HACE 85 AÑOS FUE ABATIDO EL ULTIMO MATRERO, TRANSFORMADO EN UNA AUTENTICA LEYENDA

Disparen contra Martín Aquino

Nació en Canelones en 1889. Era hijo de madre soltera.

Tendría un futuro de milico de pueblo, tropero, peón rural, contrabandista o matrero. Lo fue todo –o casi todo– en el espacio de sus 28 años de vida.

Aquino tenía aspecto de indio, pelo negro y lacio, cara larga, boca regular, nariz afilada y ojos oscuros. Así lucía con 15 años, cuando se enroló en las tropas coloradas que combatían al caudillo blanco Aparicio Saravia. Corría el año 1904.

Después de su primer combate, se le asignó a tareas menores. El había nacido para la lucha y desertó del Ejército, tras robar cuatro caballos. Luego se integró a las filas blancas y hasta trabajó en la estancia de Nepomuceno Saravia, con el nombre de Simón Rondán.

Posteriormente se alistó como guardiacivil. Se rebeló contra sus superiores cuando le negaron un dinero de su sueldo. Volvió a desertar para pasar a la clandestinidad y transformarse en contrabandista.

Vivió en los montes, refugiándose en cuevas, sin órdenes ni patrones, montado sobre el lomo su moro, de cara al viento, tan libre como los pájaros.

Todo lo pinta rebelde

La leyenda abre camino

en las ruedas de fogón

y en medio de la emoción.

pasa la sombra de Aquino…

Sus hazañas enfrentando a la Policía le valieron una aureola de gallardía y romanticismo.

El joven mestizo, audaz y valiente que comisarios y milicos perseguían sin éxito, era el comentario de muchas criadas en las cocinas de las estancias y la admiración de peones y troperos.

En 1909 cargó su primera muerte, cuando en una áspera discusión mató de tres balazos a su patrón, un brasileño de nombre Andrés Ferreira.

Todo comenzó con un entredicho por unas reses ahogadas al cruzar un arroyo, que Ferreira le quiso descontar a de su salario de tropero. Aquino no lo aceptó.

Luego llegaron otras muertes, como la ocurrida en los pagos de Florida, el 20 de agosto de 1910, cuando sobre las costas del Río Santa Lucía se vio sorprendido por una patrulla y tuvo que abrirse paso a balazos. Allí mató a uno de sus perseguidores.

Y están muertos los cigarros

y están muy turbios los ojos,

pero el fogón está rojo

pasó un matrero en la voz…

Por los pasos de las sierras

siempre hay alguno esperando y está la muerte aguaitando;

y hay una cruz y una flor…

Montado en su moro, arropado en su poncho, con un amplio sombrero sobre la nuca, no se detuvo hasta cruzar la frontera, para internarse en territorio brasileño y refugiarse en una estancia.

Meses después, lo sorprendió una patrulla riograndense, en setiembre de 1911. Después de permanecer casi un año preso en Brasil, con fuertes medidas de seguridad, fue trasladado a Montevideo. Muchos curiosos se dieron cita en la Estación Central para presenciar su llegada.

Tenía 22 años y ya había comenzado a edificar su leyenda.

Trasladado a la ciudad de Minas, fue procesado por homicidio, robo y abigeato.

Se fugó de la cárcel minuana cuando cayeron las primeras sombras del 5 de julio de 1913.

Camino a la muerte

Desde ese momento, la constante de su via fue huir. También se multiplicaron los enfrentamientos con comisarios, sargentos y todos los soldados que lo perseguían.

Su pedido de captura, con foto incluida, adornaba las paredes de las comisarías de campaña.

Para muchos pobres, era un romántico aventurero que robaba a los ricos.

La traición

Y hay un querer

no ‘recular’ ni un paso

y hay una muerte

que viene a balazos

a hacerse dueña

de su corazón.

Y es muy oscura la noche

y es muy negra la traición…

y hay un coraje negro de tristeza y hay un coraje negro de dolor…

El último matrero oriental fue engañado por un infiltrado de nombre Nicodemes Olivera, que fue dado de baja por la Policía para ganarse su amistad. Aquino, criollo de ley, le ofreció su ayuda solidaria y eso le resultó fatal.

Por entonces contrabandeaba por el camino de los quileros y frecuentaba el llamado Comercio Pérez, una suerte de despacho de bebidas y de ramos generales en los límites con Brasil.

Además concurría a las reuniones partidarias de Nepomuceno Saravia en los parajes de Quiebra Yugos y dormía en la casa de un vecino de nombre Juan María Martínez.

Con dinero, buen caballo y armas, Olivera comenzó a frecuentar el rancho de Martínez, ganándose la confianza de éste y la de su compañera Regina Melgarejo.

El 5 de marzo de 1917 se estableció un estricto sistema de vigilancia. Al caer la noche, después de un fuerte aguacero, llegó la patrulla, rodeó la vivienda y comenzó a disparar.

Aquino gastó todas sus balas y destinó la última para disparársela en la frente.

La Policía esperó todo el día para entrar al rancho, porque desconfiaba que el matrero estuviera muerto.

Parte de este relato corresponde a la canción de Ruben Lena, que fue grabada por Los Olimareños en los años sesenta. *

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