Carrara y Zunino, demoliciones

Mi madre, testigo lúcida y viva de muchas décadas de la vida de este país (suficientes como para que tenga la delicadeza de no numerarlas), fue siempre adicta incesante a las reformas de las casas en que vivió. Por lo cual desde muy niños, sus hijos anduvimos con ella buscando artículos en las casas de demolición. Es claro que los menguados ingresos de mi padre (los políticos, entonces, como debiera ser siempre, vivían con lo justo y un poco menos) no le permitían incursionar en ofertas de artículos nuevos. Recuerdo ahora, por ejemplo, el día en que compró una antigua escalera de caracol de metal, que hasta hoy está en el estar de mi casa materna. Es tan hermosa que la gente no repara en que no conduce hacia ningún lado. O recuerdo, también, el día en que compró una inmensa ventana art noveau, toda cuadriculada de metal, de manera que los numerosos vidrios ocupan cada uno el tamaño de una baldosa, la que por su forma curva de base de semicírculo, queda como una preciosa ventana salida.

La recorrida por las casas de demoliciones tenía varias paradas –la casa Zunino, por ejemplo– y terminaba siempre en las dos firmas clásicas, sitas ambas en la calle Gral. Flores: Carrara y, a una cuadra, Oddone y Zunino.

Desde esa época a mí me han impresionado mucho las demoliciones. En aquellos galpones había no sólo décadas de demoler miles de casas sino que –así me lo hacía sentir mi romanticismo adolescente– los objetos traían herméticos entre su polvoriento tonelaje, sus recuerdos incluidos. La piqueta no había desarticulado sólo construcciones arquitectónicas sino testimonios y recuerdos de ámbitos, sueños, logros, fracasos, amores, engaños, ternuras y heroicidades. Del síncope final de la demolición eran testigos los objetos mudos y sobrevivientes que se catalogaban por criterios absurdamente no sentimentales a lo largo de esos depósitos, morgue de objetos con acumulados de vida cuyos relatos ya se perdían.

Me perdonarán, entonces, los responsables de Carrara y Zunino por la metáfora que sigue: durante años, cuando he visto lo que Jorge Batlle y Julio Sanguinetti han hecho con el Partido Colorado, me ha venido a la mente, y casi a los labios, esa expresión: Carrara y Zunino, demoliciones. Uno es Carrara y el otro es Zunino. Porque hay que saber mucho de dinamitar las bases esenciales, de horadar pilotes intelectuales, de acribillar valores morales, de perforar ideas liberal-progresistas, de carcomer conciencias de ciudadanos, de taladrar acumulados históricos sin par para lograr demoler al más que centenario Partido Colorado. Saber de trepanar los legados más humanistas del continente, saber de picar, cada día, los pilares con que un día armamos al país.

Yo, que le debo lo que he aprendido tanto a mi padre como a mi madre, sé por ella, sin embargo, que todo se puede reconstruir. Rescataremos muchos, probablemente, también una escalera –tal vez aquella a la que se refería Don César Batlle en su discurso a la Convención en 1942, en la que señalaba que lo importante no era el escalón, sino saber si se estaba subiendo o bajando– y con ella subiremos al cielo desde donde un día pudimos construir el único Estado del Bienestar de América Latina armado a través de la democracia, sin autoritarismos ni corporativismos, anticipándonos a las demandas de la sociedad. Día llegará en que habremos de ser nuevamente la herramienta para construir, al decir de don Pepe, «un pequeño país modelo».

Hemos de soportar en silencio, mientras tanto, a los augures de los que dan por un hecho la desaparición del Partido Colorado. Hemos de soportar, también en silencio, el desprecio que ha manifestado hacia el Partido Colorado en particular el doctor Jorge Larrañaga, quien en un verdadero gobierno batllista no calificaría ni para ministro de Aperos, Estribos y Riendas. Todo hemos de soportar, con lógica, hasta que logremos nosotros desembarazarnos de Sanguinetti y Batlle, demoliciones.

 

Sanguinetti

Así como la historia argentina registra su década «infame», previa a un sacudón en el sistema, la historia uruguaya recogerá el papel protagónico de Sanguinetti en la última década del siglo XX: nuestra década infame. Los historiadores más benévolos explicarán el excesivo acumulado de poder que se instrumentó en el Foro Batllista –y que produjo una reacción profundamente adversa de la cultura política uruguaya– en la institución de la segunda presidencia que ocupó Sanguinetti (inexistente antes en la mayoría de América Latina y todavía inexistente en México, Colombia o Costa Rica). Con igual benevolencia otros explicarán que, en realidad, esa segunda presidencia coincidió con la década que O’Donnell ha llamado «hiperpresidencialismo» (propagación en toda América del Sur del antes desconocido balotaje y reelección presidencial inmediata en Brasil, Argentina y Perú) lo que ambientó el sobrepoder presidencial, ya acrecentado en la segunda presidencia.

Fuere por lo que fuere, lo cierto es que en el Foro se anudaron poderes políticos fuera de control ciudadano, más intereses económicos del «establishment» dado, más intereses mediáticos superlativos, más poder ilegal. Todo lo cual termina horrible.

Cuando empezó lo advertimos. Hace doce años, cuando el Frente Amplio tenía el 21% de los votos, escribimos («Por qué crece Tabaré Vázquez», LA REPUBLICA, 8 de junio de 1992): «Si las dirigencias de los partidos históricos continúan asumiendo la defensa de una ‘cultura’ política caduca –si siguen internalizando sus peores defectos– entonces serán derrotadas por quien bien o mal, con justicia o injusticia, asuma la imagen del antisistema. Aunque a la postre no lo fuera. Es lo que comienza a pasar.»

No era difícil de percibir, que la resurrección de la política personalista –Sanguinetti-Batlle–iba a desmantelar el funcionamiento del Partido Colorado e iba a producir la parálisis y la crisis. También lo advertimos («Por qué se cae el sistema», LA REPUBLICA, 20 de junio de 1992): «Desde ya que, además, los partidos funcionaban entonces otorgándole derechos fundamentales a las bases populares, sustanciándose así la vacuna anticupular en los mismos (…)».

 

Batlle Ibáñez

Lo de Batlle Ibáñez es de locos. Basta tomar algunas semanas y ver lo que hace para darse cuenta que si acaso el Partido Colorado le sobrevive es porque es de naturaleza inmortal. No va a votar a las elecciones internas porque el Presidente debe estar por encima de los partidos. Luego se pone como candidato al Senado de un ala del partido (¿?).

Propone como candidato a Stirling y luego declara en República Dominicana que el Partido Colorado no tiene candidato, al punto que le ofrece el puesto a la periodista. Peggy Cabral, gracias a Dios, no aceptó.

Le viene un arrebato y le saca de un manotón –a lo africano– el micrófono a un periodista argentino que le preguntaba sobre la eventual contaminación del Río Uruguay y le dice qué le importa al periodista si es un problema para sus nietos. En clave batllista es gravísimo. Nos hemos educado con aquella frase de Batlle y Ordóñez: «Nuestra obra es para nosotros y para nuestros adversarios, para nuestros hijos y para los hijos de nuestros adversarios». En ningún lugar decía que, además, era contra nuestros nietos y contra los nietos de nuestros adversarios.

Luego declara que estos ministros que le gustan a él –Opus, con campo, etc.– son el equivalente de los «jóvenes turcos» de Luis Batlle: Zelmar, Maneco, Teófilo Collazo, etc.. ¡No! Yo era joven pero los conocí a aquéllos. ¡No hay derecho! En todo caso, ahora, en lugar de jóvenes «turcos», jóvenes «tucos», por la c
antidad de zanahorias.

Como hay que matar a Atchugarry (pecado mortal: se dice que tiene apoyo de opinión pública propia) lo dejan afuera de todo. Pero como durante un año dijeron que Atchugarry había salvado la situación, ahora se levanta a Alfie hasta las nubes (no hizo otra cosa que seguir con el piloto automático), va de suplente de Batlle al Senado, le hacen un homenaje y –visto el crecimiento de la capacidad de ahorro de los uruguayos– le regalan … una chanchita de ahorros. Muy fuerte.

A modo de Posdata: Madre, si me estás leyendo, al partido que seguís desde 1915, por el que han sido legisladores tu padre, tu esposo y tu hijo, no te preocupes, le vamos a construir, después de esta locura, una nueva ventana tan linda como aquella que compramos en una casa de demolición juntos hace 35 años y por la que mirás el mundo todos los días. Simplemente, mantené tu buena salud y no me faltes antes. *

(*) Profesor de historia, ex senador del Partido Colorado

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