seguridad, poniendo en riesgo la vida de pasajeros y tripulantes.

Algunas informaciones de la época afirman que en este vuelo llegaban a nuestras costas 115 personas, entre pasajeros y tripulantes, junto con 127 kilos de correspondencia. El cruce de Alemania a Buenos Aires se hizo en el tiempo récord de cinco días.

 

La vuelta a Montevideo

Según la prensa de la época, el Graf Zeppelin tocó suelo argentino en Campo de Mayo, y el sábado 30 de junio se elevó nuevamente para volver a cruzar el Río de la Plata. Con el mismo asombro de la noche anterior, los montevideanos se aprestaron a observar el paso de la nave, en una mañana con una ancha bendición de sol sobre la ciudad.

En su novela «La borra del café», Mario Benedetti hace narrar a uno de sus personajes, un adolescente, el paso de la nave: «Sólo en una ocasión la playa Capurro, por lo general tan despreciada, se llenó de gentes y bicicletas. Fue cuando vino el dirigible el Graf Zeppelin. Aquella suerte de butifarra plateada, inmóvil en el espacio, a todo el mundo adulto le resultó admirable, casi mágica; para nosotros en cambio era algo normal. Más aun: el estupor de los mayores nos parecía bobalicón».

Pero lo cierto era que la nave comenzó a divisarse sobre el mediodía y a las 12 y 30 horas estaba sobrevolando el Cerro a una altura, que muchos estiman en 150 metros, enfilando hacia el centro de Montevideo. Bordearía el Palacio Salvo y la Plaza Independencia, sucediendo un hecho curioso: desde la nave se arrojó sobre la Casa de Gobierno un arreglo floral dirigido a la esposa de Gabriel Terra, fallando en su intento y cayendo sobre una casa de la calle Juan Carlos Gómez.

Varios cronistas señalan que desde las azoteas muchos saludaban a los pasajeros, quienes correspondían agitando pañuelos. También manifiestan haber visto la cruz esvástica pintada en los alerones de la nave. En su recorrido sobrevoló la avenida Agraciada hasta el Palacio Legislativo, regresando al centro, enfilando hacia la zona de la Playa Ramirez, continuando hacia Pocitos, siguiendo la línea de la costa este, para desaparecer y no regresar jamás. Todo ello, se vivió, en apenas una hora.

Algunos años después, los montevideanos vivirían otra visita de la Alemania nazi: el Graf Spee, pero a esa altura ya nos encontrábamos en tiempos de guerra. *

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