ELISA

Siempre la consideré la más inteligente, la más solidaria, la más bonita, pero por sobre todas las cosas, la más sabia. De alguien como yo, con un Edipo tan desarrollado y tan fuerte, a nadie debería causarle sorpresa estas líneas. Es un orgullo para mí decir que ella era, es, mi madre por momentos, y mi mamá por siempre.

Lidiar con diez hijos (Elisa «Eli», Margarita, Luis Pedro, Isabel, Zelmar «Chicho», Cecilia, Rafael, Felipe, Graciela y Marcos), y con Zelmar, como compañero de viaje, por supuesto, no era fácil. Todo eso, y sólo eso, de por sí, debería ser digno de reconocimiento. Pero también, aunque el carisma de Zelmar, ¡quien puede dudarlo!, y la propia rebeldía de sus hijos, de los mayores antes de la dictadura y de los menores después, combatiéndola hasta el final, parecían no dejar espacio para ningún protagonismo personal, Elisa, se hizo un lugar en la vida, enfrentó las tragedias y avatares, a fuerza de coraje, por cierto, pero sobre todo, de mucha, mucha sabiduría.

Y esa sabiduría la expresó a lo largo de su existencia, fue su modo de vida, era su impronta y la destacó, por encima de todo. La sabiduría puesta de manifiesto en su vida privada, en lo cotidiano, en cada momento y también, la que demostró en toda su lucha pública. La aplicó cuando todo se desmoronó y sintió que su desgarro no tocaba fondo. Cuando en 1976, desaparecieron en Buenos Aires, Margarita de 26 años y Polo Altuna, junto a Pedrito, el hijo de ambos, secuestrados por el ejército uruguayo. Entonces dejó de llorar a Zelmar, asesinado un mes y medio antes por los mismos militares, y se dedicó a buscarlos, denodadamente, hasta que aparecieron con vida.

Su vida sí que no era fácil, en aquel terrible año 76 y trató con todas sus fuerzas de proteger a todos sus hijos. Cecilia de 19 años, con Carlos su compañero volaron a Suecia, donde tuvieron a su hija Rosarito. Chicho de 21 años con su compañera Graciela se fueron a Francia. El exilio los ponía lejos de las garras de los militares, pero para Elisa era un desgarro más. Eli de 28 años seguía presa desde 1972 y era una estaca clavada en su corazón. Isabel de 23 años, embarazada de su segundo hijo, por seguridad dejó Buenos Aires y se refugió, junto a ella, en Montevideo. Todo, todo el piso se le movía a Elisa.

En el medio de tanta locura, estaba Marcos, de tan sólo 7 años, al que había que contener en el dolor por la muerte de su padre y ocuparse también, de que entre otras cosas simples y domésticas, concurriera a la escuela. Ni hablar de las angustias económicas vividas durante aquel tiempo, ya sin Zelmar. Elisa para ello, se apoyaba en Luis Pedro, una pesada carga para quien solo tenía 25 años. Todo eso lo manejó con enorme sabiduría. Para llorar todo lo que había que llorar y seguir adelante, por los que la necesitábamos. Por supuesto que contó con la solidaridad y con ayudas, de todo tipo. Pero sin dudas, la más emblemática y a la que ella y nosotros, sus diez hijos, le hacemos un enorme reconocimiento, fue la de Dora (Aurora Tabárez). Dora fue, para todos nosotros, el puntal de nuestra vida cotidiana y nos ayudó mucho también en el mundo de los afectos, siendo para los más chicos, prácticamente, una segunda madre.

Ejemplos de la sabiduría de Elisa, hay muchos. El hallazgo de Pedrito, su primer nieto, es de los más notorios. En 1976, Margarita y Polo, luego de secuestrados en la Argentina, fueron traídos al país clandestinamente en un avión de la Fuerza Aérea, junto a una veintena de compatriotas más, en lo que más adelante se conocería como «el primer vuelo». Pero allá, perdido, en Buenos Aires, quedó Pedrito, de sólo año y medio, en la casa de una vecina, sin que nosotros supiéramos nada. El esfuerzo de muchos permitió ubicar su paradero unos cuantos días después. Elisa fue en su búsqueda, en una noche terrible, lluviosa como pocas, junto a Enrique, otro de sus yernos. Ante la llegada de mi madre, la vecina desconfió naturalmente, de quien decía ser la abuela del niño. Elisa, no mostró fotos ni papeles que comprobaran que ella era la abuela. Se acercó de inmediato a la cuna improvisada en la que su nieto dormía y comenzó a cantarle el «Pirin pin pon», una canción de cuna de tradición materna, con la que arrulló a sus hijos y luego a sus nietos, y que se trasmitía de generación en generación. Pedrito se despertó, se abrazó a ella con desesperación y desde aquél momento hasta el martes pasado, fecha de su despedida, fueron inseparables.

La carta a Ted Kennedy escrita y hecha a su impulso, en perfecto inglés, en una de aquellas viejas máquinas de escribir, allá en 1988, es otro ejemplo. En ella, Elisa le relató su periplo, el de su familia, la convocatoria al referéndum para anular la ley de caducidad (presidía entonces la Comisión Nacional Pro Referéndum, junto a Matilde Rodríguez y a María Esther Gatti) y su lucha contra la impunidad. La carta, de la que lamentablemente no conservamos copia y que hizo que el senador demócrata se pusiera a llorar delante de los participantes de la reunión, pinta a Elisa en toda su dimensión. Aquello que hubiera costado horas explicar, las líneas de mi madre como trazos de Picasso, sencillos pero fulminantes, fueron directo al corazón del último de los Kennedy, conmoviéndolo. El respaldo que brindara el senador norteamericano a la lucha contra la impunidad, en aquel tiempo, tuvo un artífice principal y se llamó Elisa Delle Piane.

El discurso que pronunció en Suecia, también en inglés, improvisado ahí mismo, desde la nada, conmovió a todo aquel auditorio sueco, en el marco de una gira para difundir internacionalmente la lucha contra la impunidad. La genialidad de crear «La Casa del Liberado», un centro que ayudó a reinsertarse a cientos de presos, liberados por la amnistía que otorgó el parlamento en los primeros días de recuperada la democracia en 1985. Son otros ejemplos. Pero hay más y más.

En los años setenta, en una de las visitas a Eli, la custodia hostigaba e interrumpía permanentemente nuestra conversación, fue entonces que mi madre protestó por el trato recibido. Al finalizar la visita, un oficial se le apersonó interrogándola, acerca de «si ella estaba protestando», seguramente para labrar un expediente y sancionar a su hija presa con todo tipo de medidas disciplinarias. Mi madre lo miró y le dijo; «protestando no, yo, como madre, estoy dolorida». La respuesta descolocó al oficial, anteponiéndole algo superior, ser madre, al rango militar. La frase, como rayo láser, fue directa al corazón y en las semanas siguientes el trato mejoró. Esa era Elisa.

Estas líneas son y quieren ser desordenadas. Alguien, más adelante, seguro hará un racconto ordenado de su vida, que por supuesto es multifacético. Pero en estos momentos, con el dolor y las lágrimas a flor de piel, quería escribir sobre ella y contar cual era, para mí y también para muchos, su cualidad más sobresaliente: su sabiduría.

Y también, sí, también, gritarlo a voz en cuello, que se fue una grande, se fue una mujer sabia y luchadora, que se llamaba Elisa y que era mi madre.

|*| Senador, Nuevo Espacio FA

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje