Arte

Una visión fraudulenta del Arte Madí

En mayo pasado, entre los actos realizados dentro del marco de ArteBA, la feria de arte porteña, se efectuó una mesa redonda para recordar el aniversario con participación de varios panelistas, a la que se agregó, sin ser invitado, Kosice, para ventilar su amor por Arden Quin, en un reconocimiento público que sorprendió a los asistentes, conocedores de la empecinada rivalidad que lo caracterizó toda su vida.

Hace quince días se sucedieron dos muestras en Buenos Aires, ambas con guión curatorial de Rafael Cippolini, director de la revista Ramona. Una, en el Centro Cultural de España, Factoría Madí, recoge dispositivos y documentos (1946-2006), transcurre en la escalera de entrada y en los corredores, siguiendo el itinerario cronológico del movimiento, por un lado, y algunos aspectos puntuales y objetos, por otro. La lectura es farragosa en el apretado espacio pero hay un aspecto, en la extensa literatura impresa, que no pasó inadvertido para un crítico uruguayo. Es el referido al origen del nombre Madí. Supuestamente, como repite, a la manera de Goebbels, Kosice, fue él el inventor, en una simplificación fonética de Madrid, que los republicanos españoles durante la guerra civil enunciaban como la resistencia al franquismo: Madrid, Madrid, Madí, Madí. Sin ningún rubor se lee que el veinteañero (sic) Kosice durante el apogeo de la guerra civil española (1936-39), hizo la asociación feliz.

Sin embargo, Kosice nació en 1924, en Hungría, y, en 1936 o 1937, tenía 12 o 13 años. El nombre Madí surgió en 1945, finalizada la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil española era un relicto del pasado. Después, el veinteañero Kosice rememoraba al quinceañero Kosice, un caso asombroso de actualización del pasado reciente que a Freud le habría encantado. Más sensato, es recuperar la verdadera historia. Carmelo Arden Quin, uruguayo nacido en Santana do Livramento, en la fronteriza Rivera, nació en 1913. Durante la guerra civil española tenía 23 o 24 años, era militante del Partido Comunista, formado en filosofía marxista y se ejercitó militarmente en Montevideo, de forma muy elemental con palos de escoba simulando un fusil, para integrar una brigada internacional y combatir del lado republicano. El barco que lo debía recoger fue prohibido y no pudo cumplir la voluntad combativa. Lo más probable es que Arden Quin conservara, por experiencia, por edad, el recuerdo de ese grito Madrid, Madrid, y se lo trasmitiera (quizá), a Kosice. O simplemente que fuera él mismo el que inventara el nombre Madí. La relación de amistad que unía a Kosice y Arden Quin, en esos tiempos, facilitaba el intercambio de ideas, proyectos y demás, y cualquiera de los dos podía haber inventado el nombre y redactado el Manifiesto. Pero hay otro detalle. Madí pudo surgir, también, de los acrónimos de MAterialismo DIaléctico, que Arden Quin conocía bien o de CarMelo ArDen QuIn. Hipótesis nada descabelladas, discutibles y polémicas, es cierto, a las que, curiosamente, no se hacen referencias. El pensamiento único de Kosice predominó. Y un curador joven, Cippolini, como todos los historiadores y críticos argentinos, aceptan, sin chistar, una única versión. Sin embargo, era la oportunidad de confrontar opiniones contrarias y establecer, con los participantes y cofundadores vivos (como lo fueron también del Manifiesto Madí) la verdad histórica. Y salir de una buena vez de la intolerable parcialidad repetida hasta la total vacuidad.

La segunda muestra, Madí: Proyecto 0660, se inauguró en la Fundación Klemm, cerquita del CCE. Aquí se prefirió mostrar cuadros y esculturas del movimiento Madí. Numerosas obras de Kosice (de antes, de ahora y sus excelentes aspectos hidrocinéticos y espaciales, desdoblado en el seudónimo Raymundo Rasas Pet y no heterónimo como se afirma para arrimarse al prestigio pessoano), de algunos representantes de la primera y segunda exposiciones de 1946 y posteriores. Total ausencia o referencia a Carmelo Arden Quin, Rodolfo Uricchio, María Freire, Horacio Faedo y Bolívar Gaudin, personalidades insoslayables en cualquier historia del movimiento, como lo demostró María Lluisa Borrás en el Museo Reina Sofía de Madrid, con su generosa amplitud de visión. Están, sí, Rhod Rothfuss y Antonio Llorens, otros dos uruguayos madistas de la primera hora. Para infortunio, no con obras originales, sino con réplicas muy bien terminaditas, de escaso interés. En una ciudad donde Rothfuss tiene buena representación (colección Blaquier, Museo Costantini). no era muy difícil conseguir el préstamos de cuadros originales. Quizá el apuro o la improvisación, lo impidió. Hay, desde luego, otras omisiones y silencios para señalar pero impropios para una nota periodística.

La muestra, que desde su anuncio suscitó interés, se resiente, así, no tiene jerarquía, practica el ninguneo falseando la historia de una manera grosera y deliberada. La investigación y la retroperspectiva están ausentes, mientras el atropello intelectual sigue tan campante. Un poco de humildad, de honestidad y apego a la verdad no estaría mal.

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