EL PEPE Y D’ELIA

Hace unos días, en una pausa en nuestra recorrida de campaña por el barrio El Monarca, un compañero me dijo: «¿Viste lo que dijo D’Elía, de la izquierda astorista?».

No contesté nada, pero la verdad es que por un instante me perdí y no sabía a qué se refería mi compañero al mencionar dicho apellido. En ese breve espacio de demora, para mi cabeza de medio siglo de andar ciudadano, donde gran parte de mi militancia fue sindical, el único D’Elía que existía era el Pepe. Luchador social indoblegable, con una terquedad democrática y dialoguista inigualable. El querido Pepe D’Elía fue y es, para toda nuestra generación, una silenciosa, presente y humilde lección de militancia y de vida. No por casualidad me acordé de él y su enorme serenidad para enfrentar las situaciones más complejas, pensando siempre en el interés colectivo, más allá de las chacritas de poder efímero que envilecen el alma y la vocación de servicio público.

Unos segundos después, mate mediante, mis neuronas trajeron al presente esas 5 letras del apellido, evocando la triste imagen del D’Elía argentino, el militante social oportunamente advenido en despiadado gladiador a sueldo del kirchnerismo. Mi amigo hablaba de ese D’Elía y no del Pepe.

D’Elía, uno de los principales actores del actual gobierno argentino, ha dicho que los que apoyamos a Astori, somos muy diferentes a él y a la izquierda peronista. Por suerte, lo que dijo es una gran verdad que merece alguna conceptualización aclaratoria.

Aunque al igual que D’Elía mis orígenes son ubicables en las capas sociales menos favorecidas y en la temprana lucha social y sindical, él y yo no somos, ni representamos lo mismo. Entre otras cosas porque, como la gran mayoría de los frenteamplistas y en particular como todos quienes nos identificamos con el gobierno brillantemente conducido por Tabaré, nos ubicamos en la izquierda posible que no renuncia a soñar.

A diferencia del radicalismo del discurso, nosotros nos consustanciamos con la radicalidad de los resultados que le cambian la vida a la gente en un sentido palpable y positivo.

En vez de hablar con muchas erres y hacer gárgaras revolucionarias, preferimos actuar para transformar la realidad, y al igual que Lula optamos por dar pasos cortos y seguros para no marearnos en la cuerda floja de los pasos largos y en falso.

La historia está llena ejemplos de las derrotas y retrocesos causados por aquellos que con discursos llenos de frases revolucionarias carecieron de la acción revolucionaria concreta. Acción que se expresa en la puesta en práctica de reformas duraderas que benefician a la gente en general y a los sectores más débiles y desprotegidos de la sociedad.

Estos procesos de cambios sin contenido son los que facilitan las revanchas de las derechas, puesto que, al carecer de cimientos firmes, son incapaces de resistir ni siquiera una brisa conservadora.

Nosotros, los que nos identificamos con la izquierda posible, preferimos el cambio duradero que se mete en la mente y en el corazón de la gente para hacerlo suyo, clave esencial para que no haya marcha atrás posible.

D’ Elía tiene razón en separarse de nuestro pensamiento, lamentablemente no acierta en cuál es la diferencia, porque sólo quien no nos conoce o no tiene la precaución de indagar cuáles son nuestras acciones y sus resultados se atreve a identificarnos como neoliberales.

Esta forma de adjetivar expresa la aceptación de códigos de convivencia y de debate político, en los que se acepta el derecho a tener razón a través del atropello intelectual y físico.

Son esas concepciones totalitarias las que, lejos de democratizar las instituciones republicanas, legitiman la arremetida contra el que no piensa igual y la utilización de cualquier herramienta del poder para sostener la ilusión de triunfo, disimulando la escasez de argumentos para sostener un mínimo debate de ideas.

Realmente no comprendo porque él, que surgió a la opinión pública como un luchador social incorruptible, hoy forma parte de una concepción de gobierno que en el mejor de los casos administra pero no resuelve inequidades, al menos en un sentido progresista y de izquierda.

Lo increíble es que esté convencido que su concepción política es de izquierda y que catalogue a quienes piensan distinto como neoliberales.

D’elía tiene razón: no tenemos ni queremos tener nada que ver con el peronismo kichnerista porque nos ubicamos en la izquierda posible, que valora la democracia como un fin, para, en ese marco, defender y construir los derechos de los más humildes, los trabajadores y los pequeños y medianos productores y empresarios, de modo de generar condiciones de igualdad de oportunidades en libertad. En resumen, sencillamente, nosotros somos de izquierda.

Cuando Néstor Kirchner ­que tanto daño le hizo y pretende hacerle al Uruguay­ intentó dañar al Frente Amplio, procurando intervenir en nuestras elecciones internas, quedó demostrado que somos muy diferentes.

Aclaro que para mí el peronismo no es progresista ni mucho menos de izquierda, porque esta corriente encuentra como única razón de existencia la conquista del poder por el poder mismo y para ello no tiene ningún prurito en mostrarse a la derecha o a la izquierda, siempre y cuando le resulte conveniente para alcanzar su objetivo.

Como consecuencia de esto, para el peronismo no existen límites entre Estado, Partido e instituciones sociales. Es esta manera de entender y hacer política la que los hace actuar sin tener en cuenta los límites, tanto en el plano nacional como internacional. Además actúan como si nos consideraran una provincia y no como un país independiente. Recordemos que este gobierno kirchnerista es el mismo que con claro espíritu depredador atacó tres pilares estratégicos de nuestro desarrollo nacional.

Dificultó y dificulta severamente nuestra integración regional permitiendo y alentando el corte de los puentes internacionales que nos unen vía terrestre con el Mercosur; hizo lobby con el tema del secreto bancario, para que nos incluyeran en una lista negra de países truchos, intentando evitar que sigan llegando al Uruguay inversiones genuinas generadoras de empleo; y se opone silenciosamente al dragado del río compartido y a la construcción de una segunda terminal portuaria porque teme que nuestra competitividad y eficiencia desnuden la realidad de su puerto bonaerense.

Como antes, nos quieren chiquitos y con complejo de colonia. Aclaro que el gobierno y no el pueblo argentino, que siempre se ha mostrado solidario con nuestra gente.

Las diferencias con ellos nos vienen de la historia, sólo basta recordar los enfrentamientos de Artigas con Buenos Aires. La lucha de los puertos resurge nuevamente, adquiere nuevas formas, es más sutil, pero es una tensión recurrente en el presente.

Algunas veces, en los momentos de mayor cooperación, se disimula, aunque siempre vuelve a aparecer, lo que es bueno tener en cuenta, no para renunciar a nuestro interés estratégico en potenciar la región, sino para no actuar con ingenuidad.

Por eso lo decimos claramente: como nuestro Pepe D’Elía, seguimos siendo muy distintos a la pseudoizquierda kirchnerista que representa el otro D’Elía.

El gobierno de Kirchner es un problema para el Frente Amplio y para el Uruguay. Pese a ello, seguiremos impulsando la integración regional con todas nuestra fuerzas, pero con dignidad, defendiendo los intereses de nuestra sociedad, evitando tener «espina dorsal de nailon», como decía hace mucho el querido Enrique Rodríguez.

|*| Diputado Frente Amplio, Asamblea Uruguay.

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