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EL VIOLÍN DE BECHO

Bohemio y muy tímido cuando los aplausos coronaban su arte. Así fue Carlos Eismendi, nacido en Lascano, conocido como Becho el violinista. Recién llegado a Montevideo comenzó a trillar la noche de los cafés y clubes donde la música acompañaba a los parroquianos sin sueño. Su delgada silueta se hizo popular por la zona de la Plaza Cagancha. Bajaba la escalerita de Cuareim casi 18 y en Teluria sonaba su violín la mayoría de las veces sin cobrar pero feliz porque lo rodeaban sus íntimos amigos. Tocaba valses y una versión antológica de la Cumparsita, de Mattos Rodríguez sobre quien decía con orgullo que «también le decían Becho». Los habitués del Bar de la Onda muy pronto conocieron a ese muchacho que mientras afuera amanecía entraba con su estuche de violín atado con una piola para que no se abriera. Pedía un enorme café con leche y aguardaba a que llegara alguno de sus amigos para conversar muy bajito. También visitaba El Sorocabana de Cagancha, acompañado del pianista salteño Lamarque Pons que fue su compañero para tocar en aquellos bastiones de la noche montevideana. A su mesa llegaba un muchacho peinado con gomina, de profesión locutor en El Espectador y cantor por vocación, llamado Alfredo Zitarrosa, que se hizo íntimo de Becho. Luego entró al Sodre y entre sus compañeros muy pronto se hizo famoso por su talento con el violín y también por ser protagonista de increíbles anécdotas por ser muy distraído. Una vez trajo su carpeta de partituras vacía pues las olvidó en la pensión y ante el asombro del director tocó de memoria en un importante ensayo en presencia del ministro de Cultura de la época. Vivió muchos años en la Ciudad Vieja en las más pintorescas pensiones y hoteles económicos. Amaba esa zona de Montevideo y cuando durante largo tiempo estuvo en una pequeña pensión de Reconquista casi Ciudadela, fue asiduo visitante de los sábados de «Fun Fun» a los fondos del viejo Mercado. Unos guitarristas que acompañaban a los ocasionales cantores le pedían a Becho que se uniera con su violín. Y el muchacho, aunque ya era una figura en el Sodre, no ponía reparo y tocaban temas para el recuerdo. Las autoridades de la reciente Revolución Cubana lo llamaron a la isla para que tocara en la Sinfónica Nacional integrada por lo mejor de toda América. Luego, movido por su bohemia, se fue a Alemania donde ganó el primer lugar en un concurso de violinistas donde participaron más de 200 músicos europeos.

Llega de Europa y vuelve a ocupar su puesto de violinista en la Orquesta del Sodre. Su vida personal se desarrolla viviendo entre Rocha y su querida Ciudad Vieja donde reside en una antiquísima casona que continuamente es visitada por sus amistades. La mayoría son artistas muy jóvenes como Zitarrosa que retoma su amistad que había nacido años atrás en el Sorocabana e la Plaza Cagancha. También se lo ve muy seguido en el Bar Castro, de Mercedes y Andes, frente al Estudio Auditorio del Sodre, acompañado del maestro Hugo Balzo.

Cuenta la leyenda que Alfredo Zitarrosa en sus habituales visitas siempre escuchaba una melodía que Becho improvisaba en su violín. Un día, vuelve con la novedad de unos versos para esa música tan hermosa. Esa letra en un principio no le gustó a Becho y Alfredo la reforma haciéndola más poética para no herir la natural modestia del genial violinista. «Becho toca el violín en la orquesta, cara de chiquilín sin maestra…». Con más recuerdos y música los esperamos en la 30, Radio Nacional.

COORDINACION: ANGEL LUIS GRENE

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