BRASIL, EL SEGUNDO GOBIERNO DE LULA Y LAS ELECCIONES DE 2010

En 2010 Brasil se aprestará a vivir una nueva elección presidencial. Lula ya no podrá ser reelecto. José Serra, que compitió contra Lula en las elecciones de 2002, al frente del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), es hoy el favorito para ganar la elección (más del 40% declara que lo votaría, si la elección fuera hoy). Dilma Rousseff, la candidata oficial del PT (aunque Lula aún no lanzó oficialmente su candidatura), está muy por debajo de la intención de voto de Serra y aún no supera el 20% de las adhesiones. Además, enfrentó serios problemas de salud que pusieron en entredicho su capacidad para soportar una campaña electoral que se anticipa dura, larga y compleja. La campaña electoral en Brasil, al igual que en Uruguay, parece estar ya presente. Todos y cualquier gesto del gobierno del PT, son interpretados hoy como parte de esa campaña. En especial, los que tienen que ver con el gasto público. Y claro está que como estrategia para enfrentar la crisis, el gobierno brasileño, al igual que el de Estados Unidos, ha puesto bastante dinero en la calle.

Buena parte de los fondos públicos que se están ejecutando en este período se concentra en el Plan de Aceleración del Crecimiento económico, también llamado PAC. Este plan fue el «buque insignia» del segundo gobierno del PT y el que llevó a Dilma Rousseff al estrellato público. La idea era que, así como el Plan Hambre Cero había sido la marca del primer gobierno de Lula, el segundo gobierno también debía tener su marca propia. Dado el muy buen desempeño de los programas sociales en el primer gobierno, aun con una tasa de crecimiento económica más bien modesta, el PT se planteó que el segundo gobierno debía apostar más fuertemente al crecimiento. Y lo hizo siguiendo un camino que si bien es muy conocido en América Latina, es bastante extraño al pensamiento liberal de los 90 y a la ortodoxia económica aún reinante en buena parte del planeta.

Este camino es el de apostar fuertemente a la inversión pública, tanto en obras de infraestructura como de programas sociales. Uno de los costos fue recortar las metas de superávit primario, que de ubicarse en el entorno de los cuatro puntos y medio del producto bajaron a la mitad en el actual período. En otras palabras, una mayor inversión pública en el segundo gobierno de Lula fue de la mano con una reducción de las metas vinculadas al pago de los servicios de la deuda externa. Claro está que la deuda externa brasileña es bastante menor comparada con la uruguaya o la argentina, pero en todo caso el camino fue una elección relativamente heterodoxa y cercana a las viejas teorías «desarrollistas».

El incremento del gasto en obras públicas y en programas sociales buscó tanto adecuar la infraestructura del país a las nuevas metas del desarrollo como crear empleo e incentivar la actividad económica desde el Estado. El presupuesto anual del PAC, desde su inicio en 2007, está entre siete y ocho mil millones de dólares. Entre las acciones llevadas a cabo se cuentan varias de infraestructura vial (carreteras, ferrovías, aeropuertos, hidrovías) y también de adecuación de infraestructura energética (hidroeléctricas, gasoductos). Asimismo, a eso se suma un profuso número de programas sociales de la más diversa índole, algunos de los cuales tienen por objeto expandir los servicios públicos a poblaciones carentes (como la electrificación de zonas rurales).

El presidente anunció un PAC 2, que comenzará a ejecutarse en 2010 y seguirá durante el próximo gobierno, sea quien sea que gane la elección. Para muchos, esto no es más que campaña electoral adelantada, ya que hacer un programa así en un año electoral sólo puede tener como objetivo la reelección del propio gobierno; máxime teniendo en cuenta que quien lo encabeza es la propia Dilma Rousseff. Pero Lula rebate esos argumentos y señala que la idea es generar una secuencia de inversiones en infraestructura que pueden garantizar el futuro de Brasil.

En palabras del propio Lula, desde inicios de la década de los 80 Brasil adolece de una falta de planificación que hace que cada gobierno implemente sus propios planes sin preocuparse por los demás. En este sentido, el PAC es un instrumento de una perspectiva mayor: la de la planificación del desarrollo económico. Una teoría y una práctica abandonadas durante la era de oro del neoliberalismo (que desconfiaba, claro está, de cualquier planificación central desde el Estado, algo que siempre podría sospechosamente parecerse a los «planes quinquenales» del viejo socialismo real).

También habrá un aumento en el gasto del programa Bolsa Familia (que proporciona dinero y servicios a las familias más pobres), que se reajustará anualmente. Esta política está orientada a funcionar como «colchón» para la crisis y alcanza hoy a once millones de familias en situación de pobreza e indigencia. A diferencia de las críticas al PAC, la mayoría de los representantes de la oposición, en especial del principal partido de la oposición, el PSDB, acompaña y defiende al programa Bolsa Familia, «dentro de los límites de la responsabilidad fiscal del gobierno». Y es que difícilmente hoy en día estos programas sean criticados o levantados, ya que «éticamente» son indiscutibles (una ayuda monetaria de cincuenta dólares a una familia muy pobre tiene impactos significativos, si esa ayuda se recibe en forma permanente), y al mismo tiempo representa, para el gobierno, una proporción de gasto muy baja en relación al producto.

El discurso y la práctica del gobierno muestran una suerte de «blindaje» de Brasil ante la crisis internacional. Sin embargo, la previsión de Brasil para 2009, aunque no tan desastrosa como la de México, o la de Venezuela, indica una caída de 1,3% del producto. Un primer impacto de esta recesión es el aumento de la deuda pública y la caída de las metas fiscales para este año. Un precio a pagar, asegura el gobierno, que no piensa recortar el gasto público (como se deduce de la continuidad de los PAC y del aumento del gasto en el programa Bolsa Familia), y menos aún, el gasto público social. El ministro de Planificación, Paulo Bernardo, asegura que la deuda pública aumentará este año pero que «este es un precio relativamente pequeño que estamos pagando para salvar nuestra economía y mantenerla fuera de ese torbellino que se abatió en la economía en todo el mundo». Lula reafirma esa idea: «Se acabó el tiempo en que Estados Unidos estornudaba y Brasil contraía neumonía. Se acabó el tiempo en que Rusia tenía crisis y Brasil se ahogaba. Eso se acabó. Este país aprendió a respetarse a sí mismo».

Aun así, ni todo es un lecho de rosas para el gobierno. A pesar del excelente desempeño económico y social de estos años, el PT puede perder la próxima elección y el partido del presidente Fernando Henrique Cardoso volver al poder, luego de ocho años de no hacer parte de él. Y es que los logros de los gobiernos no siempre benefician directamente a los partidos que los sustentan.

Mientras tanto, el liderazgo de José Sarney (ex presidente de Brasil) y del partido más importante de Brasil (más importante aún que los partidos que lideran Cardoso y Lula), el PMDB, base de la coalición del actual gobierno (aunque también del gobierno anterior), está en entredicho por un nuevo escándalo de corrupción. Lula volvió a salir a la palestra pública, esta vez para defender a Sarney: «Una cosa es matar, otra cosa es robar, otra cosa es pedir un empleo, otra cosa es el tráfico de influencias, y otra cosa es el lobby», afirmó, queriendo relativizar el escándalo que sacude a Sarney, acusado de haber usado tráfico de influencias para conseguirle un empleo en el Senado al novio de la nieta. Hay que ver bien «el tamaño del crimen», afirmó. Pero a los petistas de ayer y de hoy, Sarney no les gusta. Y aunque sea un aliado imprescindible en la coalición de gobierno, la posición de Lula es observada con disgusto por parte de la cúpula petista. Lula, sin embargo, juega con soltu
ra: impuso la candidatura de Dilma Rousseff y ahora defiende a capa y espada a Sarney, aunque a los petistas no les guste. En este momento su popularidad es tan importante que es capaz de imponer sus propias reglas. Pero, ¿qué sucederá en el futuro, cuando él ya no esté a cargo del proyecto político de Brasil? Eso, permanece en la incógnita. Y estas sólo comenzarán a ser despejadas en 2010.

|*| Politóloga. Universidad  de la República

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