LA COLUMNA AMARILLA (Tercera época)

La mugre

La mugre se ha enseñoreado de la ciudad. Hay muchos ciudadanos y comercios que han hecho su aporte. Se ha intentado educarlos, usando múltiples métodos, y quizás haya llegado el tiempo de una mayor punición.

Sin embargo, ¿qué legitimidad asiste a una autoridad para castigar a los responsables de infringir precisas normas ­e incluso para persistir en la educación­ si carga la omisión frente al desaguisado que perpetran a diario algunos hurgadores?

¡Cosa sencilla el derecho, si hay voluntad! No es más, ni menos, que el conjunto de principios y reglas a que se somete a las relaciones humanas en toda sociedad civil, y cuya observancia puede ser compelida por la fuerza.

Hay derecho al trabajo y debe preservarse. Pero no hay derecho a ensuciar todo cuando a uno se le ocurre, porque se afectan derechos de los demás.

El Negro Collazo, hace unos meses, padeció incontinencia urinaria. Como salía de noche y volvía a la madrugada, orinaba democráticamente: árboles, columnas de la luz, zaguanes, balcones bajos, cortinas metálicas y contenedores.

Que yo lo quiera mucho no implica que ignore el mal que hizo. ¡Hubiera andado con una chata bajo el brazo!

Por cierto, hay recolectores organizados, respetuosos del derecho ajeno, que cumplen la norma municipal; otros la ignoran olímpicamente. Para aquellos y estos, más allá de un rigor vigilante y unas sanciones hoy afectados de ausentismo, debería haber un solo sitio, o a lo sumo dos o tres, donde pudiesen cumplir su tarea y lograr su sustento; que recorran toda la ciudad y hurguen en cuanto contenedor encuentran es un verdadero delirio. Un disparate colosal.

La Intendencia sigue invirtiendo ideas y recursos mientras los contribuyentes pagan sus impuestos caros por servicios incumplidos. Montevideo, en poco tiempo, quizá sea comparada con Bandundu, Nyala o Quelimane ­dicho con profundo respeto por esas ciudades africanas­ si quienes deben no se ponen las pilas.

Ricardo, teléfono.

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