En carne propia. Guillermo Lockhart: "Creo que alucinar en conjunto es imposible"

"Las historias de ‘Voces Anónimas’ generan una especie de masoquismo"

Guillermo Lockhart tiene 31 años. Es conductor y director -junto a Daniel Savio- de «Voces Anónimas». El programa surgió en Canal 12 a fines de 2004, y pocas semanas atrás comenzó su segundo ciclo.

 

De modelo a conductor

–¿Qué hiciste antes de «Voces Anónimas»?

–En televisión «Cuatro Estaciones» (Canal 5) y «Estilo» (Canal 10). Por diversas situaciones tuve que dejar ese canal y presentar el proyecto de «Voces Anónimas» en el 12. De modelo trabajé muy poco. Salvo algunos comerciales, que pueden ser buenos para mí, ya casi no estoy haciendo nada.

 

-¿Cómo es pasar de laburar de modelo, o de un programa como «Estilo», que tiene el estigma de la frivolidad, a «Voces Anónimas»?

–Empezamos a trabajar desde fines de 2004 y, por suerte, cuando llegó la hora de salir al aire, ya teníamos muchas horas de rodaje en los barrios. Toda mi vida crecí averiguando sobre esto, porque al tener una familia del interior que tiene campo, crecí participando de charlas de fogón, escuchando todo este tipo de historias. Siempre mi interés estuvo metido en ellas.

Obviamente, lo que sí es difícil es la hora de la comunicación, porque por ahí se te conoce por un perfil medio superficial y no creen que puedas llegar a meterte en la historia de un barrio.

 

–¿Cómo surgen las historias?

–Algunas son populares en el mundo entero. Muchas leyendas urbanas nacen a través de Jan Harold Brunvand, que es un norteamericano que se dedicó a investigar. En su libro «El fantástico mundo de las leyendas urbanas» se inspiró, justamente, la película «Leyendas urbanas». Son historias muy cortitas, pero muy populares, que involucran miedos de las sociedades como el sida y otros más.

Muchas leyendas que se conocen surgieron por el estudio de Brunvand y después se propagan por el mundo entero. Al investigar cada lugar del mundo en donde te metas, cada pueblito, vas a encontrar un universo de historias y leyendas. No sólo eso: hay casos como el de «La llorona», que es una historia que se vio en el primer ciclo, que se conoce en el Uruguay, tanto en el Parque Rivera como en Salto, Rocha, Durazno o la cancha de Rampla.

 

Cien por ciento original

–¿De dónde tomaste la idea del programa?

–Siempre me gustó poder hacer un programa que a mí me gustara, era lo primero. Cómo plantearlo era muy difícil, porque las referencias que hay son muy documentales. No hay programas con esta idea puntual.

Dentro de Uruguay hubo programas que hablaron del tema de las apariciones, pero no hay muchas referencias. El primer ciclo quizás tenía demasiado documental y muy poca recreación, casi nada. Pero se fue corrigiendo el formato, se fue poniendo más dinámico, se fueron trabajando las idas a tanda con expectativa, se fueron usando recursos. Fue como un termómetro. En este segundo ciclo ya arrancamos con los pies más en la tierra, guiándonos un poco por los temas que la gente eligió.

 

–Hablame un poco de cómo es el tema de las recreaciones.

–En el primer ciclo el programa tuvo mucho documental. Dentro de los casos históricos que registramos había mucho testimonio, pero para las historias en que no había tantos datos empezamos a recrear, y nos dimos cuenta de que eran las que más le llegaban a la gente. Es el caso de «La llorona» o de «Desaparecidos en la ruta». Nos gustó esa mezcla de documental y ficción; cómo la banda de sonido y las imágenes podían llegar a atrapar a la gente, como si fuera casi una película. Las personas sienten que eso que pasó es verídico.

Entonces, en este segundo ciclo optamos por contratar a una pareja de maquilladores, Roberto Parada y Sandra Ríos, que trabajan para el exterior y son muy buenos. Usan maquillajes de látex, prótesis. Lo acompañamos con efectos, actores y bandas de sonido originales, que es lo que se está viendo ahora.

 

En carne propia

–¿Vos creés en esas historias o, como la gran mayoría, pensás que no es posible?

–Hay casos que pueden cuestionarse más que otros. Si uno empieza a cuestionarse la historia, por ahí puede encontrar muchas explicaciones que no son tan creíbles, pero cuando ves cómo la vive la gente… Yo creo que cuando las cuentan, las cuentan como verdaderas. Ni las creo ni no las creo. Es más: aunque tenga elementos para creer, igual trato de dejar la puerta abierta. Pero me ha pasado, al estar investigando en el lugar de los hechos, que me pase lo que dicen que pasa en la leyenda. La gente pregunta si nos suceden cosas y, justamente, el último programa se va a llamar «Creer o reventar». Se trata de eso.

Nosotros contamos lo que nos pasa, después cada uno… Lo mismo que hace la gente. Recibimos las historias, las llevamos a la televisión y después cada uno cree o no. Hay gente que es escéptica, pero mira el programa y le encanta, porque dice que más allá de que no crea, se siente atrapada por la temática.

 

–¿Antes del ciclo te pasó alguna experiencia que puedas relacionar con alguna leyenda o mito?

–Sí, venía por la ruta 8 con cuatro personas de hacer una entrevista en Cerro Largo para «Cuatro Estaciones». Todavía no estaba ni siquiera pensando en hacer «Voces».

Veníamos hablando de cualquier cosa, escuchando música y en eso veo, en el medio de la ruta, un tipo todo de negro, arrodillado de espaldas a mi auto, pero de golpe apareció y no me dio tiempo a frenar. Me dio la impresión de que le tendría que haber pasado por encima con mi auto. Atrás venía un ómnibus de las empresas turísticas. Frenó y el chofer me dijo: «Loco, vos lo esquivaste, pero yo le tendría que haber arrancado la cabeza con mi espejo». Bajamos y no había nadie. Creo que alucinar en conjunto es imposible.

 

–Para alguien fanático de este tipo de cosas, ¿tener experiencias es lo mejor que te puede pasar?

–Sí, totalmente, me genera interés, misterio. Es una especie de masoquismo. Te metés a grabar en una casa abandonada, tengo un cagazo terrible, pero te está gustando. Me encanta sentir esa adrenalina. En realidad, no sé si entra en juego creer o no, pero hay una energía especial cuando sabes que hay una historia. Te hace vivir el lugar de una manera diferente; eso existe, eso te lo puedo asegurar. Y me encanta.

No trato de saber si hay algo más allá de la vida, porque creo que la vida es vivir el día a día, el presente; ya llegará nuestro momento. Nos vamos a ir todos. No quiero quedarme pensando en lo que va ocurrir después de vivir la vida, y mientras olvidarme de vivirla.

 

LA CIUDAD DE LOS MUERTOS

–¿Cuál fue la historia que más te impresionó?

–Me impresionó mucho poder ir a las catacumbas de París, programa que todavía no se emitió. Pocos saben que debajo hay una ciudad paralela de 300 kilómetros de túneles. Son las catacumbas de París, a las que llaman la Ciudad de los Muertos. Están construidas y tapizadas –es raro decirlo– con restos de seis millones de personas. Son túneles pequeños y a ratos son medio claustrofóbicos. Vas caminando y ves los huesos. Si te ponés a pensar que cada hueso y cada cráneo tienen su historia, te remueve mucho. Hay sólo una parte habilitada: mucha gente murió ahí adentro, porque bajó a recorrerlas y como no hay mapas precisos, nunca encontró la salida.

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