"EL CAMINO DE LOS PASOS PELIGROSOS" DE BOUCHARD, EN EL TEATRO CIRCULAR

La ruta al teatro es peligrosa

En seguida notamos una grave escritura, un compromiso del autor con su alma, una habilidad técnica al servicio de una construcción perfecta. Nos damos cuenta de que Correa, con su refinada sensibilidad, lo ha visto todo. Comprende la obra, sus personajes, sus implicaciones; ha quedado hechizado por la forma en que el autor logra hacer inolvidables momentos cotidianos, esos momentos a los que no prestamos atención, a cuyo lado pasamos sin ver, pero que pueden decidir un destino, mucho más que las «noticias» que nos atruenan desde la pantalla chica.

Sólo que Correa lo ha visto demasiado bien. La obra cobró vida ante sus ojos en un relámpago; y no pudo apartar los ojos, como la mujer de Lot ante Sodoma en llamas. No nos concede más que un vistazo, casi cómplice, porque, sin duda, no somos dignos ni de aquellas alturas ni de aquellos caminos. Es así, y deberíamos ver las obras de Bouchard como quien acude a un templo, a recibir una verdad que nos es usualmente negada. Pero la puesta en escena nos permite comprender la obra, saberla, almacenarla en la memoria; no graba en nuestros corazones, y eso debería haberle ocurrido a este texto memorable.

Tratando de hacer justicia tanto a Correa como a Bouchard, que ambos merecen el mejor trato, comparamos en el recuerdo el desenlace de la «Historia de la oca» por el elenco canadiense que la presentó en Buenos Aires y el desenlace en la puesta en escena de Alvaro Correa: hay algunos decibeles más en la versión canadiense, y la piel se nos eriza un poco más. Esto es un fenómeno del que Correa no es el único caso. En general los directores uruguayos, si los comparamos no ya con los canadienses sino con los argentinos o brasileros, son más reticentes, quizás más señores de su emociones, más sobrios y con más horror al ridículo. El director debe hacer decir, en voz alta, algo que ya sabe y ya ha comprendido. Declaramos amor en un susurro, pero en el teatro necesitamos otro registro. Todo arte modifica la vida, aunque se construya con ella; y la puesta en escena ha de modificar la obra, ha de forzarla; y todo esto debe tener un límite, pero un límite que no puede saberse cuál es. Se requieren dos cualidades muy difíciles de unir y de actuar: por una parte una necesidad de representación de algo que se sabe valioso pero que debe vivirse como un vacío. Tiene que explicitar sentimientos e imágenes que en el momento en que proyecta su escenificación, siente como ajenos y hasta como imposibles. Quizás por esta razones escribió temerariamente Klages, sin duda cediendo a su tendencia a la hipérbole, que todos los directores de teatro son histéricos. Por cierto, ello no es así; pero su vida, como la de los buenos actores y los buenos poetas, es un asunto peligroso.

No comprendimos, esto sí, el acortamiento del escenario de la sala 1 del Teatro Circular. Todo lo demás, la interpretación, las luces, el ambiente estuvo de bien a muy bien, pero una octava más baja. *

EL CAMINO DE LOS PASOS PELIGROSOS, de Michel Marc Bouchard, en traducción de Boris Schoemann, por «Los años luz». Con Alvaro Correa, Leonardo Lorenzo y Ernesto Liotti. Escenografía y vestuario de Raúl Acosta, ambientación sonora de Fernando Ulivi, iluminación de Héctor Ferrín, dirección de Virginia Marchetti y Alvaro Correa. En teatro Circular, sala 1.

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