EL aluvión

La mala suerte es real. Si viene en aluvión de ideas exaltadas, como salido de una licuadora delirante, pidamos socorro a un brujo.

Cuando pasa en política, quien sufre ­lo he repetido hasta el hartazgo­ no es el militante, el dogmático, sino el ciudadano librepensador, crítico, que quiere discernir para resolver.

La aceleración de la campaña en todas las tiendas ha causado el recalentamiento del verbo: a diario sobrevuelan y explotan en nuestras cabezas cientos de planes que serán ejecutados apenas quienes los elaboran, así, muy al tranco rápido, consigan suficientes votantes.

Se mueven tanto y tan velozmente los candidatos que cuando descienden de un estrado aquí, ya están subiendo a otro allá. Curiosamente -¿acaso será una virtud?­ se las ingenian para que esos planes sean diferentes cada vez; o sea que tengan la intrínseca característica que interesa al público del momento.

A través de una radio y convocando a los bancarios, se les insta a que «se pongan las pilas, porque si las tuvieran puestas hace rato se hubiera nacionalizado la banca»; frente a gentes de clase media se promete «la derogación total del IPRF» o hacerlo a partir de «las franjas más bajas, como quien corta los tentáculos a un pulpo, de a uno»; en la Cámara Española de Comercio se postula «la reducción de impuestos al consumo, antes que modificar la carga impositiva empresarial»; en el Círculo de Suboficiales se anuncia «la modificación de la Ley de Defensa Nacional» y «miles de viviendas para militares»; en un barrio castigado por la delincuencia se adelanta «una política carcelaria para que los presos trabajen y una lucha frontal contra la pasta base»; en Fucvam se sugiere «apoyar al movimiento de ayuda mutua para resolver el problema habitacional»; y en la asociación de vendedores de vehículos se habla de «democratizar el automóvil».

Sólo espero que los candidatos no aterricen en la Sociedad Protectora de Animales ni en un club de Toby.