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La venganza de la Tierra

En «La venganza de la Tierra», el científico británico James Lovelock construye un ensayo de sesgo claramente admonitorio y testimonial, que advierte en torno al inminente peligro derivado del tan mentado cambio climático.

Como otros especialistas en esta materia que alimentan abundantemente el debate a nivel planetario, no es casual que Lovelock esté situado en el ojo de la tormenta.

El calentamiento global y sus múltiples variables generan permanentes controversias, derivadas de los dramáticos fenómenos que azotan a diversas regiones del mundo: endémicas sequías, terribles inundaciones y devastadores tornados y huracanes.

La guerra dialéctica entre científicos que sostienen la tesis del cambio climático y quienes pretenden minimizar lo evidente, ha cobrado una dimensión mediática permanente.

Sin embargo, mientras la humanidad observa absorta el carnaval de declaraciones y contradeclaraciones de foros internacionales o grupos de interés, las catástrofes se multiplican por doquier.

Un ejemplo muy concreto es lo que está sucediendo en nuestro Uruguay, que luego de padecer varios años de intensa sequía, pérdida de cultivos y severas restricciones energéticas, asiste actualmente a un otoño con precipitaciones que exceden claramente los registros habituales para la estación.

Las consecuencias están a la vista: tres departamentos en situación de emergencia, más de 12.000 evacuados, centenares de viviendas literalmente barridas por las aguas, cuantiosas pérdidas materiales y un daño irreparable a la economía nacional, que será atendido mediante la asistencia estatal y el sacrificio de todos los uruguayos.

Como siempre, las hipótesis se multiplican y estos desastres se atribuyen a la tan mentada «Corriente del Niño» o la «Niña», sin denunciar, como corresponde, a los verdaderos terroristas globales responsables del cambio climático.

Obviamente, la tragedia tiene la cara de muchos niños uruguayos, que, junto a sus familias, se han quedado sin hogar y lo perdieron todo. Sólo la solidaridad de este pueblo ejemplar los salvará de un infame destino y logrará minimizar su dolor.

Hace apenas un mes, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático pronosticó un crecimiento de las temperaturas de más de cuatro grados, a fines del corriente siglo.

Aunque los técnicos advirtieron que se requiere una rápida acción para limitar las emisiones de anhídrido carbónico, lo que parece claro es que los registros termométricos continuarán escalando y ello alterará el equilibrio económico y político del planeta.

Según se estima, como siempre, el drama afectará más a los países periféricos que a las sociedades altamente desarrolladas, cuya voracidad consumista es, en más de un sentido, el combustible que está recalentando al planeta.

Sin embargo, pese a estas apocalípticas advertencias, la potencia que más contamina y que produce el mayor volumen de gases de efecto invernadero, se niega tajantemente a adherir a los protocolos que proponen una razonable reducción del nivel de las emisiones.

El autor de este libro, James Lovelock, es una personalidad mundialmente reconocida y sus artículos, que suman más de dos centenares, constituyen auténticos referentes para buena parte de la comunidad científica.

Calificado como uno de los grandes pensadores de la era contemporánea, es, sin embargo, un personaje controvertido.

En efecto, pese a que en el pasado fue un acérrimo detractor de la carrera armamentista característica de la bipolaridad, ahora promueve el uso de la energía nuclear como recurso para minimizar el abuso de los combustibles fósiles y evitar que el sistema atmosférico llegue a un punto crítico sin retorno.

El investigador británico, que es miembro de la Royal Society desde 1974, es padre de la teoría de Gaia, que visualiza al planeta como un complejo sistema autorregulado.

Ha escrito tres libros en torno al tema y una autobiografía. En esas obras referentes, el estudioso condensa sus conocimientos teóricos, pero también su experiencia de campo en la investigación de fenómenos naturales de dimensión global.

En «La venganza de la Tierra», el eminente científico británico elabora un contundente alegato de sesgo cuasi apocalíptico, en el cual explica, entre otros conceptos, el complejo proceso de deterioro de la relación entre la especia humana y nuestro planeta.

Mediante un lenguaje claro y accesible para un nivel cultural medio que desestima eruditos academicismos, el autor relanza su conocida teoría de Gaia, la cual considera a la Tierra como un sistema vivo y autorregulado.

El investigador rechaza la habitual tesis de que el planeta es un mero habitáculo pasivo en el que conviven las formas de vida. En ese contexto, denuncia la irresponsable y despiadada explotación practicada por el ser humano a los recursos naturales, a niveles realmente intolerables.

El severo tono del autor no es la consecuencia de un mero compromiso romántico con la naturaleza, sino el fruto del más puro razonamiento acerca de las graves consecuencias de esa actividad predatoria.

Una de las mayores virtudes del autor es identificar el real y verdadero origen del grave problema que aqueja a la humanidad, que excede claramente los parámetros de la ciencia.

Más allá de admitir la multicausalidad del cambio climático, James Lovelock concentra sus cuestionamientos en el modelo de desarrollo nacido con la denominada revolución industrial y su desmesurada expansión en el último siglo.

En su muy respetable opinión, la clave reside en la supremacía de las fuerzas del mercado como articuladoras de la economía mundial, particularmente en lo que atañe a las sociedades altamente desarrolladas.

Aunque el autor no plantea su alegato en términos políticos, igualmente corrobora que el modelo de acumulación capitalista que hoy se expande en ancas de la impune unipolaridad, es el verdadero responsable de lo que está sucediendo.

El especialista concentra sus más severas críticas sobre la hipertrófica industrialización, en cuyo marco se practica una despiadada e irracional explotación de los recursos de la naturaleza y la fuerza de trabajo.

Si bien su cuestionamiento a la voraz operativa del mercado y del capital trasnacional no es ciertamente ideológico, el científico afirma que las actuales modalidades y estrategias de producción ya no resultan ambientalmente sustentables.

Incluso, desestima de plano la tesis de los mentados proyectos de desarrollo sostenible, que, a su juicio, ya no son aplicables al grave estado de deterioro de las condiciones ambientales globales.

El investigador fustiga ácidamente el discurso político dominante, afirmando que ­pese a los documentos y declaraciones­ la comunidad internacional ha avanzado muy poco en materia de mitigación del daño provocado por la emisión de gases de efecto invernadero.

En su opinión, esos pronunciamientos públicos sólo intentan ganar tiempo y apaciguar la ansiedad y las razonables demandas de las organizaciones ambientalistas.

Uno de los aspectos sin dudas más controvertidos de la tesis de este prestigioso científico británico es el relativo a un eventual cambio en la matriz energética.

Partiendo naturalmente del supuesto de que se debe erradicar paulatinamente la utilización de combustibles de origen fósil (petróleo), James Lovelock no comparte su sustitución mediante fuentes renovables convencionales.

Sorprendentemente, el autor propugna el desarrollo de la energía nuclear, considerando que el avance de las tecnologías de producción en esa materia ha reducido al mínimo los riesgos de eventual contaminación.

Aunque admite que se trata de un tema recurrentemente polémico, el autor sostiene su controvertida tesis en diversas fundamentaciones científicas.

En esta documentada obra, James Lovelock formula una severa advertencia, afirmando que si no se adoptan cruciales decisiones, la humanidad está
condenada a su inexorable extinción.

Mediante una completa batería de argumentos científicos de difícil refutación que no soslayan la crítica a determinadas actitudes y discursos políticos, el investigador explica los diversos componentes de un proceso de agudo deterioro ambiental tan dramático como aparentemente irreversible.

En ese marco, propone un radical cambio en el modelo de producción y hasta en las pautas de convivencia planetarias, con el propósito de recuperar la esperanza en el futuro. *

(Editorial Planeta)

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