WIKIFREAKS

Recién comienza el revuelo internacional por la supuesta filtración de más de 250.000 cables diplomáticos de los Estados Unidos, de los cuales sólo una ínfima parte viene saliendo a la luz de manera sorprendentemente indirecta, filtrada y parcial. Procederían aparentemente del «Secret Internet Protocol Router Network» (SIPRnet), una red de comunicaciones que utiliza el Pentágono, aunque en ningún caso tan secreta ya que tendrían acceso a ella más de un millón de personas además del hecho de que cualquiera puede encontrar detalles de su existencia y características con sólo hacer una búsqueda por su nombre en google o en wikipedia. Simplificando en exceso, es una suerte de intranet que descongestiona los atascamientos burocráticos al menos en la medida en que permite consultar o producir información desde cualquier lugar del mundo, bastando para ello una simple computadora conectada y obviamente poseer claves de seguridad. Pero las ventajas de la dinamización informativa se contraponen al hecho de que su privacidad no depende tanto de las medidas técnicas de seguridad que se adopten, como por ejemplo la instalación de firewalls o sofisticados mecanismos informáticos antihacking, sino de la lealtad de sus usuarios. Es por lo tanto una red política y socialmente vulnerable. Haciendo una analogía doméstica, carecería de sentido blindar una casa contra intrusiones forzadas y robos si hay miles de copias de las llaves de alguna puerta de acceso y no se tiene plena confianza en sus poseedores o férreo control sobre ellos. El estilo de «goteo» en la difusión de estos documentos le otorga, además, cierto suspenso a la historia y presagia un verano austral con sorpresas y potenciales derivaciones que bien podrían sustituir la atención en las novelas negras que separamos para leer en esta época.

Pero una primerísima conclusión hipotética, aún con el carácter incipiente de los primeros datos, es que no estamos ante genéricos problemas de seguridad sino estrictamente políticos de la diplomacia norteamericana que, además de demostrar fisuras políticas en su interior, exhibe con ellas, al menos hasta el momento, su frivolidad e incompetencia para caracterizar los países en los que opera y sus principales actores, además de ingenuidad y soberbia para concebirse a sí misma. No falló un sistema técnico, ni hubo error alguno en su manejo. Tampoco hackeo externo de esa red. Sólo sucedió que alguien (es indiferente el uso singular o plural aquí) con acceso autorizado consideró consciente y voluntariamente que la información de marras debería ser pública y eligió un medio para hacerlo, transfiriendo la documentación a una página web. La naturaleza jurídica y política borrosa, indefinida y compleja del copyright de este tipo de archivos, y la replicabilidad de la información que permite el sustrato digital, le abrieron el camino al informante.

Ese medio elegido que hoy está en los titulares de la prensa mundial es Wikileaks, cuyos propósitos y valentía tuve oportunidad de destacar en una contratapa de este diario de hace menos de un año atrás («Sadismo de playstation e impunidad» del 11/04/2010) en la que discutía la satisfecha perversión de los soldados estadounidenses cuando perpetraron el asesinato de varios civiles iraquíes indefensos, incluyendo un periodista gráfico. El sitio consiguió un video que además de las imágenes reproduce las comunicaciones entre los asesinos y sus superiores. Pero a ese documento audiovisual le sucedieron a lo largo del año otros gráficos sobre Afganistán, también sobre casos de abusos, torturas, violaciones e incluso asesinatos cometidos por la policía y el ejército iraquíes, aliados fundamentales de las fuerzas internacionales de ocupación. Wikileaks, además, ya había recibido el año pasado un premio de Amnistía Internacional por su denuncia acerca de las masacres en Kenia.

Independientemente del éxito en la obtención de la documentación secreta de esta página en particular y su impacto, el debate político actual surge a consecuencia del pasaje paulatino (a lo largo de las dos últimas décadas) de una informática de élite a una de masas y del consecuente reforzamiento de amplios y masivos movimientos de la sociedad civil que militan por la socialización de la información y la cultura. Cada vez más ciudadanos luchamos en el mundo por más pleno y libre acceso gratuito a todas las formas digitalizadas del conocimiento, la información y la cultura. Las páginas como Wikileaks que se centran en la revelación de información secreta o contenido políticamente sensible, son sólo una rama de la información digitalizada de las variadas que nutren esta lucha, cuya contribución fundamental pasa más por el combate contra la impunidad y el reforzamiento cívico. Pero es Internet quien hace de esta posibilidad una realidad y sobre todo, dentro de la generalidad de la red, los sistemas distribuidos de intercambio de archivos entre pares o sistemas P2P que además de permitir prácticamente la socialización y distribución de archivos, refuerzan la noción política de este derecho.

En aquella oportunidad destacaba, además de la práctica de publicación concreta, la curiosidad del nombre elegido, el que puede ser traducido, no sin complejidades polisémicas como filtraciones o fugas (leaks) multicolaborativas (wiki). Lo difícil de adecuar al ejemplo es sobre todo el uso del término wiki (en hawaiano significa rápido) que es en realidad un documento compartido que puede ser editado por múltiples autores. Obviamente en este caso no hay variados editores sino a lo sumo diversos proveedores anónimos de la documentación. Intenté subrayar además, que la página funcionaba con el mejor manual de deontología periodística, protegiendo la identidad de la fuente. Hasta estos episodios en Wilileaks encontrábamos los documentos completos y desconocíamos la identidad de sus aportantes.

Sin embargo veo con perplejidad y desazón que el procedimiento de difusión es inverso al señalado líneas arriba en este último caso tan sonado, por razones que en nada se pueden atribuir a los ataques informáticos que recibió el sitio o al boicot de los anfitriones o empresas de hosting que lo aloja. Mientras escribo esta nota, Wikileaks está caído en todas sus posibles direcciones, pero no lo estuvo los primeros días de diciembre donde no había indicios de publicación de los 250.000 documentos sino unos pocos y breves memos, en general intrascendentes. Los documentos están siendo filtrados, editados y paulatinamente publicados por los 5 diarios elegidos para la difusión, según reconocen los editores. Pareciera que todos han acordado un plan de difusión e inclusive que lo poco difundido hasta el momento no es siquiera original sino un recorte de cada uno según los criterios de esta convergencia editorial tan sorprendente. También admiten que consultan permanentemente a la embajada estadounidense antes de cualquier publicación. Como si no bastara esta vuelta de campana de la filosofía de transparencia, denuncia y publicación completa del material, también difiere con lo antedicho el hecho de que se sabría la identidad de la fuente, al que la prensa exhibe como un «freak» (en inglés, anormal, indeseable) lo que me sugirió la ironía del título, aunque no debe responsabilizarse a Wikileaks por ello. El propósito ideológico de este tratamiento es disimular y encubrir la naturaleza del conflicto político y social que está en juego y es entre las acciones criminales secretas del imperialismo estadounidense y su impunidad por un lado, y sectores movilizados de la sociedad civil del mundo tratando de probarlas, denunciarlas y contribuir a su condena y limitación futura, por otro. Para ello intenta presentar este affaire como un acto delictivo producto de algún enfermo o desequilibrado. No es casual. Los memos difundidos hasta ahora hacen gala también de la misma matriz psicologista salvaje e individualista. Sus análisis están exentos de conflictos, vaciados de fuerzas sociales e interese
s materiales. Sólo se interrogan por las personalidades de algunos protagonistas. La Sra. de Clinton no se disculpa por las prácticas que develan los primeros documentos, sino por su difusión. No garantiza que no vuelvan a ocurrir sino que volverán a mantenerse en secreto. No encuentra nada de qué arrepentirse.

Independiente de quién haya sido el o los aportantes de la documentación, somos muchos y cada vez más organizados en la red, los que lo haríamos si tuviéramos la oportunidad técnica o política ya que estamos comprometidos en esta lucha de la sociedad civil o quienes ofrecemos páginas institucionales para alojar las denuncias y documentación. En tal sentido, el fundador y director de Wikileaks, el australiano Julian Assange, además de denunciar el boicot y ataques al sitio y preocuparse con toda razón y justicia por su libertad e integridad debería explicar por qué la información es filtrada y administrada por los diarios contradiciendo toda la práctica previa y la filosofía cívica en que se funda. Un diario no puede publicar semejante volumen de información. Un sitio sí y los lectores puede hacer uso de filtros y buscadores para poder hacer de una masa enorme de datos una secuencia de información relevante. De hecho ya tenía acumulados más de un millón de documentos.

No leería 250.000 textos de la diplomacia norteamericana. Pero me ha surgido una irrefrenable curiosidad por conocer a alguno de sus embajadores, de cualquier latitud. Deben ser agudos observadores de las personas y sobre todo incansables cosechadores de información y conocimiento. Siento nostalgia de ese perfil. En nuestros barrios antiguamente abundaban, pero fueron languideciendo hasta su cuasi desaparición, quizás producto de las revistas del corazón, los realities y la tinellización creciente de la vida.

Los llamábamos chusmas.

|*| Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.  Ex decano. cafassi@mail.fsoc.uba.ar

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