TALLER. "NARRARES" SIGUIO EXISTIENDO LUEGO DE LA MUERTE DE SU ALMA MATER, EL ESCRITOR MARIO LEVRERO

La sociedad  de los poetas

No vuela ni una mosca en el salón. Lapiceras en mano dudan sobre el papel en blanco. A veces la mano desciende al papel y escribe frenéticamente para descargar en palabras una idea, una imagen, una emoción, un recuerdo. Luego la vista se pierde otra vez, vaga por el salón en busca de ese adjetivo, de esa frase que acecha en alguna parte. Es la creación en pleno proceso que cada miércoles vive el grupo del taller de escritura «Narrares». Un taller que siguió a pesar del fallecimiento del escritor Mario Levrero, su alma mater. De aquel 30 de agosto hace ya siete años. El taller admite hasta 20 personas por sesión.

Aunque cada uno con sus particularidades, talleres similares inundan nuestro país, y cada noche hay un puñado de personas entregadas a esa forma de aprehender el mundo que es la escritura. Sólo en Montevideo hay más de 30 talleres de literatura. No hay edad cuando esta necesidad se hace imperiosa y pueden verse jóvenes de 19 a personas de 70 años. Muchos sienten que escribir es un acto primero para sí mismo, para conocerse mejor. Otros llegan con aspiraciones de pulir su escritura, mejorar la técnica y publicar sus textos.

Si bien editar un libro en Uruguay es algo accesible, cuando se trata de la primera vez nada es fácil. Editar un libro de entre 100 y 200 páginas con una tirada de 500 ejemplares ronda los U$S 1.000. Muchas veces si ese dinero retorna o no corre a puro riesgo del novel escritor. Otras editoriales firman contrato con el escritor y corren con todos los gastos y riesgos pero la ganancia, si el libro se vende bien, es menor para quien escribió la obra.

A veces, como en el caso del taller «Narrares», se aúnan esfuerzos y el grupo colabora para que quien lo quiera concrete el sueño de publicar su creación. «Narrares» de hecho ha publicado 11 libros de sus integrantes. En «Narrares» no se paga por ir al taller pero en otros la cuota puede llegar a los $ 1.800, incluso cuando la relación es solo por mail, sin esa energía de la comunicación personal. Cada miércoles uno de los integrantes debe traer una consigna que será el disparador para la escritura. Hoy la consigna son tres frases: «la mirada del águila», «el pez volador» y «un cartel de se vende». Esos elementos deben aparecer de alguna manera en el relato a escribir. Se dan 40 minutos y luego los relatos se leen para todos. Le tocó el turno a Álvaro y en su cuento, pleno de humor, imagina a un enano que viene a venderle «la vida de pez volador que nunca regresó al agua». El relato se comenta entre todos. «Lo principal que se mantiene en el taller es la crítica siempre constructiva, acá se sabe que todo lo que se exprese siempre será comprendido, respetado», cuenta Laura.

El taller, a diferencia de casi todos los que se ofrecen, no tiene a un maestro, un profesor, un guía. Después que falleciera Levrero, el taller siguió con una mínima coordinación de los más antiguos integrantes, pero toda opinión vale lo mismo.

Para la mayoría, el taller es un encuentro. «Yo escribía pero nunca me imaginé que podría hacerlo en grupo. Lo bueno es que el propio grupo crea una pertenencia y te duele faltar», comenta Dinhora de 65 años. «A veces salimos y seguimos charlando rato en la esquina, tiritando de frío. En esos momentos es cuando pienso que Levrero está ahí con nosotros», dice Etehefanía de 26.

Y bien puede ser, porque en el acto de escribir hay algo anónimo e inmortal.

EN NUMEROS

1.000 Dólares. Es el costo de una edición de 500 libros de 100 páginas.

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