Estudio de Udelar. De 18 muestras examinadas, todas estaban modificadas

Polenta transgénica: un plato  que suele estar en nuestra mesa

Una tesis realizada para la Licenciatura en Biología de la Facultad de Ciencias estudió el ADN de 18 muestras de harina de maíz (la popular polenta) proporcionadas por el Laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo, y descubrió que todas estaban elaboradas, al menos en parte, con cereal modificado genéticamente.

El análisis constató la presencia de las dos variedades de maíz modificado que se permiten en nuestro país: el MON810 y el BT11. El primero fue detectado en 13 de las muestras y el segundo en 14 (sólo MON810 en 4, solo BT11 en 5 y mezclas de ambos en 9). El otro producto de este tipo que se permite en Uruguay es la soja RR.

 

Sin aviso

La tesis, llevada a cabo por Martín Fernández Campos y aprobada este año con nota 11, concluye que, dados los resultados encontrados, «es de esperar que muchos alimentos elaborados a base de maíz como galletas, pan, aceites, raciones animales, entre muchos otros» también tengan entre sus ingredientes el cereal modificado. Como se señala en el trabajo, titulado «Análisis de Transgénesis mediante PCR de 20 polentas que se encuentran a la venta en el Mercado Uruguayo», ninguno de los productos que usan el MON810 y el BT11 posee etiquetas que informen al consumidor de su presencia (ver recuadro).

De acuerdo a la investigación, en nuestro país el maíz transgénico ocupa casi el 90% del área total sembrada, mientras que la soja modificada engloba prácticamente el 100%. El área que ocupaban esos cultivos en la zafra 2009-2010 fue, aproximadamente, de 800 mil hectáreas.

Uruguay está noveno a nivel mundial y cuarto a nivel sudamericano por su superficie de siembra de transgénicos, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones en Agro-Biotecnología.

 

Conejillos de Indias

El profesor adjunto de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias, Claudio Martínez Debat, quien fue el tutor de la tesis, explicó a LA REPUBLICA que las muestras fueron estudiadas en 2008 y llegaron sin identificación, por lo que no se sabe a cuántas marcas pertenecían. En total se trabajó con 20, pero se logró obtener ADN analizable de 18.

El especialista dijo que por día comemos más de 10 gramos de ADN puro, dentro del que hay que contar al modificado. «Hasta ahora» no se han comprobado efectos adversos a corto plazo, salvo algún caso aislado de alergia, pero «a largo plazo no se sabe». Por ejemplo, podría existir la probabilidad de que se produzca una inserción del material genético al organismo del comensal y los posibles resultados de ello permanecen oscuros. «Todos somos conejillos de Indias», resumió.

Martínez Debat informó que a nivel mundial se investiga «poco o nada» sobre las posibles consecuencias que podría acarrear el consumo de este tipo de alimentos. «No hay interés, en parte por la presión de las empresas multinacionales del rubro y también porque para los gobiernos el tema no es prioridad», agregó. Por otro lado, subrayó que muchas veces se parte de la base de que un vegetal transgénico y otro que no lo es son iguales, pero «no está probado» científicamente.

El especialista hizo hincapié en que, en el caso del maíz, se da un flujo genético entre el modificado y el orgánico. «Esto cuestiona la coexistencia entre ambos y las distancia estipulada (250 metros) no se cumple o es insuficiente», sentenció.

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