¡PARESE FIRME!

Recientes acontecimientos políticos de pública y a veces desopilante notoriedad obligan ineludiblemente a transcribir una página memorable y laureada escrita junto con Mauricio Rosencof en nuestro libro «Memorias del Calabozo».

Los hechos rigurosamente verídicos relatados en ella transcurrieron en los calabozos del Batallón de Ingenieros de Combate Nº 4, sito en Laguna del Sauce (donde hoy se inician ciertas excavaciones…).

«MR (Mauricio Rosencof): Había un negro -¿te acordás? ­ muy lambeta. (creo que fue el mismo que años después, cuando eran otros los rehenes que allí estaban, luego de una discusión con sus propios compañeros fue al corredor del celdario muy preocupado, comentando en voz alta a Zabalza: «Dicen que soy un negro de mierda y, al final de cuentas, ser negro es un defecto como cualquier otro, ¿verdad, don?) Era fanático y vocacional del alcahuetismo, gambeteaba genéricamente, al barrer, contra todo el género humano.

FH (Fernández Huidobro): Vigilaba a sus propios compañeros, y si estos cometían alguna falta, aflojaban en algo sus verdugueadas contra nosotros o decían algo de los oficiales, iba corriendo, apresurada y gozosamente, a contar.

MR: Con tan marcadas virtudes no podía dejar de pertenecer al S-2, y haciendo uso de ellas, pronto lo veríamos ascender en la carrera jerárquica.

FH: Le daba gran trabajo físico verduguearnos, pero él, a quien no le gustaba ningún tipo de trabajo, se tomaba el necesario con nosotros.

 

Hasta quedar extenuado.

MR: Llegaba al colmo de pedir para quedarse como voluntario permanente en el corredor, lugar al que todos los milicos le huían por el aburrimiento y el frío.

FH: Lo primero que hacía al entrar era ir al baño, y nos meaba o cagaba los cepillos de dientes y demás enseres, los cuales, por orden superior, quedaban ahí. Luego se pasaba las horas, minuto a minuto, golpeando con el palo nuestras puertas, marcando el paso estrepitosamente, cantando ­ pésimamente ­ «Mi Bandera» y tirándose unos pedos descomunales y facultativos. Día y noche, las 24 horas de guardia.

MR: Cada vez que el negro estaba de guardia, teníamos incidentes de mayor o menor violencia. Permanentemente.

 

Lograba hacernos perder la serenidad.

FH: Un día, en lugar de cagar los cepillos al entrar, lo hizo antes de irse. Eran cepillos que por ese motivo hacía tiempo no usábamos, pero igual uno se calentaba. Mujica vino a descubrir la nueva hazaña del negro cuando este se había ido. Pasaron unos cuantos días, y cuando nosotros habíamos olvidado ya por completo el asunto…

MR: …le tocó al negro volver a entrar de guardia. Se ve que Mujica había guardado la ofensa cuidadosamente, durante todos esos días, esperando una, tan solo una oportunidad para vindicarse, porque cuando…

FH: …el negro ­ como siempre, pateando puertas y golpeando rejas ­ llegó…

MR:.. al calabozo del fondo donde estaba Pepe, se encontró,

sorpresivamente, con una gigantesca y estentórea puteada, de esas pluscuamperfectas y prolongadas que comienzan por un «te vas a la raíz de la recontraputísima…»

FH: Asustado por la sorpresa, el negro retrocedió atropelladamente perdiendo el palo, que anduvo buscando en cuatro patas, mientras la puteada, siempre la misma, terminaba su curso saliendo lentamente del sujeto para entrar, como en sereno y caudaloso estuario, en el predicado…

MR: Tras ella, Mujica comenzó a enhebrar un larguísimo rosario de insultos, enfilados sin solución de continuidad, prolijamente; uno tras otro iban saliendo de su boca por la puerta del calabozo, el corredor, y se perdían más allá del alambrado campo afuera y cuartel adentro.

FH: El negro, estupefacto, pero además interesado en lo que se le estaba diciendo, miraba parado frente al calabozo de Pepe con los ojos desorbitados y la cabeza adelantada, tratando de seguir, a una velocidad que su mente evidentemente no alcanzaba, el argumento que sobre su persona se iba desgranando.

MR: Había insultos que nunca había oído. Eso lo sorprendió, y allá en el fondo, saltando de novedad en novedad, era evidente que los admiraba y, objeto de ellos, lo hacían sentirse importante.

FH: Pronto sus ojos perdieron la globalidad y adquirieron la acuosa indefinición bovina propia de aquel que, perdida toda orientación, ha quedado «grogui».

MR: Todas las ferias de Montevideo iban saliendo por la boca de Pepe.

¡Era admirable! Y la verdad sea dicha: yo tampoco había oído nunca un catálogo tan exhaustivo. Agotó casi todas las posibilidades del idioma en la materia.

FH: Por la mitad de aquella letanía, más o menos, se produjo la única reacción del negro.

MR: Se ve que algo raro e irregular notó en el Pepe mientras trataba de seguir su discurso; golpeando levemente con el palo en la puerta, discreto para no interrumpirlo, le dijo imitando a los oficiales:

«¡Párese firme!», y siguió escuchando.

FH: Nosotros y todo el resto de la guardia que nos agolpábamos, conteniendo el aliento para no perder detalle, detrás de rejas y puertas, lanzamos todos la gran carcajada; civil y militar, hay que hacer justicia.

MR: Con tal de decírselo en la posición correcta, aquel lambeta aguantaba cualquier cosa.

FH: Los soldados, que también le tenían bronca, lo bautizaron desde aquel día, y años después ­ ascendido ­ seguía siendo el cabo «Párese Firme».

Hasta aquí la transcripción que resulta ineludible en estos días durante los que hemos vuelto a ver y a oír, día sí, día no, multiplicado, al inmortal cabo Párese Firme, criticando a Mujica no por lo que dice sino por cómo lo dice.

Al fin de cuentas el cabo Párese Firme era un apóstol del Discurso Políticamente Correcto (lo aprendió de la oficialidad). Sabía que lo dicho era la pura verdad. Pero dicho ante un superior sin guardar la estricta posición de ¡Firmes!, rompía los códigos aceptados y era peligrosísimo.

Para Ignacio de Posadas, por ejemplo, la verdad no es el problema.

El problema es andar «bocinándola» (¡qué lenguaje!). Defendiendo con uñas y dientes los intereses de su Estudio Jurídico (única Patria que respeta) pierde, como Párese Firme, contacto con la realidad y cae en el más patético ridículo: creer o intentar hacer creer que, de otra manera, si nos paramos firmes o nos callamos la boca, el mundo no sabrá las cosas que se hacen en su Estudio Jurídico y en tantos otros.

Como si el mundo fuera estúpido en masa y restáramos en él, apenas, unos vivillos uruguayos. De Posadas no fue el único cabo Párese .

|*| Escritor, senador  de la República

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