27 DE JUNIO DE 1973: PERDONAR SIEMPRE, OLVIDAR JAMAS

(Compatriotas, digamos «nunca más» y también digamos lo mismo de otra manera. Digamos «por siempre libertad». Por siempre «paz». Por siempre

«compromiso con la equidad». Palabras del presidente Mujica el 19 de junio)

Mucho se ha dicho y escrito sobre los sucesos del 27 de junio y no vale la pena recorrer caminos trillados. Lo que sí se debe recordar es que el alzamiento militar de 1973, que no nació por generación espontánea, señala un cambio cualitativo en la modalidad de asumir y encarar el desplome que comenzó en el lejano 1955. Agotado el ciclo neo batllista del «industrialismo por sustitución», que permitió un crecimiento sostenido del 9%, se pasó durante dos gobiernos blancos, y de la mano del contador Azzini al primer intento de liberalizar la economía. Los números del Instituto de Economía son concluyentes. El crecimiento industrial (por lejos el mayor proveedor de trabajo) cae a un escaso 1%. A todo esto hay que agregar una creciente incapacidad de los sectores industrial y agrario para absorber una mano de obra desocupada cada vez más numerosa, que durante un tiempo fue reclutada e instalada en cargos públicos. Cuando al Estado Complaciente se le acabaron los cupos, arrancó la crisis, con todos sus ingredientes. Inflación. Fuga de capitales. Endeudamiento condicionado al cumplimiento de políticas recesivas. Insatisfacción y desilusión colectivas. Guerrilla urbana y emigración, mucha emigración.

Con Pacheco Areco (1968), comenzó el autoritarismo mediante la aplicación del Estado de Sitio (que en Uruguay se llama «Medidas Prontas de Seguridad») como modalidad permanente de gobierno, dado que el Parlamento en plena atonía institucional, por cobardía, irresponsabilidad o inacción, avalaba al señor Pacheco, que en pleno desborde censuró y cerró la prensa no adicta, prohibió partidos políticos, clausuró sindicatos y permitió, por acción u omisión, el funcionamiento de «Escuadrones» de triste memoria.

El fallido intento de reelegir a Pacheco lleva a la Presidencia al estanciero Juan María Bordaberry, un católico regresivo y ultramontano.

Pero el golpe de Estado era inminente. Porque ya había habido una intentona fallida a finales de 1966, cuando el general Seregni se apersonó al general Aguerrondo (padre) ­creador de la logia Tenientes de Artigas e ideólogo de la ruptura constitucional­ advirtiéndole que impediría por la fuerza cualquier salida contra la legalidad. Los golpistas esperaron pacientemente 7 años y ahora eran dueños del poder. Ironías de la historia. Los golpistas que tenían como prioridad uno, traer de regreso a Pacheco Areco por considerarlo responsable de corrupción a todos los niveles, terminaron por pactar con el ex mandatario, que pasó a convertirse durante 15 años en embajador itinerante de la dictadura. Bordaberry hizo un patético llamado a detener a los golpistas, desde los balcones del palacio Estévez, ante unos 50 curiosos.

La rebelión comenzada por el Ejército, con el desganado apoyo de la Fuerza Aérea, recibió el repudio de la Armada. Los marinos ­con la excepción de una treintena­ rodearon a su comandante, el almirante Zorrilla, e hicieron de la Ciudad Vieja una «ciudad libre». Bordaberry, como sabemos, no aceptó levantar la bandera de la legalidad en la Ciudad Libre. Se alió con los golpistas. Estaba en su naturaleza. Sus arquetipos eran Franco y Pinochet. Ahí comenzó un raro interregno que duró hasta el 27 de junio, cuando el aséptico Parlamento fue cerrado por los generales Cristi ­fallecido­ y Alvarez, hoy aquejado de amnesia.

En el ínterin Zorrilla y su entorno fueron destituidos. El Comando fue ocupado por el almirante González Ybargoyen, un católico ultraconservador, cuñado del muy arribista coronel y abogado Néstor Bolentini, que fungía de eminencia gris. Para el folclórico almirante Hugo Márquez se creó el cargo de comandante de la Flota.

Así comenzó la larga noche. Todo fue posible para los uniformados y su vocacional y genuflexo coro civil. Se asesinó. Se robó. Se extorsionó. Se traficó con recién nacidos mientras se asesinaba y se hacía desaparecer a los padres.

Y se mintió y se sigue mintiendo.

En verdad el 27 de junio debería ser la fecha de conmemoración de la conversión de Uruguay en una auténtica república bananera. Sin bananas. Este cronista recuerda:

1. Que se abrió una embajada en Gabón para un coronel. 2. Que Uruguay fue el único país del mundo que envió a un obeso general a la creación por parte del régimen racista sudafricano de la seudo república de Transkei, acto repudiado por Naciones Unidas. 3. Que se dispuso que Pluna volara a Curazao, en las Indias Holandesas, para pasear a un militar. 4.Que la lluvia de papel picado que caía sobre el automóvil descubierto que recorría 18 de Julio con Bordaberry y su invitado Pinochet, no se debía al entusiasmo de los montevideanos, sino que eran soldados que violentando los apartamentos los arrojaban de los balcones. 6. Que la economía estuvo en manos de los señores Végh Villegas y Arismendi, vocacionales amanuenses y hombres de confianza del general Alvarez, con quien crearon eso que se llamó «la tablita». Algo así como el bíblico milagro de los panes y de los peces. Pero al revés. Porque el país se fundió. Ellos no. Tienen una flotabilidad que pondría pálido de envidia al mismísimo Arquímedes. 7. Como frutilla de la torta y síntesis de qué entendían por cultura, los coroneles a cargo de la dirección de AFE sacaron una tira cómica «antikomunista» en la cual, semana a semana, se podían seguir las vicisitudes de una locomotora «demókrata», llamada «Vaporita», cuya carita angelical sonreía desde la cara frontal de la máquina y que era molestada de todos modos por el muy villano «vagón negro», que lucía sobre el costado ­en blanco sobre negro­ una hoz y un martillo, y en el frente una cara de tiburón mostrando los dientes, con sonrisa sobradora y socarrona. Por suerte, en el último cuadro del «cómic» el vagón negro era consuetudinariamente derrotado por «Vaporita» para mayor gloria de la democracia, occidental y cristiana. Confesamos no recordar hasta cuándo vivió esta obra maestra de la estupidez cuartelera, síntesis del clima cultural que campeó durante la dictadura a lo largo de una interminable docena de años.

Si me preguntaran qué siento en este 27 de junio, contesto: Vergüenza y orgullo. Y por su orden:

Vergüenza ajena porque pasó lo que pasó. Vergüenza que se transforma en náuseas cuando ocurren sucesos tales como el de negarle honores protocolares al difunto general Líber Seregni por parte de los ex comandantes en jefe del Ejército teniente general Pomoli y de la Armada vicealmirante Daners. (Desaire que no acompañó el comandante de la Fuerza Aérea, Enrique Bonelli). Náuseas por la actitud corporativa de los otros ex comandantes. Que además de llegar fuera de tiempo es incongruente. No se pueden asumir responsabilidades y refugiarse al mismo tiempo en el grupo amparándose en el silencio corporativo, que es la forma militar vergonzante de la «omertá». Siento orgullo porque mi/tu/su/nuestro ejército, en Camboya, en el Congo, en la Antártida y en Haití, una y otra vez, muestra y demuestra al mundo que FFAA con perfil muy bajo pueden hacer cosas muy altas. Y hacerlas muy bien. En el aire, en el mar, en tierra.

|*| Contralmirante retirado.

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