PROHIBIDO PARA NOSTALGICOS

Tablado de Barrio

La botijada y las chiquilinas salían casa por casa con una lata a llenarla de vintenes. Los más veteranos visitaban las barracas pidiendo algunos tablones. Tampoco se salvaban de esa manga colectiva los gallegos de los almacenes que nos daban los enormes tanques de querosén y las barricas indispensables para sostener los saltos de los arlequines, colombinas y murguistas que cantaban con la boca de costado.

Con los manguitos recaudados, «la comisión de la guita», como le decían, compraba muchas bombitas que pintadas con esmaltes adquiridos en La Platense se transformarían en farolitos de colores. También se compraban cañitas voladoras o alquilaríamos una potente sirena para anunciar a la barriada cuando llegaban las comparsas. Si lo recaudado fue abundante y sobraban algunos pesos, entonces los vecinos se daban el lujo de contratar a un decorador carnavelesco y la cuadra podía tener «un tablado alegórico».

Ese tipo de escenarios competían por un premio del Municipio de Montevideo. Se había creado la Comisión Municipal de Fiestas que tenía una pequeña oficina a la vuelta del Solís con un tribunal calificador integrado por personalidades como Juan Carlos Patrón, Adolfo Dacne, Daniel Cleffi y Víctor Soliño. Un par de veces lo integró el querido Paco Espínola que amaba profundamente todo lo popular.

Los enormes muñecos de esos tablados alegóricos satirizaban hechos del acontecer ciudadano. Satirizaban a unos políticos corruptos, gordos, de galera y con los bolsillos del chaleco llenos de platita. Mostraban a Juan Pueblo riéndose del «pacto del chinchulín». Abundaban las escenas camperas con gauchos y chinitas bailando el pericón mientras un estanciero dormía agarrado a una enorme damajuana de vino. Con los triunfos celestes aparecieron las figuras de los ídolos futboleros. El más reiterado fue «la maravilla negra» Leandro Andrade, vestido de frac y rodeado de enamoradas francesitas. Luego fue «el negro jefe», Obdulio Varela, con la pelota abajo del brazo enmudeciendo a todo el Brasil.

Ya sea con sólo unos tablones y una chapa atrás o los espectaculares tablados alegóricos, lo cierto es que por mediados del viejo siglo llegaron a existir más de 100 tablados barriales repartidos en toda la ciudad. La «digna comisión», a la que siempre los conjuntos dedicaban sus retiradas, era la que premiaba a las agrupaciones más exitosas entre los vecinos. Los hacían venir asiduamente y al final del Carnaval les daban unos pesitos por sus presentaciones. Por esos entrañables tablados esquineros desfilaban las más de 15 distintas categorías donde las estrellas fueron las mágicas troupes, seguidas por las delirantes murgas con integrantes de cabezas rapadas o desparejos mechones y las numerosas sociedades nativistas como la mítica «Juan Cruz Tranquera y los suyos».

Durante todo el Carnaval, el tablado, que era gratuito, se mantenía con la venta de tortas y budines de las abuelas y las ingeniosas rifas que abarcaban hasta un hermoso canario flauta que todos querían para tener su jaulita colgada del zaguán.

Con más recuerdos y música los esperamos en la 1410 AM LIBRE.

Coordinación: ANGEL LUIS GRENE

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