CUENTAS CLARAS

El pasado jueves hablamos de la «fiebre del litio»: esa «corrida» mundial hacia dicho mineral que hoy hace furor en altas esferas de las inversiones planetarias y cuyo principal yacimiento está en Bolivia (casi el 50% del total de las reservas existentes).

Es una de las principales consecuencias de algo que se nos viene encima.

Por distintas razones, entre ellas el calentamiento global, las grandes empresas fabricantes de automotores (uno de los pilares del capitalismo) se han lanzado ­y esto va en serio­ a la «opción eléctrica» para el parque automotor mundial. Ello por ahora conlleva la fabricación de baterías livianas, potentes, fácilmente recargables, aptas para muchas recargas y duraderas.

Por ahora ­perdón por la necesaria reiteración­ las de litio responden a esa demanda tecnológica mucho mejor que otras. Pero, dadas las febriles investigaciones en curso, nada garantiza que, de pronto, no aparezca algo mejor.

Todo parece indicar entonces que «la» opción es eléctrica. Que lo sea o no, tendrá enormes repercusiones incluso en el mundo de las energías alternativas.

La citada opción, por ejemplo, puede inducir hacia la energía nuclear. «Ataca» (importan mucho las comillas) a los biocombustibles además de a los hidrocarburos.

Pero puede inducir también hacia la opción «solar» como es el caso de Israel que, pudiendo construir otro reactor, prefiere explotar la radiación solar del desierto del Neguev.

En estos casos, al fin de cuentas la decisión siempre es política.

Si los autos vendrán para batería de litio quien no los quiera deberá usar o bien nafta o bien etanol (gasoil o biodiesel) pero en ese caso, y tiempo al tiempo, sabrá que «sus» autos irán escaseando.

Dicho sea de paso: en tales investigaciones hoy apabullantes, nuestra juventud no está participando. Como si viviéramos fuera del planeta.

Israel es el primer banco de pruebas para tamaño viraje mundial: a partir de este año se creará allí la primera red nacional de enchufes para autos (500.000 en total) y a partir del 2011 comenzarán a venderse con grandísimas ventajas fiscales y legales los autos eléctricos Nissan-Renault con baterías de litio Nissan-Nec.

Con otra «revolución» incluida: usted comprará el auto por un lado y a su gusto, pero por el otro sólo la empresa concesionaria de la red podrá PRESTARLE la batería sin la que el auto será totalmente inútil (salvo que lo mueva «de a caballo»). Mensualmente se le cobrará el gasto de su auto por la factura de UTE. Incluida la ganancia que la empresa Better Place deberá recibir puntualmente mediante religiosa transferencia.

Better Place es la empresa concesionaria de la red e invertirá millones de dólares en montarla para luego resarcirse.

Para todo ello Israel viene montando en el desierto del Neguev un vasto complejo de energía solar que llegará a los 4.000 megavatios (casi el doble de la potencia instalada en Uruguay incluyendo represas, turbinas a diesel, etcétera). Repetimos: casi el doble en un valle de un desierto cuya superficie total equivale a la del Departamento de Florida.

No es, por otra parte, novedad alguna en aquel país: hace poco alguien que vive allí trajo fotos del «paisaje» de las techumbres de las ciudades israelíes: su característica («novedosa» acá) es el bosque de colectores de calor solar para calentamiento de agua con sus respectivos «tanques térmicos» en cada techo. Debemos confesar que sentimos bastante vergüenza: Israel no goza de más radiación solar que Uruguay.

Volviendo al tema de los autos y manejando cifras que deben ser «viejas», Israel tiene unos siete millones y medio de habitantes y unos 309 automotores cada mil (Europa y Estados Unidos tienen muchísimos más) lo que, haciendo cuentas a mano, da unos dos millones trescientos mil automotores.

No todos son autos y los que no lo sean es probable que sigan usando fuentes de energía «tradicionales». No lo sabemos.

Pero tampoco importa para esta columna mandar afinar tanto el lápiz de algún amigo. Están de vacaciones… Hemos pensado que dos millones de autos eléctricos con un motor de 80 kilovatios equivalentes a unos cien caballos, munidos de sus correspondientes baterías cargadas pasan también a ser, en cualquier lugar del mundo, un formidable y jamás visto «almacén» de energía que si se puede devolver a la red en lugar de gastarla en ruta sería capaz de suplir carencias energéticas vitales producidas por emergencias inesperadas de todo tipo (incluso militares).

O fallas inesperadas en el sistema eléctrico global de dicho país.

Por ejemplo: la «salida» intempestiva y momentánea de una central nuclear o cualquier otra por el estilo.

Sospechamos que para tomar su decisión histórica Israel también ha pensado en esto y que por lo tanto habrá solución tecnológica incorporada como para que los autos citados puedan, en caso de extrema necesidad, surtir a la red allí donde eso sea indicado (y bien pagado) por el Gobierno.

Si estas groseras cuentas las hacemos para los grandes países del Primer Mundo (500 autos por cada mil habitantes en Europa y 600 en los EEUU), el reservorio ambulante de energía, sin que nadie se dé cuenta, sería colosal.

En lugar de construir una gigantesca batería de litio para tal menester (o algo similar) y a cargo del Estado, se induce a la población por la vía del automóvil a que la tenga diseminada y disponible pagándola sin dolor. Al fin de cuentas no es algo muy distinto a la televisión: la inversión más grande no está en los canales emisores sino en la vasta red de receptores diseminada por todo el país y en cada hogar, cuyo costo ha corrido y corre por cuenta de la ciudadanía. Sin ella, los mejores canales del mundo, transmitirían para nadie.

Cabe destacar que una red eléctrica es la cosa más extendida y «capilar» de todo país medianamente organizado por lo que las nuevas «estaciones de servicio» tendrán solucionada la inversión más costosa.

No estamos en contra del paso ejemplar e histórico que Israel ha dado: todo lo contrario. Pero conviene tener las cuentas claras.

*| Escritor, senador de la República.

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