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El tigre y la nieve

En «El tigre y la nieve», de oportuna reedición en el mercado editorial uruguayo veinte años después de su publicación inaugural, el escritor y periodista Fernando Butazzoni construye un revelador y contundente ensayo sobre la paranoia represiva de las dictaduras latinoamericanas, mediante la recreación de los aberrantes crímenes perpetrados por militares argentinos en un campo de concentración cordobés.

El autor edifica su obra sobre los cimientos de sus propias vivencias, en un discurrir que transita los territorios de lo íntimo y lo autobiográfico.

En ese contexto, la historia se nutre abundantemente de un pasado siempre doloroso y de la espeluznante pesadilla compartida por el continente americano, durante las turbulentas décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado.

El relato sigue el azaroso rumbo cardinal de la experiencia existencial del propio escritor, condenado al trasiego y el desarraigo, de Montevideo a un Santiago de Chile donde ya se respiraba el golpe de Estado, hasta el refugio europeo en la gélida pero solidaria Suecia.

Desmarcándose de toda visión idílica y complaciente sobre el exilio, el novelista narra una peripecia de penurias, incertidumbres y supervivencias cuasi milagrosas, en un ambiente geográfico colmado de asilados políticos pero culturalmente ajeno a nuestras costumbres.

Esa sensación de insular soledad está elocuentemente descrita por Butazzoni, quien reproduce minuciosamente un tortuoso itinerario de desamparo, ausencia y orfandad de certezas y esperanzas.

A medida que evoluciona el relato, el narrador va construyendo otra historia, que se desarrolla en los turbulentos paisajes de la memoria.

El territorio recorrido es el pasado de la uruguaya Julia Flores, la protagonista de un drama sórdido y soterrado, que inicialmente permanece oculto bajo un manto de estupor y silencio.

Fernando Butazzoni revela todo su oficio y sapiencia literaria, para narrar dos historias paralelas que se desarrollan en la frontera entre el pasado y el presente. Ese pasado, que es naturalmente el del personaje femenino, aunque se niega a aflorar contemporáneamente, tampoco se resigna a permanecer congelado e inanimado.

La pluma del escritor transita los fangosos terrenos del terror y de la cordura que pende de un hilo, cuando la protagonista evoca su calvario de reclusión y humillación.

Butazzoni reproduce la geografía cotidiana de la Argentina de la década del setenta, un país postrado y fracturado por la violencia fratricida y la arbitrariedad, aún antes del golpe de Estado gorila de 1976.

Con esa ruptura institucional, se cerraba, por entonces, el cerco perverso en torno al movimiento popular en el cono sur americano.

La descripción de la sangrienta captura y secuestro de la protagonista por parte de un comando militar, nos sumerge en el opresivo laberinto de una pesadilla de rasgos grotescos.

Narrando dos relatos simultáneos, el autor comienza a reconstruir el horror del campo de exterminio de La Perla, en la provincia de Córdoba, donde fueron asesinados más de dos mil presos políticos. Allí fue confinada esta infortunada mujer, pocos meses después del alzamiento castrense encabezado por Jorge Rafael Videla y sus conmilitones.

Las imágenes impresas por Butazzoni golpean la sensibilidad por su contundente crudeza, denunciando el tormento, la tortura, la humillación y la degradación a la que fue sometida la prisionera.

La caza de patos silvestres que describen los propios represores mientras le aplican la picana eléctrica a su víctima, comporta toda una metáfora de la alienación que gobernó la voluntad de los militares durante los años más oscuros, tanto en la Argentina como en nuestro Uruguay.

El escritor construye una crónica del espanto, de brutales golpizas, choques eléctricos, picanas, «submarinos», capuchas y manos esposadas.

Toda la pesadilla está tatuada en la memoria de la atribulada Julia Flores, esa mujer que se refugia contemporáneamente en el silencio, el amor y el sexo, para intentar huir de los fantasmas que la habitan y la agobian.

Esos ramalazos de pasado que se cuelan en los territorios del presente, son la más despiadada representación de la infamia, de una sociedad asolada por la peste autoritaria y por la enajenación de un grupo de inquisidores que se proclamaron celosos guardianes de un nacionalismo apócrifo y apátrida.

Sin discursos ni poses complacientes, el novelista documenta la tragedia y las aberraciones de un tiempo histórico de plomo, de oscurantismos exacerbados y trasnochados fanatismos irracionales.

Esa ruleta rusa que el mayor le practica a la prisionera para forzarla a confesar una verdad que ignora, constituye un contundente testimonio de la crueldad y el sadismo de los carceleros militares, que solían disfrutar con el estupor que provocaban en sus víctimas.

El autor corrobora que, en esas circunstancias extremas, siempre prevalece el instinto de supervivencia, por más que la vida, en estado de cautiverio y sometimiento, tenga bastante poco de vida.

A través del padecimiento de su atribulado personaje femenino, Butazzoni reflexiona sobre la muerte como presencia tangible, con una percepción que está condicionada por las circunstancias de ese depósito humano despojado de piedades y certezas.

En situaciones de esta naturaleza, es habitual que las personas comiencen a transar con la realidad, con el propósito de conservar la esperanza de emerger del infierno.

Esa obsesión por vivir que alimenta la protagonista, está cargada de miedos pero también de culpas y de sentimientos de desazón, por no haber tenido suficientes fuerzas para resistir el suplicio.

Sin embargo, asume, íntimamente, que en esas particulares circunstancias, la única e insoslayable rebelión es seguir viva.

El narrador condensa en su relato toda la angustia que experimentó la protagonista de esta historia real, la del pasado lacerante por el atroz cautiverio padecido.

Sin embargo, la percepción del autor confirma que también el presente es una suerte de cárcel sin barrotes, poblada por terribles recuerdos y cuestionamientos.

En ese contexto, Fernando Butazzoni construye un ensayo sobre la culpa, aunque desestima todo juicio de valor en torno a la conducta de esa mujer angustiada y aún agobiada por el miedo a recordar.

Julia Flores se siente amputada en sus posibilidades de dar y recibir afecto, de reconstruir su vida y de ser feliz, porque su terrible experiencia la ha quebrado quizás definitivamente.

La narración, que está permanentemente desarrollada en dos estadios temporales, es siempre un itinerario de perfiles tortuosos y, en cierta medida, la búsqueda de una redención imposible.

El intenso frío de los parajes suecos que habitan el escritor y la ex presa política, es una metáfora del vacío existencial.

El relato reproduce decenas de nombres y números, de dramas de torturados, asesinados y desaparecidos, en ese cuartel que, en pequeña escala, emuló a los campos de exterminio de la Alemania nazi.

Bajo la pluma del periodista, la tragedia muta en presente y hace carne en nuestra conciencia, en una suerte de imaginario periplo que nos retrotrae a la prehistoria de la demencia autoritaria.

Los paisajes literarios devienen en visiones cuasi sobrenaturales, que reproducen el terror de una memoria enferma de angustia y culpa. En ese contexto, el autor dibuja los perfiles de una pesadilla real, un óleo del espanto poblado de odio y barbarie infrahumana.

Fernando Butazzoni imprime a su trabajo una estética de crudo realismo, para recrear un tiempo histórico cerril, en el que se perdió toda noción de la cordura.

El novelista transita infiernos y purgatorios, en una despiadada crónica de víctim
as y victimarios, de mesianismos fútiles e irreflexivos y trasnochados fanatismos.

«El tigre y la nieve» es un fuerte ejercicio de literatura testimonial, pero también un alegato contra los monstruos que habitan en las entrañas del alma humana.

El autor interpela al pasado, pero también construye una historia de amor, de solidaridad, de sacrificio, de abnegación y de heroísmo.

Fernando Butazzoni confirma todo su talento de lúcido narrador y agudo observador de la realidad, concibiendo un relato desgarrador que golpea y convoca a la reflexión.

Más allá de eventuales modificaciones en algunos nombres y circunstancias, este libro es un documento inapelable, que denuncia -sin eufemismos- parte de una tragedia de dimensiones apocalípticas que también afectó a los uruguayos, cuyo recuerdo aún nos espanta, agravia y exaspera.

 

(Editorial Alfaguara)

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