GIRASOLES

Ya no da gauchos el tiempo: plantar soja en Cerro Largo, lo que se dice soja, parece cosa de Don Verídico. Clausura tradiciones y folclore. Se lo pregunté a la orilla del camino, por entre aquellas soledades, a un paisano de a caballo, que además de facón llevaba chaira. Armando con chala, despacito, como calculando, en portuñol, dijo: ­ «Arriba de trescientos dólares la tonelada se planta todito Cerro Largo». Y respiró hondo casi un suspiro. Pasó un tiempo no mucho, cuando en el mes pasado la soja anduvo raspando los seiscientos dólares. Ayer merodeaba por los quinientos diecisiete. Y la misma cosa de cuento fantástico pasa con los demás granos (y con el forraje). Recomiendo para este verano que, sin alejarse mucho, los bañistas desde San Luis hasta Cuchilla Alta, den un paseíto al norte de la Interbalnearia usando los caminos que van a Piedras de Afilar. Con cámara de fotos porque se llevarán de recuerdo un espectáculo imponente de color amarillo y negro: girasol florecido de horizonte a horizonte como pocas veces, o nunca, pudo verse. La explicación es la misma: aumento de demanda y de precio y, al mismo tiempo, el empuje de Ancap, ALUR y Cousa por obtener el biodiesel que la ley y el futuro mandan (el petróleo deambula por los cien dólares: se venderá en estuche de terciopelo). Sin embargo, seguimos comprando autos y batiendo récords: de autos, motos, y muertes. El año pasado el tránsito mató a razón de una persona cada día y medio. En lo poco que va de éste, la muerte acelerada llega a más de una por día. Sin contar los heridos y otros daños. A esas «externalidades» (perdón), debemos agregar la enorme factura nacional por combustibles y la contaminación de todo tipo. También el costo en infraestructuras y en vigilancia. Socialmente carísimo pero muy poco denunciado y medido. El transporte colectivo en todas sus formas es la principal respuesta a este flagelo creciente e inviable. Pero sigamos: habíamos llegado al límite de los recursos y no lo podíamos creer. Ahora eso, como los mirasoles, revienta los ojos (el oro anda por los 1.400 dólares y todo el cobre del mundo, a precio de metal precioso, ya está vendido a futuro). Hace no mucho, Argentina produjo el «default» más grande de la historia del capitalismo. Quisimos creer que era una excepción curiosa; propia de los argentinos. Fue denostada, insultada y condenada al infierno. Hoy parece mentira leer a laureados economistas proponiendo (y anunciando) esa «buena solución» para el ineludible y gigantesco «default» de grandes países del «centro» mundial (Estados Unidos,Inglaterra, etcétera). Y el de algunos muy famosos como la Irlanda que nos vendió Jorge Batlle. Ya lo sabíamos: si el beodo es pobre «es un borracho» pero si es rico «tiene con la personalidad exhaltada». Del oprobio de ayer, Argentina sube por estos días y en el Primer Mundo, a la categoría de modelo a estudiar y aprender. Ganó el «Oscar» de la Academia respectiva. La seriedad y el rigor de tal ciencia (apenas descriptiva) dejan mucho que desear. El mayor problema (para los banqueros) es que aquella solución rioplatense incluyó varias monedas alternativas (y locales) muy»raras» y de nombres también raros: el patacón por ejemplo. Sin embargo de la antigua burla, ellas fueron solución de gravísimos problemas (de eso no se dejó hablar). Porque es extremadamente grave para los bancos, que la gente comience a tan siquiera observar esas «otras» monedas. O ese otro tipo de monedas. Es más: que la gente comience a preguntar ¿qué diablos es la moneda? O a exigir que se lo expliquen con la mayor sencillez del mundo y no con las cacofonías elaboradas para mantener el asunto en secreto y entre pocos (como por otra parte hacen, en cada especialidad, tanto los especialistas como los brujos). Todos, quién más quién menos, usamos diariamente la moneda como la cosa más natural del mundo. Pero nadie, ni en la escuela, ni en ningún otro lado, menos en la prensa, explica qué es eso. Sin embargo de ser tan importante. Mejor diríamos: vital. Porque lo que muy evidentemente se cae ante nuestros ojos es, también, un sistema monetario inservible, esclavizante y catastrófico (en realidad: una estafa de larga duración). Pero el derrumbe sólo tiene por respuestas urgentes, repentinas e improvisadas, la llamada guerra de divisas o, en el mejor de los casos, ciertas «canastas de monedas» como «moneda de cuenta» para medir intercambios (a falta de cosa más seria). Lo que se cae, tal vez para siempre, es el concepto mismo de «moneda». Y lo que nace contra dicho fetiche (por ende alienante), como un exorcismo liberador es, lisa y llanamente, la pregunta.A veces basta tan sólo con preguntar, para averiguar la estafa y con ello la solución. «¡El pueblo quiere saber!» fue la consigna histórica que desatara hace doscientos años la Gran Revolución Libertadora. La moneda es cosa demasiado importante como para dejarla, y «tapada», en manos de los economistas y los bancos (valga la redundancia). Recordemos la gran manifestación del agro en Montevideo allá por enero de 1999, poco después de la famosa devaluación brasileña y al comienzo de un año electoral. Por clamar contra el neoliberalismo, atacaban el atraso cambiario y, muy especialmente, a la Ciudad Vieja: es decir a los bancos y su parafauna que, en su mayoría, ya estaban fundidos pero lo ocultaban preparando la otra estafa que perpetrarían apenas tres años después. No andaban muy extraviados: pegaron en el alma del grandísimo problema. El del sistema financiero, el monetario, y por fin, el de la moneda. Poco después, una movilización nunca vista de casi todas las entidades sociales del país, clamó por lo mismo. El problema no es nuevo: «Una discusión sobre dinero entraña una gruesa capa de encantamiento sagrado. Esto es, en parte, deliberado. Los que hablan de dinero y enseñan sobre él y se ganan la vida con él, adquieren prestigio, estima y ganancias pecuniarias de una manera parecida a como los adquieren un brujo o un hechicero al cultivar la creencia de que están en relación privilegiada con lo oculto, de que tienen visiones de las cosas que no están al alcance de las personas corrientes. Aunque profesionalmente remunerador y personalmente provechoso, esto es también una forma conocida de fraude». (John K. Galbraith, «El Dinero», 1975)

|*| Escritor, senador de la República.

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje