LA LLAGA

No somos expertos y por tanto nos podemos equivocar, pero debe haber muy pocos antecedentes, tal vez ninguno, de tantas interpelaciones por la Comisión Permanente en algún mes de febrero. Estamos batiendo marcas.

Y decimos febrero porque en enero muy poca gente está disponible en Uruguay para oír interpelaciones de arena.

Febrero es otra cosa: vuelven más que los que se van. Y vuelven físicamente cansados. Además en marzo el Parlamento comienza su trabajo «normal».

Si a los veintiocho días de febrero restamos los fines de semana, la de Carnaval y el Desfile de Llamadas, quedan muy pocas horas disponibles por lo que llevar cinco ministros (y a uno dos veces) en catorce días, marca la velocidad de un ministro (o ministra) pasando raudos cada 2,33333333 días. Supersónica.

¿Qué otro espectáculo es transmitido por radio y Televisión en forma gratuita durante (y además) tantas horas? ¿Qué acto político?

La Agencia que trazó este veraniego plan de campaña merece. Ha demostrado ser creativa y ahorrativa. Porque a no olvidar la propaganda previa y la posterior, también gratuitas, en todos los medios de prensa. Las arenitas de febrero se nos van entre los dedos (de los pies)

Creemos que este inusitado fenómeno denuncia (he ahí la creatividad) una preocupante falta de convocatoria para realizar actos políticos normales. En su defecto se sale con lentes negros por una muy módica tangente.

De la maratónica interpelación para qué hablar: como era sabido, Agazzi pulverizó el asunto (talco para paspaduras) en unos cuarenta minutos.

Sólo destacar una frase del diputado Botana (ya festejada en Sala por el diputado Salsamendi): refiriéndose a las ­según él­ demoras burocráticas que retardaron inútilmente el reparto del forraje auxiliar entregado por el Gobierno, afirmó que lo mejor debiera ser apoyarse lisa y llanamente en las organizaciones sociales de cada localidad porque la gente es más inteligente que el Estado.

Una tan grande verdad y a la vez valiente autocrítica hubiera bastado por sí sola para justificar la presencia de Botana. Todo lo demás que profirió a lo largo de tres horas paspantes fue ripio de horrible calidad que desmereció la genialidad que venimos comentando. La poluyó. Produjo efecto invernadero como ciertos otros gases soporíferos.

Porque el diputado habló de su Estado. De lo suyo le habló al país entero.

Aunque reconozcamos que fue con rigurosa estampa de «yo no fui».

Es más: cabe la apremiante sospecha de que no se dio ni cuenta. Tal vez ni se enteró. Pero incluso a su pesar, o por lo menos sin culpa alguna, fue genial. Puso por error el dedo en la llaga.

Nos apresuramos a decir que estamos absolutamente de acuerdo, en eso, con el diputado Botana. ¡Jamás soñamos la visita de un tan sorpresivo y sorprendente correligionario!

Pero hay una cosa de la que sí estamos totalmente seguros: hasta que lea esto, o se lo comenten, no sabe que también propuso otro Estado con reminiscencias chavistas…

Nada menos que el Poder Popular que le podríamos explicar (si lo duda y lo requiere) con un croquis.

En su transparente inocencia creyó que lo suyo era neoliberal sin darse cuenta que no. Habría que avisarle que eso también ya fue y que, como ahora no renta ni en los Estados Unidos, cambiaron de biblioteca hasta en el Partido Nacional (lo cual ya es mucho decir). Es evidente que no le cuentan nada.

Incauto y desprevenido en el fragor maratónico de su pedregoso discurso, propuso el socialismo del Siglo XXI (tal cual Heinz Dieterich al que evidentemente no conoce ni hace falta); la legendaria autogestión de cepa yugoeslava («titista») y casi casi, el anarquismo mondo y lirondo, pasando antes por los soviets de Cerro Largo. Advertimos públicamente que si se lo desampara puede ir preso algún día sin saber por qué (Iván Paulós ya lo está midiendo por abajo del balde).

¡Nosotros lo votamos!: si se mantiene en esos «trece» cuando Larrañaga le muestre la portera, lo votamos. Nos gusta el desafío y en ese caso acompañarlo (humildes escuderos sobre el petiso del piquete) en el enésimo polo.

Porque resulta meridianamente claro: el Estado pervertido por la acción del clientelismo político; el Estado privatizado y en manos de su burocracia permanente que lo ha expropiado sin indemnización alguna; el Estado explotador del sudor completo de la Nación; el Estado vampiro, impedidor, mediocre, gris, obtuso; el parasitado por eternos boyantes; el Estado maderero con jangadas dedicadas a fabricar y poner palos infinitos en las ruedas del país, anclas de plomo en sus alas y prótesis de fierro en sus neuronas, nunca sirvió ni servirá para aplicar un Programa Nacional Progresista.

Fue cuidadosamente diseñado (con temeridad irresponsable) para aplicar programas del Partido Colorado o, subsidiariamente, del Partido Nacional que, como aprendices de brujos (y esto es un homenaje), descubrieron de pronto que el monstruo manufacturado era incontrolable, cobró vida propia, se fue de las manos y en fin que, como pasó en tantos lados, la burocracia desagradecida, les había tomado el poder y mostrando los dientes les gruñía; a veces fieramente. Viejísima «metáfora».

Que no haya pena porque aunque se diga lo contrario, mal de muchos es consuelo de tontos (y debemos empezar por reconocer que lo fuimos y lo seguimos siendo): hasta en los mismísimos Estados Unidos pasó eso y hoy lo reconocen llorando por tantísima leche derramada. Y pasó en la URSS parida y preñada en Octubre de 1917.

No nos duelen prendas: somos tan blancos que, por eso, no los podemos votar (la frase es de Wilson pero ahora es del patrimonio común).

Ahora bien: esa burocracia por ser una clase tiene sus propias representaciones políticas. Incluso partidarias. Muy concretas.

O este país rompe las viscosas cadenas que lo aprisionan en esa telaraña, o tiene los días contados para poder seguir considerándose «país». El Uruguay Productivo, o como mejor quiera denominárselo, debe sacudirse del cuello tan pesada coyunda. La tarea es una «cuestión nacional».

Y claro que sí: como dijo Botana, la gente es siempre mucho más inteligente que ese Estado y por eso ella debe, y con ella debemos, construir el que nos abra las puertas del futuro.

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