¡ADIOS PEPE!

La parte más importante del discurso del Pepe (jueves pasado) fue su despedida. Dicha al comienzo de su alocución, no tuvo para los comentaristas la importancia que tiene.

Mujica se despidió públicamente y tal vez para siempre de nosotros: «la vieja barra» o «la barra chica», usando ambos términos que vienen a ser lo mismo: quienes desde hace medio siglo anduvimos hasta el jueves rodando juntos y mucho por la vida.

Una inteligente y vital decisión. Necesaria para el Frente Amplio y el país. Emocionante para sus íntimos compañeros que ahora debemos aceptarlo y comprenderlo. Asunto que no va a ser fácil.

En realidad, como candidato oficial del Frente Amplio, Mujica dejó de pertenecer a un cierto histórico conglomerado para pasar al «patrimonio» de todo el Frente desde que su Congreso así lo quiso.

Pero también puede afirmarse que a través del Frente, su personalísima representación política hace ya mucho que viene perteneciendo al Pueblo.

Esto, y en especial sus consecuencias, puede resultar muy difícil de entender desde una mirada sectaria forzosamente miope.

Con ello, además, Mujica afirmó algo radical: por «ser» del Frente y del Pueblo, su posible gobierno será CON el Frente y CON ese Pueblo. Ni «con» ni «para» la barra vieja o la barra chica. Y sin ningún otro tipo de «tercerización». Sin «corralitos». Sin alambrados ni tranqueras. Ello implica grave opción, a nuestro juicio correcta. Muy meditada.

Para explicitarlo aún más detalladamente anunció que en el caso de ganar la «interna» y luego las «nacionales» sus equipos de gobierno serán los del Frente Amplio. Ningún otro.

Algo al parecer obvio pero que sin embargo venía pidiendo a gritos: «chapa, pintura y ajuste del motor».

El «adiós» de Pepe (adiós: palabra joya del idioma que por sí sola exige y ofrece honda reflexión), sintetiza una obligación y una estrategia. Cada quien debería saber el momento en el cual, por bien de todos, debe dejar de pertenecerse y de pertenecer. En aras de unidad popular de la que nuestra izquierda ha ofrecido ejemplos magistrales y que en la manera de pensar que nos caracterizó desde hace más de medio siglo, contra vientos y mareas, equivale a la unidad nacional porque el concepto «pueblo» así definido en la década de los cincuenta por las principales fuerzas de la izquierda en debates memorables que partieron aguas, introdujo la cabal comprensión del subdesarrollo y por lo tanto la necesidad de una alianza que solamente excluyera a quienes, organizados o no, representen y defiendan los intereses imperiales de cada turno.

Fue largo y muy duro el camino que hoy lleva más de sesenta años de una muy trabajosa construcción de aquella unidad en todos los planos (por entonces utópica) y de aquella soñada gran alianza política parida recién en 1971 como Frente Amplio. Regada con demasiada sangre en la lucha contra el fascismo, crecida con la creación del Encuentro Progresista (a su vez fruto de grandes luchas), madurada después con las victorias de este mucho más grande Frente cuya ineludible tarea de unidad y convocatoria no ha terminado.

Para tan colosal tarea histórica hubo que derribar montañas de sectarismo y pétreos dogmas obsoletos. La juventud que por imperio de la vida se hará cargo, debe saber (y para ello estudiar) las ideas (en aquel lejano entonces sólo eso tan aparentemente sutil e indefenso) que forjaron en aquella alborada revolucionaria (por el radical cambio que produjo) personalidades como Vivian Trías, Rodney Arismendi, Gerardo Gatti, Carlos Quijano, Héctor Rodríguez, Raúl Sendic, Enrique Erro y, con el perdón de las omisiones por el imperio de la brevedad, tantos otros y otras. Cada uno produjo en el seno de las organizaciones que integraba o en las que fundó, radicales cambios hasta entonces nunca vistos.

Luego, gota a gota, año tras año, se fueron agregando más en la confluencia hacia tan acertado rumbo que hoy sigue siendo el mismo, que por ello mostró y muestra su correcta previsión teórica plasmada en práctica y que no ha llegado todavía a su final. Ni mucho menos.

Por lo tanto, no se trata de «aparatos» contra «organizaciones de opinión» (en cuyo caso lo único importante sería la «opinión» que, si es correcta, vale), sino que se trata de permanencia. O sea, nada menos que del futuro. Para ello no hay más remedio que estar organizados. Como cada quien quiera: pero organizados. Ese es el decisivo papel para nada táctico del Frente Amplio como herramienta del pueblo. Y mucho más en un país de viejos donde hay una izquierda que es la del proceso de acumulación ininterrumpida más antiguo de América Latina. Padece aguda ceguera quien así no lo vea.

Ahora, otra vez por primera vez, esa izquierda también ha demostrado desde el Gobierno Nacional y contra todo lo que se auguró en luctuosos pronósticos, que «puede». Entonces hoy «debemos»: porque somos gente en obra y lo somos porque la obra no ha terminado.

Porque hay «causas nacionales» evidentes y urgentes, ineludibles y perentorias, que necesitan para su mejor desempeño el aporte de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en el marco de un gobierno que abra los brazos con espacio suficiente. El actual los abrió pero, por el trancazo residual de banderías acérrimas, no lo pudo. Tal vez ahora, luego de la lección, eso pueda prosperar. Pero hay que replantearlo y esperarlo.

Ahora bien: si el Pepe se despide de nosotros, pide comprensión. La mayor que le podemos dar es aceptar el renovado desafío vital despidiéndonos, nosotros también, de él.

Del individuo que por misteriosos senderos de la Historia, como tantos y tantas otras veces, quedó ahí: condensador y catalizador; palito para colmenas y demás nidos; síntesis humana (aparentemente tan frágil) de imponentes fuerzas sociales. Fenómeno que sucede casi siempre con escasas o nulas explicaciones pero que cuando no sucede impide todo avance.

Cualquier buena despedida pide dos pañuelos en el viento: el de quién se va en pos de lejanos y fecundos horizontes y el de quienes quedamos en la muelle tierra firme.

Pido por necesario para el bien de las grandes mayorías, a toda la compañerada vieja y nueva de la barra chica y vieja, que con el proverbial desprendimiento, y la reivindicada generosidad entera, levantemos nuestro ¡Adiós! abriéndole de par en par la tranquera y recomendándole, con Braulio y con el otro gran Pepe una sola cosa: no ir cargado de más.

|*| Escritor, senador  de la República.

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