DIARIO DE CAMPAÑA:

PARA IR CANTANDO

Muchas veces, a lo largo de mi vida, me pregunté en qué mundo- tan rico y policromático- viviría María Elena Walsh. La «Guól», como a ella misma le gustaba recordar que le llamaban los niños pobres de la Argentina. Era un universo donde Manuelita lograba llegar de Pehuajó a París, donde la naranja se paseaba de la sala al comedor, donde reinaba una batata, un mono liso bailaba twist y donde (¿ Por qué no?), a veces, el mundo entero se ponía al revés.

Dicen las noticias que a esa lucecita que se encendió 80 años atrás en un caserón de Ramos Mejía, una larga agresión del cáncer la terminó apagando ayer, 10 de enero. Agnóstico que soy, no debería preguntarme en qué mundo estará ahora María Elena. Pero por ella, estoy dispuesto a hacer una excepción y gustoso suponer que se fue a buscar a Manuelita a París o, que, superada la fragilidad que aquejaba su sistema óseo, «se haya soltado el pelo» para bailar un buen twist con el mono liso. O quizás mejor, me presto con deleite para imaginar que está acondicionando el mundo del revés, esperando a que los adultos descubramos la irracionalidad del mundo de injusticias y represiones que sostenemos, y nos avengamos a apostar por un mundo a la altura de los niños, de todos los niños.

Es que el mundo de la «Guól» era un mundo dulce pero no edulcorado, lleno de fantasía, pero en absoluto alienado ni alienante. Bien por el contrario, sus letras eran una manera fina, emotiva, humorística y nada panfletaria de plantear, aún para los más adultos, que una realidad distinta es posible.

María Elena la mujer supo amar otras mujeres y eso vaya que era difícil en la Argentina en la que creció. Muy distinta a la de hoy, en que gracias a la Ley de Matrimonio Igualitario, dos mujeres que se amen, si lo desean, puedan casarse al igual que dos hombres o un hombre y una mujer.

María Elena la mujer, como digna hija de la clase media acomodada argentina, abrevó en las aguas del antiperonismo. Hasta que a fuerza de conocer gorilas y verlos en acción, prefirió al Mono Liso, a la gente, y fue cambiando su posición, adquiriendo mayores simpatias por el peronismo

María Elena, la mujer, a quien nada le caería peor que una apología de plástico, no salió a combatir la dictadura metralleta en mano, pero supo denunciar la censura imperante en la Argentina dictatorial- comparándola pelo a pelo con la España de Franco- en el momento más álgido de la represión, en un gesto de coraje inusual. Y harta de la censura y pacatería desenfrenada que invadió Argentina para el Mundial del 78, se negó a seguir componiendo o actuando mientras no cambiaran los vientos.

María Elena, la mujer, fue capaz de escribir verdaderas locuras que sólo un enamorado de su tierra y de su gente entiende. Pues por más que el mundo es uno solo y todos los humanos hermanos, para muchos, la relación con la tierra y gente más cercana, es una relación amorosa. Un amor sin mezquindades, no excluyente, sino que por el contrario, es una suerte de trampolín emocional para desde lo muy cercano querible, aprender a amar también a toda la especie humana.

La «Guól» lo escribió quizás mejor que nadie en «Serenata para la tierra de uno»:

 

Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy con todo y a pesar de todo mi amor yo quiero vivir en vos

Cada artista, cada voz, cada pincel, verso, guitarra o pluma, deja tras de sí mucho más que sus obras. Deja las emociones que impregnó a sus semejantes. Deja la pasión con que los amantes se entregaron acompañados por su música o sus versos, deja las lágrimas de alegría surgidas ante una deliciosa comedia, deja el impacto y asombro causado por su paleta de colores. El artista no deja sus obras. Continúa regalando, aún siglos después de su pasaje por este mundo, las fibras sensibles que toca día tras día y los recuerdos que hace atesorar a prójimos que, en su mayoría, no le conocieron.

La «Guól» hizo la letra y música de una breve maravilla- no encuentro otras palabras para describirla- que me ha tocado el fondo del alma desde la primera vez que la oí. Desde entonces la pude disfrutar en voces y versiones tan disímiles como las de la gran Negra Sosa, la de esa belleza de persona llamada León Gieco u otras sonoridades menos reconocidas pero no menos bellas, como las voces de compañeras y compañeros de distintos rincones de América Latina. Compañeras y compañeros del Chaco, de Atacama, de San Pedro, de Barinas, de Rocha o de Pinar del Río, que al cantarla se decían a sí mismos que aunque fuera de puro cabezaduras, en ellos la vida siempre podría más.que todas las penumbras. La mayor de todas las verdades.

 

Me refiero a «La Cigarra», claro está.

Algunas veces la vida nos hace pasar por momentos terribles. Donde el frío barro y la oscuridad parecen cubrirnos. Tanto da, a los efectos del dolor, si es por la traición, crueldad e indignidad de otros , o bien por la estupidez, insensatez y arrogancia propias, o peor aún por la simple desgracia, la mala serte de estar en el mal lugar en el mal momento. O, como no pocas veces ocurre, por una mezcla de todos estos u otros ingredientes. Pero me temo que todos- o al menos casi todos- al llegar a cierta edad e intensidad de vida, conocemos de algunos días y noches en los que la penumbra se cierne abrumadora y sólo se desea cerrar los ojos y despertarse mucho tiempo después, cuando «todo haya pasado».

En esos momentos, claro está, en muchos prójimos aflora el irrefrenable deseo de patear al caído, de burlarse de su desgracias, de festejar su derrumbre, de sumar suposiciones y adjetivos apresurados e ignorantes al lodazal. No juzgo: señalo un hecho comprobado. No juzgo, porque así como puedo emitir opinión sobre asuntos racionales y generales- como las opciones políticas- no me corresponde ningún derecho de suponer la intimidad ajena y menos aún evaluarla. El club de pateadores en el piso- filial de la asociación universal de quienes se ríen del «mariquita» o la «machona», del «bobo», del feo, del torpe, del pobre, del «negro», del «árabe», del «judío», del tímido, del mal vestido, del sucio, del borracho, del loco, del enfermo, tiene numerosos miembros. Pero yo no soy quién ni para juzgar ni para explicar las actitudes de este club y su numerosa membresía.

Pero así como aparecen estas voces, aparecen las que empatizan, las que tratan de entender antes de juzgar. Las que ven y ayudan a ver en una caída, muchas veces, un intento mal ejecutado de dar un buen paso. Las que ayudan a abandonar la quimera de cerrar los ojos «hasta que todo haya pasado». Las que hacen entender que nada pasará si no se abren bien los ojos, para asumir, digan lo que digan los demás, con serenidad y sensatez todo lo que de bueno y de malo se ha hecho, sin jamás culpar al universo del error propio ni tampoco cargar en los hombros la ruindad ajena. Esas voces, son las voces de la vida.

Y las voces de la vida, la «Guól», las resumió todas, toditas, en «La Cigarra», que en su última estrofa recuerda a cada uno de nosotros:

 

Tantas veces te mataron, tantas resucitarás,

 

¿cuántas noches pasarás desesperando?

 

Y a la hora del naufragio y la de la oscuridad,

 

alguien te rescatará para ir cantando.

 

«Guól» querida, ojalá algo de tanta dulzura, imaginación y sana provocación a pensar que lo normal no es lo bueno, ni lo raro es condenable, quede con nosotros para siempre.

Algún lagrimón, al escuchar la voz de León con un enorme retrato tuyo de fondo, cantando «La Cigarra», fue imposible de retener. Pero rumbo al mundo del revés, en tu despedida, te juro, por la tortuga Manuelita, que se me escaparon mil sonrisas.

Muchas gracias María Elena, querida «Guól». Por sentir tanto, imaginar tanto, vivir tanto y por rescatar a muchos más de los que podías siquiera sospechar, simplemente para ir cantando.

|*| Profesor de matemática.

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