PROHIBIDO PARA NOSTALGICOS

El cabaret del Buceo

En los viejos boliches contaban historias de ese enigmático sitio. Un parroquiano decía que «le había dicho alguien que conocía a un cajetilla que era habitué a ese cabaret. Lo cierto que ninguno de ellos había pisado ni pisaría al llamado Cabaret de la Muerte. Se trataba de un sitio de copas carísimas y un ambiente entre aristocrático y señorial. Por los años 30, ese nombre se vinculaba a misterios e historias de refinados vicios. Se ubicaba en la curva del Buceo, atrás de un enorme predio lleno de mausoleos. Por ese tiempo el camposanto del Buceo, en su parte trasera, estaba abierto y apenas algún tejido marcaba sus límites. Esa ubicación fue el origen del nombre con que era conocido ese linajudo cabaret. Su dueño fue un italiano con dinero que había traído la idea luego de visitar los cabarets de Montparnasse en sus viajes habituales a París. Ese tano también era dueño del Royal donde había traído a cantar al ídolo Carlos Gardel. Sus amigos de bohemia lo estimularon a levantar un sitio como esos que tanto lo impresionaron en el barrio más liberal de París. Lo llamó El Morisco, aunque todos le decían El Cabaret de la Muerte por la zona donde estaba ubicado. Por su época, compartió con Armenonville de Maroñas el privilegio de ser favorito entre unos clientes de mucha plata, ilustres apellidos y una desenfrenada vocación por los más refinados vicios. La construcción, que hoy se mantiene en el Museo Oceanográfico, fue siguiendo un modelo de arquitectura árabe. En la profunda noche, mientras el Buceo dormía, El Morisco empezaba a moverse bien alejado de las miradas indiscretas. Lujosos coches se detenían en su labrada y enorme puerta de ingreso. Un par de porteros vestidos con turbantes y atuendos de «las mil y una noches» recibían a los clientes que entraban silenciosos y por ahora sobrios. En su interior, las mesitas rodeaban una ovalada pista que tenía al fondo el pequeño escenario donde tocaba la orquesta. Muchas cortinas a los costados ocultaban otras mesas donde estaban los clientes más selectos que eran personajes conocidos por sus «gustos diferentes». Se bebía champagne aunque se rumoreaba que en las penumbras era habitual el pernot y hasta algún esporádico ajenjo. Como en Armenonville las mujeres profesionales eran de gran belleza y había muchas francesitas. La música era el jazz aunque aparecían guitarras y un bandoneón cuando llegaba a la sordina alguna estrella tanguera como cliente. Se buscaba la compañía femenina y también la del mismo sexo entre las mesas atrás de las cortinas.

En ese cabaret trabajó en una época Santiago Luz con su clarinete y contaba que para subir al escenario lo obligaban a ponerse un frac. Entre sus penumbras se decía que aparecían unas «féminas» de aspecto sospechoso que de día se vestían con traje cruzado y sombrero de gacho. Fue un secreto a voces el caso de un caballero cliente que era muy conocido en el selecto Jockey Club. Todo terminó cuando unas familias conservadoras y con influencias presionaron a las autoridades y El Morisco tuvo que cerrar. Así nació la leyenda del Cabaret de la Muerte, en la curva del Buceo.

Con más recuerdos y música los esperamos en la 1410 AM LIBRE.

COORDINACION – ANGEL LUIS GRENE

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