Iconos bizantinos en el Palacio Santos

La pintura de iconos es casi desconocida en Occidente. Los museos, incluso famosos, no incorporan esas obras y no hay museos monográficos dedicados a un arte nacido en Bizancio. Cuando en 1905 se hizo la primera exhibición de iconos rusos en París, el público y la crítica quedaron asombrados y deslumbrados. Descubrieron una pintura absolutamente inédita, olvidada durante siglos, una pintura que no obstante influyó notablemente entre los primitivos italianos de la época de Cimabue.

En el correr del tiempo las culturas occidentales y orientales se separaron, aumentando el abismo y el olvido mutuo. Sólo cinco siglos después los iconos reaparecieron. Y reaparecieron no como objetos de hagiografía sino como pintura de enorme actualidad estética. Klee, Kandinsky y Matisse y, a través de ellos, el arte moderno, reconoce la enorme deuda con la pintura de iconos.

En 1945, la Colección Paula de Koenisberg exhibió en el Teatro Solís, en la entonces Comisión Nacional de Bellas Artes, entre numeroso material, varios iconos, incluyendo uno de Andrei Rublev, cuya vida y obra fue cinematizada por su compatriota Andrei Tarcovsky en 1969. Esas obras estuvieron expuestas durante meses en un local de las Galerías Pacífico en Buenos Aires y en 1970 accedieron al suntuoso Museo Nacional de Arte Decorativo de la capital porteña.

En Europa, la Galería del Palazzo Leoni Montanari, en Vicenza, Italia, es el único lugar para conocer los iconos fuera de los existentes en la ex -Yugoslavia, en especial el Museo Nacional de Belgrado y Ohrid, al sur de Macedonia, Atenas y, naturalmente, en Moscú, y los museos búlgaros, de talante más popular.

El icono (del griego, imagen) tuvo su origen en los retratos funerarios de Egipto romanizado y formó parte del arte bizantino, pero floreció en Rusia y otros países eslavos durante la época medieval. Formalmente, un icono está constituido por una tabla de madera pintada a la témpera. Se trata de pinturas portátiles (hay dípticos o trípticos) representando temas sagrados que comenzó bajo influencia bizantina a partir del siglo IX. Los iconos estaban expuestos en las iglesias o en viviendas particulares, llevados en los viajes, acompañando al equipaje. En las iglesias bizantinas la agrupación de numerosos iconos forman el iconostasio, especie de tabique que separa los fieles del altar.

La pintura de iconos es plana, sin ilusión de profundidad, de composición sencilla, monumental y, aunque figurativa, de carácter abstracto, pues el icono debe ser la imagen de un mundo ideal transfigurado por la fe. De ahí la casi desmaterialización de los elementos plásticos regidos por el dibujo y los colores simbólicos. La rigidez y frontalidad de los rostros representados, obliga al visitante a adoptar una actitud espiritual similar, estática y extática.

Al comienzo la pintura de iconos solo podía ser ejecutada por personas (monjes en los monasterios y el del Monte Athos, en Grecia, fue uno de ellos) de vida virtuosa, practicando el ayuno, la oración y en silencio y a veces, mezclando la materia pictórica con óleos santos, agua bendita y fragmentos de reliquias.

De esta manera la imagen sagrada vino a sustituir los textos sagrados entre pueblos prácticamente analfabetos. Para iniciar a los fieles en el mundo espiritual, el pintor debía desmaterializar la imagen, recurriendo a la estilización de las figuras, en tonalidades nada naturalistas, casi suspendidas en el aire. Cristo, la Virgen María y los santos, aislados o en escenas que ilustran pasajes bíblicos.

Es un arte lacónico, austero, que no desciende al detalle, salvo para narrar, magistralmente, como sucede en La Trinidad de Rublev, la obra maestra de los iconos del siglo XV.

A partir del siglo XVIII, el arte de los iconos se fue debilitando por obedecer a un canon fijo e invariable repetido hasta la total saciedad, formas estereotipadas y conservadoras. Entró en el circuito comercial, alterando su calidad, recubriendo, como protección, gran parte de la representación con láminas trabajadas de plata que, muchas veces, por la habilidad de los orfebres, se imponían a la pintura.

En el Palacio Santos se exhiben «iconos bizantinos» provenientes de colecciones de la comunidad helénica en Montevideo. Copias, en su mayoría, de los siglos XIX y XX y algunos sospechosos originales de escaso interés.

Sin ninguna referencia ni fichas técnicas, carentes de letreros individualizadores, las obras parecen haber sido adquiridas en comercios turísticos como souvenirs. De atractivo epidérmico (por la rareza de este tipo de exposiciones), no disimulan que la relación con los auténticos iconos es una accidental coincidencia. *

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