Lo que quiero para mi vida

En una sociedad anegada por la frivolidad y la notoria ausencia de referentes culturales medianamente confiables, los apóstoles de la resignación están apropiándose de los discursos cotidianos.

La ausencia de debates en torno a las grandes encrucijadas que afronta la humanidad constituye ciertamente un terreno propicio a la desmovilización de conciencias y al desarrollo de una sociedad que desestima toda visión crítica de la realidad. En la segunda mitad del siglo pasado, los paradigmas dominantes eran los pensadores y los ideólogos, que solían marcar la agenda de discusión y producción de ideas.

Eran tiempos de utopías y sueños de transformación, que cuestionaban enérgicamente al sistema de acumulación capitalista, sus intolerables asimetrías y aberrantes desigualdades.

Esta era de inseguridades e incertidumbres recurrentemente amplificadas por la revolución mediática, ha propiciado la aparición de nuevos gurúes que capitalizan la perplejidad colectiva en beneficio propio.

Los actores políticos y sociales que otrora gozaban de un reconocido prestigio, hoy horadado por el flagelo de la corrupción y la escasa credibilidad, han sido reemplazados por inescrupulosos comerciantes y meros charlatanes de feria.

Lo realmente crítico es que estos personajes suelen vestirse con el ropaje de escritores, que capitalizan el inconformismo y hasta la ignorancia de sus eventuales lectores o consumidores.

Un ejemplo muy concreto es el nacimiento de subgéneros literarios que, con un trasfondo de dudoso rigor histórico, suelen construir auténticos bodrios poblados de templarios, masones, mantos sagrados y presuntas revelaciones divinas, que compiten, con muy buen suceso, con el propio discurso oficial de una iglesia obsoleta y congelada en el tiempo.

Ni que hablar del denominado género de autoayuda que está atiborrando los anaqueles de las librerías, que tiene célebres exponentes en el escritor brasileño Paulo Coelho y su no menos notorio colega argentino Jorge Bucay.

Es habitual observar a personas que habitualmente no leen ni la guía telefónica, coleccionar las «obras» de estos eximios cultores de la antiliteratura.

La estrategia para transformarse en paradigmas de sus consecuentes lectores es, casi siempre, apelar a una espiritualidad normalmente vacía e inocua y cultivar el individualismo exacerbado.

Walter Dresel, un médico cardiólogo uruguayo, es el más destacado representante de la denominada literatura de autoayuda en nuestro país.

En sus cuatro obras precedentes  »El lado profundo de la vida», «Toma un café contigo mismo», «Entre tú y yo» y «Un sueño posible», Dresel ha desarrollado una suerte de catecismo anestesiante que no soslaya ningún lugar común del género.

Su quinto libro recientemente editado es «Lo que quiero de la vida», que ofrece un nuevo catálogo de estrategias para desarrollar las potencialidades propias y alcanzar la ansiada felicidad.

Invitando nuevamente al lector consumidor a «tomarse un café consigo mismo», en esta oportunidad el tema central de análisis es nada menos que el relativo a las decisiones.

Como es de esperar, el médico hace todo lo posible por mejorar la autoestima de sus atribulados discípulos, aunque sus argumentos son tan o más baladíes que en entregas anteriores.

Aunque en este volumen se nota un mayor esmero en la sintaxis y en la construcción de los textos, la propuesta no aporta nada novedoso fuera de los consabidos clisés habituales en Dresel.

El rampante individualismo que convoca al lector a solucionar su vida con absoluta prescindencia de la sociedad que le rodea es el núcleo de un discurso omnipotente, típico de la cultura consumista.

«Lo que quiero para mi vida» es una nueva biblia del lucrativo género de autoayuda, destinada únicamente a los incondicionales del autor. *

(Editorial Planeta)

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