El Congreso Cisplatino o el triunfo del posibilismo

Tal como lo recuerda «nuestro corresponsal» en esta misma edición, el 15 de julio de 1821 empezó a sesionar en Montevideo el Congreso Cisplatino.

Como el lector recordará, vencido Artigas por las tropas lusitanas y por la traición porteña, los portugueses quedaron como amos absolutos del territorio de la Provincia. No obstante, era preciso legitimar esa ocupación, de modo que la corona portuguesa promovió la convocatoria de aquella asamblea que debería resolver el futuro de la patria y que, como todos saben, votó por unanimidad la incorporación al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Vale la pena recordar los argumentos esgrimidos por algunos connotados congresistas para consumar la traición. Por ejemplo, Jerónimo Pío Bianqui expresó que hacer de esta Provincia un Estado es una cosa que parece imposible en lo político por falta de medios para sostener su independencia y gobernarse en orden y sosiego; por consiguiente, debía formar parte de otro Estado. Descartados Buenos Aires, el Entre Ríos y España por diversas razones, no queda otro recurso que la incorporación a la monarquía portuguesa bajo una Constitución liberal, lo que libraría a la Provincia de la anarquía. Francisco Llambí –secretario del Congreso– utilizó más o menos los mismos conceptos, agregando que de hecho la Provincia se hallaba en poder de las tropas portuguesas sin que hubiera modo de evitarlo. El padre Larrañaga –vicepresidente de la asamblea– por su parte expresó: «Nuestro deber nos llama a consultar los intereses públicos de la Provincia, y sólo esta consideración debe guiarnos; porque en los extremos, la salud de la Patria es la única y más poderosa ley de nuestras operaciones. Alejemos la guerra, disfrutemos de la paz y tranquilidad, que es el único sendero que debe conducirnos al bien público.»

El recuerdo de estos hechos ocurridos hace ciento ochenta años no es en vano. Demuestran la prevalencia de la tesis que sostiene que en política se hace lo que se puede, que la política es el arte de lo posible y que hay que dejar de lado la dignidad y los principios cuando la realidad lo exige. La ‘lógica de los hechos’, el ‘fait accompli’, el ‘realismo político’ se convierten así en las únicas verdades y las únicas razones para actuar. Es en nombre de esas ‘verdades’ que se cometen los peores renuncios y, como consecuencia, las peores torpezas políticas.

Algo de eso ocurrió cuando en el Club Naval se pactó con los militares una salida cojitranca al régimen dictatorial, cuyas consecuencias padecemos aun hoy en lo que tiene que ver con el esclarecimiento de los crímenes cometidos por los motineros y encubiertos por sus cómplices civiles.

Vale la pena transcribir parte de lo que el maestro Carlos Quijano escribió desde su exilio en México cuando se accedió a retomar el diálogo con los militares en el Club Naval. Dijo Quijano: «Dialogar es reconocerles una autoridad de la que carecen. Dialogar es transar. Hay que aguantar hasta que caigan, sin dejar de acosarlos. Y caerán sin duda. No tienen salida y el tiempo trabaja contra ellos. Puede que si se procede así, las penas y sufrimientos actuales se acrecienten; pero los males de toda transacción serán mayores en el mañana. Si transamos con la dictadura, seguiremos siendo sus prisioneros.» ¿No fue eso lo que ocurrió cuando el ministro Medina guardaba las citaciones judiciales a los militares requeridos en su coffre-fort? La Ley de Caducidad no fue sino un nuevo triunfo del posibilismo astutamente presentado como la única opción.

Esperemos que ese nefasto posibilismo –o realismo político– no nos conduzca a aceptar el ‘pensamiento único’ del neoliberalismo globalizado como una realidad contra la cual no es posible luchar. *

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