El fantasista

Hernán Rivera Letelier, una de las plumas referentes de la literatura chilena contemporánea, nació en Talca en 1950.

Su recordada novela, «La Reina Isabel cantaba rancheras», fue premiada, en 1994, por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Es, sin dudas, una de las obras literarias de más vasta difusión de la narrativa trasandina reciente.

Dos años después, el escritor recibió un nuevo galardón por «Himno del ángel parado en una pata».

Asimismo, de su extensa producción sobresalen los siguientes títulos: «Fatamorgana de amor con banda de música» (1998), que fue galardonada con el Premio Municipal de Novela, el libro de cuentos «Donde mueren los valientes» (1999) y las novelas «Los trenes se van al purgatorio» (2000), «Santa María de las flores negras» (2002), «Canción para caminar sobre las aguas» (2004) y «Romance del duende que me escribe las novelas» (2005).

En esta oportunidad, Rivera Letelier vuelve a introducirnos en el cruel, hastioso pero al mismo tiempo mágico mundo de los pueblos mineros, retomando el ambiente árido e inhóspito de la salitrera Coya Sur, en la cual él mismo trabajó cuando era joven.

Si bien el talentoso autor chileno rescata la mejor tradición de la novela costumbrista latinoamericana, mostrando marcadas influencias de referentes como Juan Rulfo, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, posee un estilo inconfundible, en el cual la acción es lenta y por momentos morosa.

Sin embargo, como es habitual en la literatura del autor, la dinámica narrativa está expresada, particularmente, en la descripción y la densidad emocional de los personajes.

El renombrado escritor trasandino posee la inusual capacidad de trasmitir sensaciones e imágenes geográficas muy detalladas, valiéndose de sencillas pero atinadas metáforas.

Su lenguaje es claro pero contundente, y la voz de cada personaje es natural y verosímil. En ese contexto, el escritor otorga vida propia a sus protagonistas, remarcando y hasta amplificando sus singularidades, manías y hasta obsesiones.

Esa suerte de humanización de las criaturas literarias tan habitual en Rivera Letelier, permite una mejor asimilación e interpretación del lector.

La anécdota es, en esta oportunidad, el cierre del campamento minero de la salitrera Coya Sur. Ello supone la virtual amputación del pequeño enclave humano y social, arrasado por un presunto progreso tan ambiguo como demoledor.

La extinción de esa experiencia laboral y comunitaria tiene además otra connotación de tono simbólico: la disputa de un último partido de fútbol contra el eterno rival, el pueblo María Elena.

Hernán Rivera Letelier logra componer admirablemente el ambiente minero que tan bien conoce, poblándolo de personajes singulares, con sus virtudes y defectos a flor de piel.

Mediante una prosa llana pero aguda, siempre aplicando el humor en las situaciones más dramáticas como forma de que la narración no pierda fluidez, el escritor consigue entretener sin soslayar la sombría realidad de muchos pueblos pobres del continente.

En ese contexto, construye un mundo de singular riqueza, en el cual el fútbol es una religión y una especie de cuestión de honor, aunque jamás cae en lo grotesco ni en la sensiblería.

Al igual que en «La Reina Isabel cantaba rancheras», los personajes no tienen edad, ni rostro, sólo voz y sentimiento, gestos y miradas.

En «El fantasista», Hernán Rivera Letelier corrobora sus reconocidas cualidades de agudo retratista de la realidad, mediante un lenguaje crítico, potente y no exento de ironía. *

(Editorial Alfaguara)

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