Un nuevo país

El presidente Vázquez no anduvo en vueltas. Se sabe, no es un político convencional; y tal vez por eso advirtió, sumido en datos inquietantes, la necesidad de cambiar las características históricas del país productivo.

¿El detonante? La sequía. Pero la sequía es, apenas, la punta del iceberg de un cambio climático que lo modifica todo a su paso. De ahí su reflexión saltó a la necesidad de contener tantos actos dañosos del hombre, a la urgencia de cambiar la matriz energética y a dejar atrás más de un siglo de hacer las cosas de un modo al que las circunstancias destruyen día a día.

Sus dichos, igualmente acertados, pudieron resumirse en una frase corta, más sencilla y compleja a la vez, aunque eso parezca contradictorio: hay que construir un nuevo país; fácil de decir, difícil de hacer.

Nadie, responsablemente, puede cerrar los ojos a esta realidad ni lo que implica.

Son indispensables dos actitudes consiguientes: que todo el gobierno ­no sólo el Presidente­ se ponga a trabajar, apartando ciertas distracciones por las candidaturas que han afectado a varios ministros y otras autoridades; y que se dé inmediata intervención a los partidos opositores para que apoyen esta virtual epopeya y, a través de sus técnicos, laboren a la par y aporten sus ideas.

¿A la oposición?, dudará usted, lector: ¡Es que se trata de crear una enorme política de Estado, que será tal si sobrevive a varios, no a uno, de los gobiernos porvenir! Exige un gran consenso, imprescindible en las circunstancias políticas próximas, que ya pocos discuten. ¿Más claro? Nadie tendrá mayorías parlamentarias propias.

Todo avance en el plan maestro y todo paso a la búsqueda de acuerdos serán casi una garantía anticipada, en tanto las palabras dejen sitio a hechos inteligentes.

Hay una crisis formidable. Al final de ella quizás se puede crecer. Dependerá de cuál sea el comportamiento político.

Eso sí, -y parafraseo a Huidobro-, ¡cuidado con la estupidez!