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SADISMO DE PLAYSTATION E IMPUNIDAD

El devenir de la historia es muy pródigo tanto en la producción de observables de determinados aspectos de la degradación humana, el sadismo y la barbarie extrema, cuanto en institutos de ocultamiento.

El retrato de Dorian Grey sólo se hace visible y horrorizante cuando determinadas intervenciones humanas develan detalles ocultos, o cuando su curso es sometido a análisis crítico. Porque justamente la historia busca disimular sus excrecencias bajo todas las alfombras, pactos y maquillajes posibles, dado que está escrita casi excluyentemente por los vencedores. No es nuestro deambular retorcido por caminos aparentemente diversos e inconexos el que nos conduce ineluctablemente, a través de tantas contratapas, a la desembocadura hacia una Roma del horror y el consecuente pesimismo ante el futuro de la especie humana: tanto aquella de la antigüedad, como la de la semana pasada porque la historia es un continuo de conquistas y apropiaciones narradas para su justificación. Es la cartografía de la impunidad la que dibuja el destino final de estos senderos convergentes.

Es así que la resistencia a las anestesias mediáticas, a las excusas ideológicas del crimen, a la renegación y al sopor de las distracciones es un componente necesario, aunque no suficiente, para evitar la reiteración de masacres y genocidios entre otras formas de deshumanización de la vida. En varios niveles de su significación, la develación, es decir la acción de quitar el velo que opaca u oculta la realidad, es una contribución importante a la posibilidad de alterar, aunque sea parcialmente, el curso de la historia.

En esta semana, aparecieron dos producciones audiovisuales que merecen inscribirse en un lugar de privilegio dentro de estas contribuciones. Una ONG subió un video a su propia página (www.wikileaks.org) a través de Youtube (en una versión resumida y en la original titulada «collateral murder», «asesinato colateral» en español), que no sólo desmiente la versión oficial sobre cómo el ejército de Estados Unidos mató a once iraquíes, entre los que había un fotógrafo y un chofer que trabajaban para la agencia de noticias Reuters, sino que aporta todos los detalles audiovisuales del procedimiento criminal. Además, anteayer fue presentado en el populoso festival de cine independiente de Buenos Aires (Bafici) el documental «To shoot an elephant» que expone, desde la óptica de voluntarios internacionales de derechos humanos, la masacre del verano del 2009 en la Franja de Gaza perpetrada por el ejército israelí.

En el primer caso, fue la organización Wikileaks, cuyo nombre resulta de compleja traducción aunque podría sintetizarse en «filtraciones», o «fugas» (leaks), «multicolaborativas» (wiki). Se propone como una página con sede en Suecia, cuyos contenidos son esencialmente filtraciones de informes o documentos comprometedores o secretos que pueden ser aportados por múltiples voluntarios a los que, en este caso, al estilo de la mejor deontología periodística, se protege su identidad a fin de lograr su propósito develador. Sostiene poseer 1,2 millones de documentos acumulados en sólo cuatro años.

El video documenta el asesinato del fotógrafo de Reuters, Namir Noor-Eldeen, su chofer Saeed Chmagh y otros nueve civiles desarmados el 12 de julio de 2007, además de herir de gravedad a dos niños que iban en una camioneta civil que fue acribillada cuando se acercó a recoger a un herido. Las víctimas ni siquiera advierten la observación y potencial hostilidad del helicóptero Apache desde el que se los asesina usando la artillería de estos aparatos, consistente en ametralladores de 30 mm. El video está realizado desde la perspectiva de la máquina voladora. Aunque la agencia Reuters solicitó en numerosas ocasiones el video (todos los operativos militares son filmados aunque con encriptación) amparándose en el «freedom of information act», le fue negado de forma pertinaz, argumentando que se habían respetado las «rules of engagement» y los procedimientos para caso de ataque de una fuerza hostil. El diario «The New York Times» confirmó la versión. Como siempre.

Pero la mayor capacidad iluminadora de este documento audiovisual no consiste en la exposición de la matanza en sí, ya que lamentablemente es una más de las que cotidianamente perpetran los invasores, sino en la exposición de la «cocina» del operativo. Por primera vez queda expuesto con total detalle el modo en que se formulan las hipótesis desde el helicóptero agresor hasta su supervisión, además de la posición subjetiva de los protagonistas criminales. Una vez detectados los transeúntes en una calle desierta del barrio Nuevo Bagdad, el piloto (o artillero, desconozco la «división del trabajo» en esos helicópteros) sospecha que habría uno armado enfocando con el zoom a Namir y su cámara Canon con teleobjetivo. Hipotetiza que se trataría de un RPG, un fusil lanzagranadas, incomparable en forma y tamaño, solicitando permiso para disparar, cosa que repite ansiosamente en dos oportunidades (luego de la primera ráfaga agregan una inexistente ametralladora AK-47 a la hipótesis original). Ya se vislumbra en esa introducción del diálogo el perfil videogamer de playstation sediento de sangre y adrenalina del marine.

Una vez autorizado el ataque y ejecutada la primera sucesión de metralla, a medida que se van disipando el humo y el polvo provocado por los tremendos proyectiles, se los escucha bromear sobre las muertes producidas. Riéndose, expresa textualmente el asesino: «Oh Yeah, look at those dead bastards», lo que literalmente significa «Oh sí, mirá esos bastardos muertos», aunque en la usanza rioplatense debiera reemplazarse «bastardos» por «hijos de puta». La respuesta de controlador es «nice», «lindo», aunque en nuestro uso tampoco tiene el énfasis que se le da en el inglés norteamericano y podría ser traducido como «hermoso». «Good shoot», «buen tiro», y el consiguiente agradecimiento.

La segunda etapa del video de la masacre muestra la detección de uno de los ocho acribillados malherido, arrastrándose con gran dificultad. El piloto pide permiso para disparar de nuevo. Se le pregunta si está armado. No se constata. Reitera el permiso para rematarlo sin conseguirlo. Cuando se acerca una camioneta civil para socorrer al herido, advierte que están levantando cuerpos (¡y armas!). La autorización se hace esperar. «Come on! Let us shoot»: «¡Vamos (con notoria ansiedad)!, déjennos disparar». Conseguido el permiso y destrozados la camioneta y los socorristas, una nueva ironía del artillero. «Oh Yeah. Look at that. Right through the windshield! Ja, ja»: «Miren eso. ¡Justo a través del parabrisas! Ja, ja».

Habrá un tercer momento para la risa de los criminales cuando una tanqueta de las tropas de tierra que llegan a la escena del crimen aplasta el cadáver del fotógrafo de Reuters. Posteriormente, descubrirán que están los dos niños heridos en la camioneta, lamentando que los rebeldes los involucren en las «batallas». Jamás tuve ocasión de ver, salvo en las peores películas clase B, la posición subjetiva (no ficcionada en este caso) del sádico cobarde decidiendo gozosamente la muerte desde su inmune parafernalia. Una muestra de que las revelaciones de Abu Ghraib, sobre las que tuve ocasión de opinar en este espacio, no son una excepción atribuible a excitados pervertidos, sino una construcción subjetiva de la sociedad norteamericana, convenientemente seleccionada para este tipo de «oficio».

En el documental «To shoot an elephant» (que puede verse on line o descargarse en el sitio www.toshootanelephant.com, ya que es una licencia created commons) se muestra exactamente la perspectiva subjetiva inversa en un escenario no muy diferente de ocupación como lo fue la llamada operación Plomo fundido (que en realidad debió llamarse Fósforo blanco) en la Franja de Gaza en enero del 2009. No agregará hechos luctuosos desconocidos, sino que se centrará en los más difundidos como los bombardeos a hospitales, a la universidad o al almacén de la ONU en el qu
e se concentraba la ayuda internacional, filmados mayormente desde el interior de un hospital o de las ambulancias. Expondrá la desesperación y el duelo incontenible de las víctimas de una masacre sublimada en la esperanza religiosa de venganza. Algo desgarrador. Uno y otro documento resultan complementarios en la elucidación del estado de descomposición política, ética y de la deformación subjetiva que el curso de la historia hoy tiene en aquellas latitudes asiáticas.

Pero no hay razón alguna para sentirnos indemnes ante estas atrocidades, ya que los agresores actuales aludidos aquí son los antiguos impulsores de los terrorismos de Estado de nuestro Sur y muchos de sus tenebrosos e impunes ejecutores están aún vivos entre nosotros. A los efectos del reconocimiento de la producción y reproducción subjetiva de la criminalidad, poco importa si los monstruos están activos como los terroristas imperiales actuales o si sobreviven en la impunidad, ya derrotados y retirados, como los nuestros. La matriz que moldeó este sadismo es exactamente la misma que se alimenta y mantiene latente con la impunidad vigente en estas latitudes y llega inclusive a enfatizarse con la boutade del Presidente Electo de transformar en proyecto de ley su personal misericordia septuagenista. La primera víctima del horror es la verdad. Pero también la última. Habrá que hacer lo imposible por rescatarla, mientras agonice, aún a riesgo de correr la suerte de las ambulancias en Gaza o de la camioneta civil en Bagdad.

Detrás de todo crimen impune hay uno en gestación. No es con compasión hacia los viejitos como lo evitaremos. No todos somos Pedros.

|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@mail.fsoc.uba.ar

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