CRONICAS COTIDIANAS QUE MUESTRAN LA OTRA CARA DE LA PENINSULA

Mujeres de mar y pescadoras de Punta del Este, la puerta de agua uruguaya

Millones de gentes y dólares en verano, pocos miles de personas y pesos en invierno. En esta punta conviven ricos, famosos, empleados y extranjeros con los nativos. Los nativos saben acompañar la explosión de la fiesta del turismo internacional y su frivolidad, su magia y su mundo exclusivo y exclu- yente, mientras guardan dentro la humildad de lo que el mar y el invierno les ha enseñado.

 

Mujeres del mar, pescadoras con los ojos color verdeazulado

María y Yolanda son mujeres de mar. Nacieron aquí. Aquí crecieron y van a morir. Sus parejas y sus hijos son de aquí. Ambas hablan pausado y miran de frente y a lo lejos. Hablan mirando el horizonte y cuentan sus historias de vida entregadas y adorando su tierra y su mar. Son mujeres duras y suaves, patrona de embarcaciones la una y poeta la otra. Son mujeres profundas, templadas con el carácter del mar. Y cuentan, a quien les pida que le cuenten, historias de aguas saladas, de paz y coraje, de sabiduría y peligro, de comunión con la naturaleza.

 

«Según el viento…»

Península, Puerto.

Yolanda Clavijo Enrique, 74 años. Patrona de barcos y poetisa.

«Mi madre nació acá, mis tíos… Mis abuelos vinieron recién casados, compraron a dos cuadras del faro y ahí nos criamos todos… Yo fui acá a la escuela y me casé con un chico de acá también, que ya falleció. Tengo hijos mayores ya, dos trabajan de patrones de remolcadores: de Ancap y del deportivo Sol y río».

Yolanda o Betty, como la conocen todos por la zona, es dueña de una empresa marítima. Tiene dos lanchas que cruzan a la isla Gorriti y hacen cruceros. «Trabajamos en verano y vivimos como podemos en invierno», resume.

La cantidad de personas que se puede transportar por día oscila entre menos de 100 y más de 300. En total hay cuatro empresas para la temporada que atienden este servicio; cada una pone una embarcación y se reparten los turistas entre todas. El personal empleado por Yolanda es un patrón y un marinero para las embarcaciones, más la cajera a la que pagan entre todos para que venda los boletos a los viajeros.

Es el Ministerio de Transporte Pluvial y Marítimo el que otorga las líneas; afirma Yolanda: «Pero con las líneas, las obligaciones, nos obligan a estar todo el año, pero en invierno no hay nada, igual tenés al patrón, al marinero, pagás caja; o sea que lo que hacés en verano es para pagar y vivir todo el año». Antes, el negocio era rentable, «pero ahora son muchísimos los que piden la línea, van al Ministerio de Turismo, la piden y se la dan… Después se dan cuenta de que no es así nomás, que está el invierno, que las lanchas se rompen y es muy caro mantenerlas… piensan que es un gran negocio y te hacés rico con esto pero no es así».

Fue Yolanda la primera que obtuvo la línea hacia Gorriti, décadas atrás. Era una mujer entre hombres; hombres de mar, además. «Me costó muchísimo imponerme, fui la primera en tener la línea, me moví más rápido que ellos. Después la obtuvieron otras familias pero me costó muchísimo», dice con orgullo mientras se toca los ojos para ilustrar dolores y llanto.

Del puerto a isla Gorriti hay 1.600 metros, para llegar, a ritmo de paseo, se demora entre 12 y 15 minutos, según el viento. Las lanchas parten cada media hora, en las horas en punto y en las medias horas, desde las 9.

Afirma: «(Al principio) yo hacía la administración y mi marido era el patrón (el que manejaba la embarcación). A él le decían Barril, su nombre verdadero era Diotismo Silvera», ríe y añora Yolanda. Barril era muy conocido en la zona, un nativo, como ella. El entierro de Barril fue muy atípico, «tipo vikingo, con tamboriles en las lanchas porque él quiso que le tiraran los restos desde las lanchas al mar, aquí en este lugar, y lo hicimos. Un matrimonio chileno que estaba en el puerto ese día preguntó qué era eso y cuando le dijeron que era un entierro, el hombre y la mujer preguntaron si éramos vikingos… (ríe) No, es que a él le encantaba andar en los lugares que tuvieran tambor y tomar».

 

«De acá nadie quiere irse»

Es imposible saber cuántas personas viven en Punta del Este y San Rafael realmente, todo el año. «Sólo argentinos, hay radicados más de 3 mil. Ellos se vinieron cuando el tiempo de los problemas; los maridos iban a trabajar y ellas quedaban acá». Así nacieron muchos, cientos de niños, hoy puntaesteños. «La escuela número 5 (pública) está llena de argentinos y en las escuelas privadas hay una cantidad enorme. Se crían muchísimos acá y claro, después no quieren irse, de acá nadie quiere irse, no hay lugares más lindos».

Al puerto, puerta al mundo de Uruguay, llega todo tipo de personas. Yolanda, como los demás nativos puntaesteños, habla con orgullo, en primera persona y sin falsas modestias. Se sabe privilegiada por la vida, pero también sabe abrirse y recibir en su ciudad al mundo y sabe, que, como al mar, ella lo necesita.

En Punta del Este el ritmo de vida demora lo que demora el viento. Puede arrasar todo en un instante. Puede dejar todo en la quietud más quieta. *

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