LIBROS

Juego de niños

En «Juego de niños», la escritora uruguaya Carmen Posadas, que está radicada hace más de cuatro décadas en España, construye una novela que discurre entre la intriga de trazo policial y la radiografía de las conductas humanas.

En este extenso relato, la autora narra dos historias simultáneas: la de la propia protagonista -que es también una novelista- y la de una investigadora, que es el personaje de ficción de un thriller en proceso de gestación.

Con visibles referencias autobiográficas, Carmen Posadas construye el corazón de su obra, en la que se introduce subrepticiamente en la intimidad del escritor, enfrentado a la emergencia de crear.

La narradora corrobora que, en cierta medida, es virtualmente imposible desmarcar totalmente la ficción literaria de la realidad, por más que el artista trabaje deliberadamente con la insustituible materia prima de la fantasía.

Posadas alterna inicialmente ambos relatos, imprimiendo un ritmo de escritura sólido y ágil, que para nada soslaya, cuando es menester, la indispensable pausa reflexiva.

Como es habitual en la obra de la autora, los personajes van aflorando torrencialmente a la escena, como si se tratara de una puesta teatral.

La escritora de ficción que nace en esta oportunidad de la pluma de Carmen Posadas, es una cincuentona bastante emancipada y madre soltera de una preadolescente, que vive una existencia plena de dualidades y contradicciones. A menudo, esta situación la enfrenta a su hija, cuya confianza no se ha sabido ganar.

Por su parte, la detective de ficción de la obra que está en elaboración, posee todas las cualidades que le faltan a su creadora, ya que asume su realidad con audacia y frontabilidad. Incluso, no teme experimentar con la vida con tal de esclarecer el asesinato de un niño, que apareció muerto junto a la piscina de un colegio privado.

Esa suerte de juego especular que ensaya Carmen Posadas es, realmente, la más elocuente representación de las paradojas y contradicciones de la condición humana.

En el decurso de esta novela, Posadas fustiga nuevamente a la cultura de las apariencias, que suele ocultar las miserias pero también las más íntimas angustias existenciales.

En el caso de la protagonista, esas angustias son los recuerdos impresos en su memoria, vivencias infantiles terribles que el tiempo no ha logrado sepultar definitivamente. Estos registros que se canalizan a través del inconsciente, están tatuados en su alma y parecen imborrables.

Carmen Posadas trabaja con la temporalidad, para hurgar en los territorios más íntimos de sus criaturas de ficción, en un ejercicio que siempre discurre entre la mera aceptación de lo inexorable y una pesadilla que se transforma en presente.

La novelista entreteje la compleja trama de sus historias paralelas, las que están ligadas por la identidad existente entre los personajes, que comparten las rémoras del ayer y las angustias del hoy.

En el relato, sobrevuela siempre el secreto, las verdades a medias, lo que se oculta o no se dice, tanto deliberada como involuntariamente. Todo transcurre en la frágil frontera existente entre lo real y lo irreal.

Las marchas y contramarchas de la novela en preparación evolucionan paralelamente con los conflictos de la protagonista, que recurre habitualmente a la materia prima de la cotidianidad para alimentar su ficción literaria.

En ese contexto, Carmen Posadas trabaja en dos planos diferentes pero siempre convergentes: el de la superficie, que refiere a las apariencias, y el sumergido, que oculta algunos sentimientos soterrados, tanto de los adultos como de los niños.

Emulando a los mayores, los infantes desarrollan una particular inclinación por la simulación, en una postura que les impide ser realmente auténticos y presentarse tal cual son.

A través de su escritura, Posadas parece confirmar que el mundo de los adultos no es tan impermeable para los niños, quienes, casi sin proponérselo, suelen penetrar en territorios inexplorados, que desnudan todas las flaquezas y ambigüedades de la condición humana.

Como es habitual en su obra, la novelista transforma al lector en una suerte de cómplice, al que invita y convoca a escrutar la intimidad de sus personajes, como si se tratara de espectadores que observan desde la tertulia de una sala teatral.

Carmen Posadas penetra la habitualmente dura epidermis de los afectos, para observar recurrentes vulnerabilidades y el paulatino derrumbe de secretos celosamente guardados en el arcón del pasado.

La autora trabaja permanentemente con el tiempo, sin dejar ninguna situación o circunstancia librada al azar. Sin embargo, al describir las sensaciones experimentadas por su personaje protagónico, ratifica que la creación literaria es siempre un complejo proceso, que padece contratiempos, marchas atrás y ejercicios de aceleración.

Posadas transforma por momentos a su novela en una suerte de larga elucubración introspectiva, acerca de amor, el sexo y la pérdida de la juventud, en la que la protagonista reflexiona sobre los afectos y el permanente aferrarse al presente para coagular el tiempo.

En ese contexto, la reunión con amigos y ex compañeros de estudio es un vano intento por recuperar su infancia, aunque ello también represente la traumática experiencia de recrear fantasmas e intentar vanamente exorcizar su pasado.

Promediando el relato, Carmen Posadas abandona la tercera persona y comienza a narrar en primera persona, lo que, en cierta medida, la mimetiza con la protagonista.

En una nueva vuelta de tuerca, la escritora construye una nueva tragedia, que recuerda, en cierta medida, a lo sucedido en la niñez de su personaje femenino y a ese naciente relato que permanece latente en el disco duro del ordenador.

La novelista uruguaya entrecruza aún más la trama de las simultáneas narraciones, logrando instalar la intriga y la sospecha en el imaginario del ávido lector, quien comparte la propia ansiedad e incertidumbre de los personajes.

Posadas maneja códigos y mensajes no siempre explícitos, para crear un escenario de casualidades y causalidades, que siempre viajan en la cresta de la ola de un gran misterio.

La autora confirma nuevamente su predilección por la observación de las conductas humanas, muchas de ellas regidas por inmutables reglas de convivencia social.

La escritora manipula los resortes del relato, que muta en intriga de trazo policial. No obstante, Posadas jamás abdica de su fino sentido del humor, aportando a su historia un tono cuasi folletinesco.

Hay una cómplice descripción de las infidelidades que practica consuetudinariamente la protagonista, que se mofa de sus amantes y, en cierta medida, hasta los hiere en su exacerbado machismo.

El relato evoluciona entre sospechas y conjeturas, lo que instala en el lector una suerte de permanente expectativa por el desenlace, que la escritora torna más intrincado para evitar eventuales caídas de tensión.

Esa sensación de novela deliberadamente inconclusa se traslada a la propia protagonista, que paraliza su creación literaria para vivir plenamente su propia peripecia individual y afectiva.

Carmen Posadas incrementa incesantemente los decibeles de la incertidumbre, con el claro propósito de desafiar al lector a que elabore hipótesis y reúna los cabos sueltos por su propia cuenta.

En esta extensa novela, la ganadora del Premio Planeta trabaja con una narración que transcurre en dos y hasta en tres planos simultáneos, todos ellos marcados por la fragilidad de los tiempos reales, que en la vida de los seres humanos suelen hacerse añicos por la contundencia de los acontecimientos.

Ese juego de temporalidades no es ciertamente antojadizo, sino un recurso literario que permite a la autora contrastar y extrapol
ar situaciones, en la persistente búsqueda de una verdad no deseada.

Si bien el formato literario empleado podría sugerir que «Juego de niños» es una suerte de thriller, la novela trasciende claramente a este propósito.

Carmen Posadas demuele las fachadas de sus personajes, todos ellos seres atribulados y atormentados por la culpa, cuyo origen es algo terrible que sucedió en el pasado.

Como es habitual, la novelista no soslaya críticas a ciertas poses, prejuicios y ritualismos sociales, ensayando agudas observaciones a esta caótica posmodernidad, cuyos ritmos están pautados por el estridente alarido de los celulares y los lenguajes del Chat.

Asimismo, Carmen Posadas reflexiona sobre las vicisitudes de la gestación y el parto literario, que casi siempre abreva de la materia prima de la realidad. *

(Editorial Planeta)

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