Cerrando webs

Es cierto que tanto en mi país como en el resto la piratería es un auténtico problema para la industria audiovisual y es importante reconocerlo para, partiendo de ahí, intentar encontrar puntos de entendimiento. Pero a día de hoy estamos lejos de las soluciones.

La industria del cine ha logrado en mayor medida enfrentarse al problema de la piratería con soluciones creativas que empiezan a dar resultados positivos. Sin ir más lejos, el cine en 3D, donde un usuario y un ordenador no pueden sustituir la experiencia que se logra acudiendo a ver espectaculares películas de estreno en 3D como, por ejemplo, “Avatar”, record de taquilla en los últimos tiempos facturando 77 millones de dólares en su primer fin de semana. El resultado es un menor sufrimiento del sector del cine ante las descargas.

Distinto es el caso de la mal llamada industria discográfica -el disco ha pasado al recuerdo, deberíamos llamarla simplemente “industria musical”-. Este sector sufre en sus carnes el descenso catastrófico de las ventas de música física. En el año 2003 la facturación del sector en España era de 413 millones de Euros y en 2009 apenas se alcanzaron los 250 millones. Ocurre lo mismo en otros tantos países.

Aún así, las grandes multinacionales del disco -Sony, Universal, Emi y Warner, conocidas como las “majors”- se muestran incapaces de adaptarse a la tecnología, de aliarse con ella y de abandonar definitivamente un soporte obsoleto, el CD, cuyas ventas caen en picado y que ni siquiera conserva el viejo glamour que aún tienen hoy en día los discos de vinilo y que los convierte en codiciados objetos de colección.

Estas dos grandes industrias de contenidos afrontan de manera diferente el fenómeno de Internet, pero ambas se resisten a la llegada de la tecnología y de nuevos hábitos sociales de consumo. Señores, hay que adaptarse.

Ambos sectores, estos últimos años, han puesto en práctica la “sana costumbre” de enfrentarse e incluso demandar en los tribunales a los que deberían ser sus usuarios y clientes. Son acciones esporádicas, que todos tenemos en mente y saltan a primer plano en los medios de comunicación. Estas acciones desproporcionadas y absurdas se convierten, así, en un caldo de cultivo ideal para avivar un enfrentamiento social.

Por mi parte, contemplo el cierre de páginas web como si de un brindis al sol se tratara, un pago de rédito político, una manera de acallar la voz de artistas y creadores, en vez de dedicar esos esfuerzos a buscar alternativas lógicas, a precios razonables para un consumo cultural responsable que incluya al autor. El escenario seguirá siendo el mismo: ¿Han cerrado una página de descargas? Bueno, para descargar usaré la búsqueda de programas como Emule o Ares, entre otros. Esta medida no sirve de nada.

No se puede criminalizar preventivamente a un enorme porcentaje de la población, millones de internautas, y tampoco tiene sentido aplicar a Internet un tratamiento especial sobre un derecho fundamental, la libertad de expresión, que siempre y en todo caso debería prevalecer.

En medio de este embrollo me atrevo a vislumbrar maniobras engañosas de determinadas asociaciones, artistas y empresas privadas que justifican sus fracasos creadores en los últimos años alegando un consumo irregular de sus obras, sin pararse a reconocer algo obvio: los tiempos han cambiado y hay que adaptarse. A lo lejos se deja entrever  movimientos de lobbies que presionan para obtener subvenciones y ayudas, con la excusa de la ayuda a la creación artística y la piratería.

El autor debe estar protegido, correcto. Busquemos y encontremos el punto. Pero siempre sin olvidar que el internauta también.

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