"LA ULTIMA TENTACION", PUESTA EN ESCENA DE FERNANDO TOJA, EN EL TEATRO VICTORIA

Nikos Kazantzakis de nuevo resucitado

Estamos en el Calvario y presenciamos la última tentación de Cristo; una tentación sin el demonio, fruto de su propia debilidad o de su propia fuerza. A elegir. El Redentor, ya colgado de la cruz, luego de las palabras «Padre, ¿por qué me has abandonado?» se desvanece y sueña. Sueña y acepta una larga y sabrosa vida de hombre, el amor de dos mujeres, María Magdalena y Marta, hijos. Este sueño culpable es refutado, entre otros, por Pablo de Tarso, un rudo precursor del Santo Oficio. El hijo de Dios acepta al fin su destino, se reanima, vuelve su espíritu al Gólgota, grita «Â¡Todo está consumado!» y muere como Redentor. Pura fantasía, porque no hay una línea en los cuatro evangelios canónicos que justifique remotamente la historia: las tentaciones de Satanás en el desierto le suceden a Cristo tres años antes, al comienzo de su vida pública.

Nikos Kazantzakis (Heraklion, Creta, 1885; Freiburg, Alemania, 1957) propone un Jesús atormentado por su dualidad Dios – hombre. Su novela es una amplificación de las ideas existencialistas de mediados del siglo XX (Kazantzakis escribió parte de su obra en francés), con énfasis en los problemas éticos derivados de la contraposición carne – espíritu y alma – cuerpo, dicotomía muy de moda entre los intelectuales franceses católicos de la época (Gabriel Marcel, François Mauriac, Julien Green, Georges Bernanos), todo ello bajo una pátina entre heroica y masoquista. En el prólogo de «La última tentación» el autor, con su habitual solemnidad, compara la vida de Jesús con la suya: «Llevaba en mí las fuerzas tenebrosas del Maligno… llevaba en mí las fuerzas luminosas de Dios… Y mi alma era el campo de batalla donde se enfrentaban aquellos dos ejércitos…» Toda una declaración de soberbia. Porque si «todo hombre es un hombre – Dios, carne y espíritu», ya somos Dios; y no debe extrañar la condena del Vaticano en 1954. El filme de Martin Scorsese (1988) revitalizó la casi olvidada novela y la trajo a Fernando Toja y a nuestras tablas.

La versión de Kazantzakis afirma sin vueltas la divinidad de Jesucristo. No tiene ni la audacia ni la erudición del muy anterior «King Jesus» (1946) o «The Nazarene Gospel restored» de Robert Graves. Kazantzakis se limita a un fantaseo acrítico, insertado en una enredada lectura del Nuevo Testamento: cree, por ejemplo, que María Magdalena era una prostituta y que fue apedreada por adúltera… La variante principal de Kazantzakis es Jesús (Diego Arbelo), un carpintero apocado que en su juventud amaba a la Magdalena (Any Cardozo), fabricaba premonitorias cruces para los ajusticiamientos romanos, muy a pesar de su amigo Judas, un honesto nacionalista judío (Fabio Zidán).

No conocíamos el impulso místico y aún comprometido y militante, de Fernando Toja. En unas líneas del programa, tout sonore encore del estilo de Kazantzakis, Toja escribe: «… En agosto» (de 2004) «el fuego (manifestación de mis pensamientos faltos de Fe) interrumpió el estreno pensado para octubre de 2004. El paralelismo con la obra no dejaba de asombrarme… Pero había más desafíos… materia y espíritu en puja permanente… igual al texto de Kazantzakis…» Pero debajo de una mala capa puede haber un buen bebedor; y la puesta en escena de Toja supera toda la retórica y se convierte en una empresa harto respetable. Cumple con la condición esencial, que marca la división entre lo aceptable y lo inaceptable: el autor, en esta caso el director y productor, ama lo que hace con todas sus fuerzas. No importa si Kazantzakis está equivocado o no, ni si la obra tiene tales o cuales defectos. Toja cree apasionadamente en ella. Ha hecho de su lectura y de su puesta en escena un momento, posiblemente muy importante, de su biografía. Como escribió Gabriel Celaya: «No es un bello producto, no es un fruto perfecto», pero es un grito y un acto.

La pasión del director aparece en el cuidado de los detalles. Una escenografía a la vez ingeniosa y sobria (Gabriel Abraham) que da paso y apoya a la acción, un vestuario artístico (Claudia Copetti) que no quiere ser una belleza autónoma y se ciñe al sentido a comunicar. El movimiento escénico también está en función del efecto global: el espacio del teatro Victoria está bien utilizado, sin incurrir en el exceso de querer usarlo de extremo a extremo pero también sin restringirlo al escenario original. Dentro de su extensión (casi tres horas) la obra es ágil y entretenida, con algunas escenas que conmueven. Toja ha reunido con buen éxito a un nutrido elenco, donde vimos algunas figuras conocidas por sus méritos, que revalidan en esta pieza, como Fabio Zidán (Judas) que sacude las tablas en varias escenas, Marcel Sawchik como Pedro, Cecilia Baranda (María) y Mario Aguerre (Zebedeo, arcángel y Melquisedec). Los demás, todos con alguna experiencia escénica, cumplen su papel dentro de una interpretación compacta, bien integrada a la obra en su conjunto. *

 

LA ULTIMA TENTACION, de Nikos Kazantzakis, con Diego Arbelo, Fabio Zidán, Marcel Sawchik, Eduardo Delgado, Daniel Chestak, Jorge Martínez, Gustavo Bianchi, Ernesto Ruzich, Cecilia Baranda, Any Cardozo, Norma Berriolo, Marcela González, Ximena Granero, María Vidal, Roberto Brown, Marcela Cabrera, Mario Aguerre y Pablo Tate. Música de Leonardo Croatto, vestuario de Claudia Copetti, escenografía de Gabriel Abraham, luces de Eduardo Guerrero, máscaras de Enrique Badaró, dirección general de Fernando Toja. Estreno del 11 de junio, teatro Victoria. *

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