ARTE

Se aproxima el Premio Figari

Mientras los salones nacionales fueron suprimidos durante 17 años, luego reaparecidos con voluntad incierta de efectivización, y los municipales se hacen y deshacen con la improvisación característica de la burocracia comunal, el mérito del Premio Figari es el haber mantenido la continuidad.

El Premio Figari, al contrario de los mencionados abiertos y de amplia participación, es un concurso acotado. Esa diferencia se comprende y es bienvenida. Se trata de reconocer, cada año, a creadores con importante trayectoria, mientras continúan en actividad y sin necesidad de esperar homenajes póstumos. Es un reconocimiento al talento imaginativo, a maestros del arte nacional, muchas veces, como ocurrió luego de la reinstauración democrática, descuidados u olvidados ante la insurgencia de las generaciones jóvenes que acapararon, en exclusividad, los diversos y numerosos concursos establecidos.

El Premio Figari vino a recordar a los nuevos talentos que todavía hay margen para el aprendizaje de los mayores, ocasionalmente sus profesores, pero que no comparecían en exposiciones monográficas públicas. Las generaciones se separaron y no alcanzaron a compartir un espacio común. Sin posibilidad de ver y estimar, en simultáneo, formas y estilos de ayer y de hoy, la visión amplia de la actividad artística local se empobreció. La Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)- Sección Uruguaya, cuando todavía tenía intrepidez operativa y sus miembros concurrían a la mayoría de las muestras, supo restablecer el equilibrio en sus tres primeras ediciones anuales consagrando a lo(s) mejor(es) del año de un amplio espectro selectivo, en variedad de lenguajes expresivos y actividades que comprendían las publicaciones. También en sus comienzos, el Departamento de Cultura de la IMM, mostró a Jorge Damiani, Francisco Matto, Luis A. Solari, Agueda Dicancro, Germán Cabrera, Eduardo Yepes, entre los más notorios, para luego aflojar esa línea investigadora y derivar hacia actividades menos comprometidas con la actualidad. El Museo de Arte Contemporáneo hizo una amplio recorrido de la obra de José P. Costigliolo, luego otras reveladoras de Claudio Silveira Silva, María Freire y Amalia Nieto. Mientras, desde el Museo Torres García, se dio a conocer por primera vez una retrospectiva de Washington Barcala y una colectiva del Grupo Madí, encabezada por Carmelo Arden Quin, cofundador en 1946, que asistió a la inauguración y ofreció una charla, en un acto de restauración del conocimiento de la historia del arte nacional hasta ese momento ignorado por especialistas y público. Hechos que marcaron una inflexión decisiva hacia la comprensión del pasado reciente.

Importancia de un premio

Al apaciguarse ese fervor activo y el rigor organizativo, suplantado por la cantidad olvidable y la creciente comercialización, alegremente aceptada por la mayoría de los oficiantes desde sus asociaciones gremiales, la permanencia del Premio Figari es destacable.

En su primera edición de 1995, el Premio Figari convocó a cinco pintores y tuvo una dotación de 20 mil dólares como recompensa competitiva y los cuatro restantes recibieron cinco mil dólares, quedando una obra de los cinco participantes para el acervo del Banco Central que cuenta con una importante pinacoteca. El llamado a concursar se hizo en tiempo y forma (tres meses), para permitir la elaboración de obras más actuales, y después exhibir el conjunto en el Museo Nacional de Artes Visuales. Por las salas del museo del parque Rodó desfilaron las personalidades de Jorge Damiani (premio mayor), Clarel Neme, Amalia Nieto, Américo Sposito, Juan Storm, con cuadros de gran voltaje expresivo, pero que falleció antes de la apertura.

La edición de 1996 modificó el reglamento, eliminando el gran premio competitivo y distribuyendo 15 mil dólares entre tres participantes, en lugar de cinco. En este recorte económico y de artistas convocados, participaron María Freire, Manuel Pailós y Nelson Ramos. En 1997, en su tercera edición, el Premio Figari continuó privilegiando la pintura en los nombres de Guillermo Fernández, Hermenegildo Sábat (que vive hace décadas en Argentina) y al fotógrafo Alfredo Testoni. La cuarta edición de 1998, estuvo dedicada a la escultura con Mario Lorieto, Hugo Nantes y Octavio Podestá.

Para recordar el quinto aniversario, el Premio Figari 1999, volvió a ampliar la nómina a la cantidad inicial de cinco como gesto celebratorio al lustro de existencia. El quinteto convocado Cecilia Brugnini, Wifredo Díaz Valdéz, Agueda Dicancro, Antonio Frasconi y Enrique Silveira / Jorge Abbondanza fue, hasta hoy, el más memorable por la alta calidad de los creadores, unidad y riqueza de los trabajos enviados.

Al cambiar las autoridades del Banco Central en 2000, repentinamente, se amplió políticamente el jurado, se eligió a un dúo, Manuel Espínola Gómez y Miguel A Battegazzore, y la muestra pasó sin pena ni gloria en lo planta inferior de la sede bancaria, con escasa participación de público. En 2002, sin fundamentación, se acortaron los tiempos generacionales y los premiados (ya pesificados) fueron Ignacio Iturria, Clever Lara, Enrique Broglia y Rimer Cardillo, cuatro en total, en un conjunto irregular y apostando a generaciones más jóvenes, contrariando los propósitos del reglamento. Así sucedió también en 2003, donde se prefirió a tres solamente: Carlos Musso (el más joven), Lacy Duarte y Carlos Tonelli. Entretanto, algunos fallecieron (Storm, Pailós, Testoni, Espínola Gómez, Lorieto) aunque tuvieron la satisfacción de no pasar indiferentes en los instantes que más necesitaban del apoyo de la sociedad cultural que contribuyeron a crear.

Lo curioso es constatar, que la brutal crisis de esos dos años padecida en Uruguay no impidió la realización del Premio Figari.Es cierto, con sentido más restrictivo y con menos exigencias en la formulación de plazos y la preparación de obras, mientras la inauguración transcurrió en la intimidad y por pocos días, retaceando el brillo a una ceremonia de excepcional significación. Habrá que volver al Museo Nacional de Artes Visuales para reconquistar la festividad debida.

Asignaturas pendientes

Quedaron asignaturas pendientes. Se dejó por el camino, en su momento oportuno, a Vicente Martín (imperdonable), fallecido en 1998. Aunque viviendo hace más de un medio siglo en París, pero con visita regulares a su terruño natal, Carmelo Arden Quin, cofundador del Arte Madí, a los 91 años conserva la energía creadora y, si las invitaciones se hicieran con anticipación correcta, seguramente aceptaría gustoso y sin inconvenientes la invitación. Numerosas obras suyas se encuentran en los museos de La Plata y Buenos Aires. No es el único del grupo Madí silenciado. Rodolfo Uricchio, vital en sus fértiles 85 años, rescatado del ostracismo hace pocos años, y el escultor Horacio Faedo, nacido en 1928, adherido posteriormente a esa tendencia, ambos de fecunda trayectoria fueron invitados a la gran muestra internacional en el Museo Nacional Centro Reina Sofía de Madrid. Una invitación a esa trilogía, pondría en consideración la memoria de la vanguardia nacional. La olvidada Teresa Vila (1931), podía, en las primeras ediciones, haber sido nominada con mayor legitimidad, de la misma manera que el grabador Ruisdael Suárez, montevideano del 29, figuras relevantes, postergadas, señeras del arte uruguayo, protagonistas insoslayables de la renovación artística de los años sesenta y setenta. Se adecuarían mejor a la finalidad del Premio Figari orientado a consagrar extensos y definitorios lenguajes singulares.

En lista de espera

La lista de espera podría ampliarse: Anhelo Hernández, Dumas Oroño, Bruno Widman, Linda Kohen, Fernando Cabezudo, Hugo Mazza, Alceu Ribeiro, Gladys Afamado, Leonilda González, Julio Alpuy, Claudio Silveira Silva, los orfebres Olga Piria / Carlos Jauregui (un rubro de fuerte influencia social por su sólida y funcional inventiva), no previsto o contemplado, todos representativos de una manera de entender la realidad y de representarla, con suficiente edad y antecedentes para ser posibles candidatos al inminente Premio Figari 2004, el último de la actual administración.

Es obvio que tres o cinco serán elegidos ahora. Los restantes, pueden quedar anotados para próximas ediciones. El jurado decidirá de acuerdo a su leal saber y entender, con independencia, sin escuchar los susurros de propuestas ajenas manipuladas por algún aspirante influyente desesperado por integrar el plantel de honorables.

Los vaivenes, quizá (in)evitables, a corregir en el futuro, no disminuyen (al contrario resaltan), el funcionamiento continuo del Premio Figari y el empeño de sus autoridades en mantenerlo contra todas las adversidades. El 10º aniversario de su institución, en 2005, tendrá, sin duda, características diferenciadas. *

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