"Cuento de invierno"

Así como en «Tito Andrónico» las violaciones y homicidios sucedían sin un grito, esta comedia adopta un análogo tono neutro; y en ambas puestas en escena fueron notorias la falta de todo ritmo, una trabajosa sucesión de las escenas, que se arman descuidadamente y se resuelven sin puntillazo final. Como consecuencia, «Cuento de invierno» ofrece infinidad de tiempos muertos, cuyo inevitable efecto es aburrir al espectador con un empaque y una solemnidad que ninguna comedia puede tolerar.

Finalizado este «Cuento de invierno» (que debió traducirse «El cuento del invierno») personas inteligentes y sinceras nos dijeron que, en realidad, no les gusta Shakespeare; si Shakesepare fuera lo que se presenta en el Solís, tendrían razón. Y tienen también razón, si esto fuere Shakespeare, quienes dicen que el público no gusta del «teatro serio». No bien el «teatro serio» es mal presentado, su fracaso es tan inevitable como el rechazo del público. ¡Cuántos «Galileio Galilei» difaman a Brecht, cuántos jardines de los cerezos alejan de Chejov, cuantos tranvías llamados deseo desmerecen a Williams, cuántos enfermos imaginarios calumnian a Molière!

Hay que reconocer, en descargo de Levón, que la escenografía (Osvaldo Reyno) en base a arcos móviles de color rojo que se superponen y llegan casi a un ballet, es tan abstracta que, por lo menos para nosotros, no significa más que un factor de distracción, como los inútiles músicos y los celebrados «efectos especiales». Shakespeare es un artista y no un vendedor de abalorios y espejuelos. Es difícil una buena utilización del espacio con esa escenografía; pero además el movimiento de los actores en escena fue rígido, procesional, con algún absurdo no apoyado por el texto como los retozos de Leontes (Delfi Galbiati) con Polixenes (Oscar Serra) al comienzo de la obra que no tienen ni antecedentes ni consecuentes. ¿Se quiso sugerir una relación homosexual?

Shakespeare tiene en todas sus obras, tragedias, dramas y comedias, el mismo carácter, el mismo sello, la misma marca de fábrica. Velocidad vertiginosa, pero más aún irreal, de la acción, que debe estar siempre entre la realidad y el sueño; serena indiferencia acerca de todos los valores, las grandezas y las miserias; hogueras de pasión con la certeza de la mutabilidad de nuestras vidas, todo ello bajo un clima de radiante alegría que brilla sobre el abismo. Nada de esto existió en el plan general de la obra, que se limitó a un cansado suceder de escenas.

Precisamente en la interpretación encontramos la clave del error de este «Cuento de invierno». Es evidente que el director se ha desentendido, como sucedió en «Tito Andrónico» de obtener una actuación homogénea. Ha confiado por demás en su elenco. Es claro que Galbiati dice muy bien pero interpreta por su cuenta; que Serra actúa en otro plano; que Jimena Pérez parece no atreverse a hacer lo único posible, porque disonaría con la opacidad general. Pero no sucede lo mismos con Andrea Davidovics. No bien abre la boca tenemos a Shakespeare en escena. Todo cambia y sube la temperatura. Los espectadores se inclinan hacia adelante en sus asientos. Nos interesamos por lo que ocurre; pero ella se va y volvemos a la rutina de las frases frías, de los movimientos reglados, posiblemente perfectos. Un cuento demasiado invernal: Shakespeare nos llega como el sol en invierno, que ilumina sin calentar.

 

FICHA

CUENTO DE INVIERNO, de William Shakespeare, por la Comedia Nacional, con Delfi Galbiati, Jimena Pérez, Pedro Cruz, Juan Worobiov, Andrea Davidovics, Luis Martínez, Marietta Maggioli, Carolina Faux, Fernando Vannet, Rodrigo Garmendia, Gonzalo Queirós, Ricardo Couto, Germán Weinberg, Luis Musetti, Gustavo Antúnez, Yamandú Barrios Brochado, Mario Palisca, Oscar Serra, Jorge Bolani, Leandro Núñez, Florencia Zabaleta, Alvaro Pozzolo, Micaela Fernández y Felipe Badaró. Escenografía de Osvaldo Reyno, luces de Verónica Loza, vestuario de Daniel Renée López, Verónica Carriquiry, Bibiana Cabral e Inés Berdaguer, dirección de Levón. En Teatro Solís.