ARTE

La geometría sensible en Juan de Andrés

La enorme exposición de Arte Madí organizada por María Lluïsa Borràs en Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en 1997, fue generosamente inclusiva y, en gran parte no cumplió su objetivo al no comprender la curadora (que tiene en su haber memorables muestras) la peculiaridad de esa corriente típicamente rioplatense, una de las más originales de la vanguardia histórica. Por eso, fue sorprendente la inclusión de varios artistas en el sector dedicado a España que poco o nada tenían que ver con los madistas. Entre ellos figuraba Juan de Andrés, pintor uruguayo radicado en Barcelona hace un cuarto de siglo, y otro argentino, Adolfo Estrada, que, desde principios de los sesenta vive en ese país, primero en Madrid donde amistó con Alberto Greco y luego en Barcelona. No fue de extrañar esas irregularidades en un catálogo desprolijo, con insuficiencias y errores variados.

No es la primera vez que Juan de Andrés (1941, Arévalo, Cerro Largo) exhibe sus obras en Montevideo. Pero nunca lo hizo con la contundencia actual en el Centro Cultural de España. Formado con los torresgarcianos Carlos Llanos y Daymán Antúnez revela, desde el vamos, esa procedencia, rápidamente soslayada por la afirmación de una geometría sensible que lo aproxima cierta época de Carmelo Arden Quin, y, por otro lado, a Estrada y Barcala, otro uruguayo que, como él, hizo sus mejores obras en el país de adopción.

Una sola obra parece acercarlo a los madistas y a uno de sus cofundadores: Verb amb fusta dentada, 1990, acrílico sobre madera entelada. Ubicada en el centro de la pared principal, es la que atrae de inmediato. Tiene, desde luego, el marco recortado, pero conserva la estabilidad de la estructura ortogonal, predominando el color negro en la mayor parte de la superficie, una materia trabajada y movida, con cavidades laterales y un marco dentado con rastros de vieja pintura. La personalidad de Juan de Andrés aparece en esas pequeñas y esenciales modificaciones o transgresiones al Arte Madí, al recurrir a fragmentos de obras ya elaboradas, al recurso matérico y lograr un tranquilo equilibrio en la composición que hacen al cuadro sumamente expresivo en su sugestivo magnetismo visual.

Las restantes numerosas obras (una veintena) obedecen a un sistema de representación diferente que las unifica en su refinado sentido del color, con predominio de exquisitas variaciones de ocres y ocres rojizos a negros intensos, el contrapunto de distintos soportes (pintura y tela, madera natural y entelada), con un virtuosismo de artesano y una sabiduría para incorporar los disímiles elementos hasta conseguir en una simple curvatura o el ahuecamiento una delicada inestabilidad, que se aleja de la verticalidad u horizontalidad de numerosas composiciones. En gran medida, su obra corre paralela a cierto período similar de Nelson Ramos.

La exposición lleva el título Arquitectura de la memoria y acaso Juan de Andrés recoge el legado de los maestros citados y de pintores catalanes que conoció, llevado a una síntesis de un clásico de la sensible geometría.

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