LA SOBERBIA EN CAMPAÑA

Dicen que Giovanni Sartori ante la siguiente pregunta relativa a si «¿existen soluciones fáciles para los temas complejos?, habría respondido: «Sí, hay muchas. El problema es que ninguna de ellas sirve para nada. Los problemas complejos tienen soluciones complejas».

Con la herida del dolor colectivo recién abierta y cuando la sensibilidad de todos seguía repugnada por el infame asesinato de los dos gurises de la Aguada; la oposición no se tardó nada en pretender filtrar en la campaña electoral su promesa de soluciones mágicas. Con la gente paralizada por el absoluto sinsentido de estos crímenes, se apresuraron a «marketinear» sus propuestas de seguridad ofreciéndole a la gente un futuro repleto de garrote, mano dura, tolerancia 0, y militares patrullando las calles de cada barrio para limpiar de delincuentes al país. Ni siquiera se tomaron un tiempo para escuchar o leer el mensaje de los compañeros de los Rodrigos, que en su proclama reclamando justicia, pidieron no electoralizar el tema, e invitaron a toda la sociedad a comprometerse con su profundo y espontáneo deseo de poder convivir todos juntos, con libertad, sin miedo y en paz.

Estos lutos deberían ser tomados por la política para reflexionar autocrítica y humildemente sobre qué nos está pasando, en torno al tema de la seguridad y la convivencia ciudadana.

Admitimos, que en medio de la campaña electoral, la derecha olvide cuanto contribuyeron directa o indirectamente a la construcción de esta sociedad fragmentada que hoy explota y nos interpela, por tantas políticas sociales que postergaron

Podemos entender que olviden como con sus políticas fomentaron el consumismo, aplaudieron el individualismo, e impusieron su percepción de que la vida se divide entre ganadores y perdedores, y que lo que se premia es el éxito y no el actuar bien.

Pero nunca podremos admitir que en medio del dolor colectivo, reincidan en querer venderle a la gente que el problema de la delincuencia se arregla fácilmente.

Este dolor lo sufrimos todos, y para resolver el problema de la seguridad, el país precisa de la humildad y el compromiso de todos los actores políticos y sociales. Y cuando digo todos, pienso también en los medios masivos de comunicación. Sobre todo en los noticieros, que siguen agregando minutos a la crónica roja en busca del dichoso rating.

No en vano luego de tres años consecutivos de no superar el 8%, en las últimas encuestas el tema de la seguridad ciudadana pasó a ser la mayor preocupación de la población alcanzando el inédito guarismo del 29%. E incluyo en mi convocatoria a la reflexión, también a los que de buena fe dicen que esto se arregla fácil, agarrando del «forro» a los gurises pastabaseros y mandándolos a carpir terrones. Ojalá fuera tan simple. Y a los que invitan a la población a portar armas o a crear brigadas barriales de supuesta autoprotección civil.

Ojo, que en ese todos contra todos, no gana nadie.

Prediquemos con el ejemplo y repasemos que ha hecho el gobierno del Frente Amplio respecto a la seguridad ciudadana y como pensamos hoy desde la izquierda las señales que surgen desde la sociedad.

Cuando asumimos el gobierno, a sabiendas que no arreglaríamos todo en solo cinco años de gobierno, desarrollamos una política de seguridad sostenida en cuatro pilares básicos: 1) reforzar la cultura del trabajo;

2) profesionalización, capacitación y mejora salarial de los policías;

3) desarrollo de políticas sociales específicas y de emergencia para los grupos más vulnerables; y 4) reforma del sistema penitenciario desde la óptica del respeto de los derechos humanos…

Mejoramos significativamente y en niveles históricamente nunca alcanzados la remuneración de los policías y su capacitación, y en estos cuatro años el Gobierno invirtió en el sistema nacional de cárceles más dinero que en los tres decenios anteriores. Se aumentó considerablemente el número de procesados y el porcentaje de crímenes resueltos. En todas las jefaturas de Policía Departamental se nombraron funcionarios de carrera sin importar su filiación política. Contamos con una adecuada relación fuerza policial-población pero buscamos mejorar la ecuación personal administrativo-ejecutivo y redistribuir los recursos humanos en función de las necesidades de cada centro poblado.

En cada una de estas áreas asumimos que hemos tenido éxitos y fracasos y que a pesar de nuestros esfuerzos no hemos podido aún alcanzar los objetivos macro que nos propusimos. En estos cuatro años, se ha logrado incautaciones récord de pasta base y en relación al tráfico de cocaína también se ha tenido resultados exitosos nunca antes alcanzados.

El número de delitos, y especialmente la rapiña, no ha disminuido en la misma proporción que la desocupación ni que nuestras expectativas al inicio de la gestión. Y no es responsabilidad de quienes han estado y están al frente del Ministerio del Interior, que han dado lo mejor de su esfuerzo, competencias y compromiso para cumplir con las metas trazadas. La responsabilidad es colectiva y asumimos plenamente esas contradicciones que nos han permitido cuestionar desde nuestro pensamiento de izquierda alguna de las certezas diagnósticas con las que asumimos el gobierno.

Como expresara algunas semanas atrás Danilo Astori, lo primero que tenemos que hacer hoy respecto a la seguridad ciudadana es admitir, con total humildad que enfrentamos un problema mucho más complejo y multicausal que el que imaginamos. Problema que trasciende las fronteras de un Ministerio y se afinca en la formación en valores y en el surgimiento de nuevas configuraciones familiares y sociales con normas de convivencia diferentes y en muchos casos contradictorias.

El eje de la exclusión-inclusión social como sustento analítico de la violencia, no alcanza por si sólo para explicar la causalidad del delito y mucho menos para entender la carga de agresión física desproporcionada que la acompaña. Por ello, es tiempo de formularnos todas aquellas preguntas que nos permitan ampliar y profundizar nuestro conocimiento sobre el contrato psicológico imperante en el relacionamiento social. ¿Cómo remover en nuestra cultura societaria la sensación de miedo, impunidad y sálvese quien pueda que promovió la dictadura militar? ¿Cómo ayudar a las generaciones formadas con esos principios durante 14 años y que además nacieron en plena transición hacia la revolución tecnológica y de la información? ¿Qué hacer para ayudar a esos adultos que hoy ejercen la patria potestad pero que mayoritariamente antes se sintieron esclavos de sus padres y hoy se viven como esclavos de sus hijos? ¿Cómo y qué legislar en torno al ejercicio de la patria potestad cuando un 30% de los delitos son intrafamiliares? ¿Qué políticas sociales pueden ayudar a construir nuevas redes comunitarias contenedoras, solidarias y comprometidas, para no dejar a la Educación Pública como el único referente de la formación en valores? ¿Cómo generar políticas de Estado que permitan enfocar la seguridad ciudadana como una cuestión estratégica en la que nos va la vida y el futuro a todos? ¿Cómo interpretar las señales y los códigos de convivencia de estas nuevas tribus urbanas que conciben vivir o morir de un modo tan distinto al que vivimos los adultos? ¿Que podemos hacer para superar esa desconfianza básica y prolongada que siente la mayoría de la población hacia el cuerpo policial? ¿Cómo contribuir a que la Justicia disponga de los recursos y herramientas que necesite para ejercer en tiempo y forma su rol de regulador del contrato social?

Como quiero seguirme interrogando, me permito callar y seguir pensando.

E invito a la derecha a que deponga su soberbia y en vez de ofrecer, como ya lo han hecho, sus soluciones mágicas, mediten en lo que Rodrigo Barrios, uno de los chicos asesinados, escribió en su página de internet cuando apenas tenía 16 años: «La tolerancia es ver a las personas como son, y no querer que sean iguales a vos».

|*| Diputado – Frente Amplio – Asamblea Uruguay

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje