LA COLUMNA AMARILLA

¿Hacia dónde ir?

La violencia social nos ha quitado el sueño. ¿Quién lo negaría, a la luz ­o a la oscuridad­ de terribles sucesos recientes?

Curiosamente, hay acuerdo acerca de dónde ir desde hace siglos. Darwin, en 1875, escribió: «Cuando el hombre progresa en su cultura e integra pequeños grupos en comunidades mayores, la mínima reflexión indicará a cada individuo que debe extender sus instintos y simpatías a todos los miembros de la nación aunque los desconozca personalmente».

Claro, nadie podrá negar la distancia, tratándose del comportamiento humano, que naturalmente existe entre dichos y hechos.

Quizás ese objetivo, en su época idealizado y disimulados sus obstáculos, lo haya definido mejor el uruguayo Barbagelata en 1974: «Una igualdad final sólo puede alcanzarse por una conciencia clara de las desigualdades que hay entre los hombres (…) Es, antes que nada, igualdad ante la ley (…) Hay que construirla sirviéndose de la gran herramienta del derecho».

Pero entre Darwin y Barbagelata ha sobrevivido un problema. No ha aparecido una política de Estado que introduzca debidamente la violencia social en el derecho, la ley y la libertad, junto a la admisión de desigualdades que jamás desaparecerán.

Esta columna es un recipiente demasiado estrecho para lo que resta por decir acerca de la cuestión.

Al menos insisto en una inquietud ya expresada: ningún enemigo es más perverso que la promoción de la competencia para el éxito a cualquier precio. Un camino en el que suele surgir, día a día fortalecida, la fascinación por la violencia.

Cierro con una sabia reflexión de Lorenz: «La competición del hombre con el hombre se opone de raíz ­más de lo que ha hecho con anterioridad cualquier factor biológico- a la potencia eternamente viva y eternamente creadora, destruyendo casi todos lo valores plasmados con su frío puño demoníaco: forma de proceder únicamente dictada por razonamientos comerciales, desconocedores de lo que es un valor».

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