SERA INAUGURADA HOY EN EL CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA UNA VALIOSA MUESTRA SOBRE DELMIRA AGUSTINI

Obra, pasión y muerte de una poetisa

Cuando sobrevino su trágica muerte, Delmira Agustini ya se había convertido en una de las voces poéticas más intensas de toda la lírica uruguaya. Lo logró en apenas 28 años de vida.

En el atardecer del 24 de octubre de 1886, en una casa de balcones de mármol de la calle Río Negro 254  cuyo número actual es el 1230  nació Delmira Agustini, hija del uruguayo Santiago Agustini y de María Murtfeld, de nacionalidad argentina, descendiente de alemanes y franceses.

Epoca dura y difícil para nuestro país. Hacía poco que, había fracasado la denominada Revolución del Quebracho, y apenas cuatro meses que José Batlle y Ordóñez había fundado el diario El Día, para iniciar su lucha frontal, contra el gobierno dictatorial de Máximo Santos.

En lo intelectual, Montevideo comenzaba a ver asomar, los preámbulos de escritores, poetas, ensayistas y dramaturgos que se convertirían en, lo que hoy denominamos, la «Generación del 900″. A esa generación, pertenecería, por derecho propio y bien ganado, Delmira Agustini.

 

Su pasión

Cuando han transcurridos ochenta y dos años de su violenta y trágica muerte, sigue cautivando y maravillando a todos aquellos que se acercan a sus poemas. En sus tres volúmenes publicados El libro blanco en 1907, Cantos de la mañana en 1910 y Los cálices vacíos que vio la luz en 1913, exactamente un año antes de su muerte, y un libro que quedó inconcluso Los astros del abismo, todos los estudiosos de su obra, hablan de una personalidad contradictoria, que transcurrió en un permanente entramado de vivencias dolorosas, cargadas de soledades, de misterios y que hicieron reflexionar a Alberto Zum Felde: «Todos sus poemas están hechos de visiones extraordinarias y de gritos de angustia».

Otra autoridad intelectual uruguaya, Arturo Sergio Visca, sostiene lo siguiente: «La crítica en general ha visto en Delmira Agustini una doble personalidad: la de una niña poco menos que ingenua, sometida al rigor de la casi despótica autoridad materna, y cuya vida despojada de experiencias vitales intensas, hasta el momento de su casamiento con Enrique Job Reyes, y por la dramática situación posterior, se deslizó plácidamente en medio de la más vulgar calma burguesa; la de la mujer que, en la soledad y en contradicción con su personalidad de todos los días, escribía en afiebrados arrebatos sus poemas traspasados de candente erotismo».

 

Su drama

Delmira Agustini se casó el 14 de agosto de 1913 con el rematador y consignatario de ganado Enrique Job Reyes, un devoto católico con amistades en los más encumbrados sectores sociales de nuestro país. La poetisa y su novio mantuvieron una relación amorosa al clásico estilo de la época, con un noviazgo que duró cinco años y un matrimonio que tuvo la brevedad de cincuenta y dos días.

Se casaron por la Iglesia Católica, con todos los ritos y ceremonias de rigor, siendo los padrinos el filósofo Eugenio Vaz Ferreira y el poeta Juan Zorrilla de San Martín.

Las dudas y temores sobre su futuro matrimonio se reflejan en una carta que Delmira escribiera a su amigo, el poeta Rubén Darío, en la cual le manifiesta en uno de sus párrafos: «He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento. No sé, tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!».

Unas semanas después de su matrimonio Delmira le enviaba una correspondencia a Manuel Ugarte un escritor y político socialista que supo en algún momento rodearla de halagos y galanterías y de quien, se sospecha, siempre estuvo enamorada. La carta parece confirmarlo, ya que dice: «Para ser absolutamente sincera, yo debo decirlas; usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… mientras me vestían pregunté no sé cuantas veces si había llegado. Entré a la sala como a un sepulcro, sin más consuelo que el pensar que lo vería. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció por un momento que usted me miraba y me comprendía…» Y termina diciendo: «Usted, sin saberlo, sacudió mi vida».

 

Su muerte

Cuando se cumplían un mes y 22 días de la boda, Delmira, decide, separarse de su esposo y retornar a su hogar de soltera, donde la espera su celosa y neurótica madre, quien ya había advertido a Manuel Ugarte que «el matrimonio y los hijos, que pudieran llegar, destruirían para siempre el genio de Delmira», según lo narra el trabajo de Alejandro Cáceres, Delmira Agustini, nuevas penetraciones críticas.

La fractura de la pareja y la solicitud de divorcio realizada por Delmira, en noviembre de 1913, cuando éste recién se había aprobado, impulsado durante el gobierno de José Batlle y Ordóñez llevaron a que Enrique Reyes se sintiera herido en su amor propio de masculinidad criolla y golpeado en su conservadora cultura católica.

Decide a pesar de todo, mantener una relación con su esposa y adopta la posición de amante. Alquila una habitación en una vivienda de la calle Andes 1206 esquina Canelones, colocando en las paredes diversas fotos de la poetisa y de esta forma acepta los encuentros, que ella, le impone dos o tres veces a la semana.

La fría tarde del 6 de julio de l914, luego del encuentro amatorio, Enrique Job Reyes dispara dos balazos que impactan en la espalda de la poetisa, cuando esta se estaba calzando. Luego se suicida. Según crónicas de la época, señalan que Reyes llegó al hospital con vida y falleció después.

 

Entre escritores

Diversos escritores y periodistas uruguayos concitaron y concitan, desde hace años, un especial interés en torno a la obra, la vida y la trágica muerte de la poetisa.

Ofelia Machado de Benvenuto lo inició en 1944 con su libro Delmira Agustini; luego Alberto Zum Felde en Proceso intelectual del Uruguay, lo seguiría Arturo García Visca en Correspondencia íntima de Delmira Agustini, Sarandí Cabrera en su ensayo Las poetisas del 900, Nydia Reaprew en La imaginación en la obra de Delmira Agustini.

En 1966 Carlos Martines Moreno, abordó la temática de la poetisa en su libro La otra mitad, y centra todo lo acontecido y el drama, culpando a la poetisa: «Ella provocó el encuentro, ella provocó la muerte, ella fue la empresaria».

Por su parte Omar Prego Gadea, en su libro Delmira, dice: «¿Habían realmente llegado a un acuerdo de separación definitiva y esa era la despedida? Si es así, en el momento supremo de decirse adiós, Reyes, tal vez en un instantáneo momento de furia homicida empuñó el revolver y disparó dos veces contra Delmira y luego como relatan las crónicas, se hizo justicia».

En su relato Fiera de amor, la otra muerte de Delmira, su autor Guillermo Giucci, narra con vigorosa pluma los últimos momentos de la poetisa: «No tuvo tiempo. La mató por la espalda. Sin que se diera cuenta. No tendría tiempo de mirar alrededor, el cuarto tapizado de fotos suyas. Un cuarto de amantes. Se habría visto joven, de perfil, sonriente frente a una cámara oscura…Si solamente, él, hubiera confesado que iba a matarla, que tenía cinco minutos para ver lo que no había visto antes, a Enrique desesperado, al asesino cara a cara, con quién terminaba de abrazarse… Delmira moriría en ese cuarto, sin abrir la ventana para respirar sus minutos finales».

Con la muerte de Delmira Agustini en 1914, empezó a desmoronarse una época. Un tiempo que estuvo signado por la frivolidad, el dandismo, y también la soberbia; a ese tiempo, a ese periodo, se le conoció como la «bèlle époque».

Luego la humani
dad se vería sacudida, el fuego lo devoraría todo. Comenzaba la primera guerra mundial. *

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje