ARTE

Pintura, dibujo, instalación

Todo parece volver a la normalidad. Aún en la discrepancia, el visitante recorre un terreno conocido, familiar, de líneas y colores, sin tener que acudir a interpretaciones extensas e incomprensibles, aunque éstas persisten en divagantes textos.

 

Gerardo Mantero (MAC)

Acontecimientos mentales titula su muestra Gerardo Mantero en el Museo de Arte Contemporáneo. Hombre de múltiples facetas (gestor cultural, diseñador gráfico, editor de revistas, docente, ilustrador, estudió con Hilda López, Dumas Oroño, Guillermo Fernández, Héctor Conte y David Finkbeiner, maestros indiscutibles que orientaron su actividad y afirmaron sus recursos técnicos. En las numerosas unipersonales e intervenciones colectivas que realizó, impuso un estilo reconocible casi siempre relacionado con la abstracción y el tratamiento matérico, surcado de una caligrafía nerviosa. Desde la sala del MAC documenta esa diversidad, agregando, como ocurrió en el pasado, elementos figurativos. Se pueden distinguir tres series o propuestas dentro de la genérica y acaso discutible denominación de Acontecimientos mentales. Son cuadros fechados entre 2002 y 2006, un registro demasiado amplio para concitar la unidad de enfoque. Por un lado, Navegando en la incertidumbre, 2002, es una obra densamente material, de paleta baja, que sintetiza las preocupaciones del autor, con diferentes texturas y grafismos. Por otro, Los de arriba y los de abajo, 2005 y Un sueño azul, 2006, constituyen, en su formato más pequeño, la confluencia o el nexo entre ambas series: la abstracción, la riqueza cromática, las variaciones de la técnica mixta, y los pequeños personajes que dialogan en una feliz integración. La tercera serie, Me da sueño, 2006, Un hecho inesperado, 2006, apuesta francamente a la narrativa cuyo hilo anecdótico es el punto de partida para interpretaciones disímiles, surgidas de situaciones oníricas con rostros y composición similares, recreados con intención satírica que va más allá de lo que muestra.

 

Alejandro Palomeque (MEC)

Premiado en el 52º Premio Nacional de Artes Visuales con el «incentivo a la producción artística», Alejandro Palomeque, montevideano de 1959, con estudios en dibujo publicitario en UTU y en diversos talleres de decoración y arquitectura publicitaria, emigró a Mar del Plata, volvió al país en 2001 continuando con sus trabajos publicitarios. Ese interregno de sobrevivencia material se fragmentó al conocer a Carlos Capelán, ese talento uruguayo para las instalaciones. De la pintura hecha con solvencia y sensibilidad, de plurales significados, pasó a la instalación El banquete oriental. En el enorme espacio del Centro MEC, despliega trabajos volumétricos de reses colgadas realizadas en papel con arroz pegado en algunas partes, mientras en el piso dibuja y pinta grandes signos orientales del ying y el yang, y frascos con trozos de diferentes carnes en formol. La idea de contrastar, a través de la alimentación típica de dos sociedades «orientales», como símbolo de dos culturas, quizá como un aspecto de la globalización y la creciente invasión industrial de lejanos países, si bien de interés, en especial por la audacia de abandonar los rutinarios ejercicios de la mayoría de sus colegas, internarse en un tema que conduce a la reflexión. La concreción de la idea, empero, no está ejecutada con la contundencia formal, en especial si se recuerda que Ana Salcovsky , hace diez años hizo de las reses vacunas una impactante exhibición, luego transferida a Buenos Aires. Las obras de Palomeque son poco consistentes, esqueléticas, sin la necesaria agresión visual como objetos mientras el espacio se diluye en la decoración de referencias zen. Incluso el panel de participación no obedece al criterio sugestivo que dio, con atrapante convicción, Antoni Muntadas en el Centro Cultural de España, otro artista preocupado por incorporar la reflexión alimentaria en la civilización actual. De cualquier manera, Alejandro Palomeque es una personalidada tener en cuenta a partir de ahora.

 

Eduardo Fornasari (Sala Carlos F. Sáez)

Cosmogramas reúne dibujos recientes de Fornasari, referente histórico de los años sesenta y setenta junto a Hugo Longa. Ambos tienen en común, los estudios con Jorge Damiani, exhibir en la misma galería (Karlen Gugelmeier), la amistad en los agitados tiempos de la predictadura e inyectar en sus obras una fuerte dosis de sarcasmo y crítica a la conflictiva sociedad en transformación decisiva. De una tendencia al monstruosismo, de la furia expresionista que caracterizó a los dibujantes e ilustradores de la época, Eduardo Fornasari evitó el panfleto denunciatorio y se internó en profundidad por los recovecos de una afiebrada subjetividad herida por el entorno de violencia cotidiana.

Con una extensa producción como ilustrador e investigador, más tarde, en el dibujo digital de logrados efectos, vuelve al dibujo a tinta, utilizando diferente tipos de pluma, incluso de ganso, pero agregando el recurso de la computadora. Así, Cosmogramas es una restitución del acto de dibujar y de la infiltración de imágenes urticantes del pasado. Establece, como siempre, una relación erótica con el soporte y la violación de la blanca superficie puede surgir en cualquier arte, para llenarla parcialmente de puntos, rayas sobrepuestas y superpuestas, ondulaciones y repeticiones lineales que se agrupan en vorágine barroca, remolinos que estallan, se abren, se agitan, en un continuo desasosiego.

A veces, como el primer dibujo de la pared, a la entrada de la sala, el blanco del papel rivaliza con el despojamiento del negro dibujado, austero y sintético, que va adquiriendo en los restantes una complejidad creciente de lectura, donde se asoman, para los familiarizados con su producción anterior, pequeños rostros apocalípticos.

El virtuosismo transcurre con sobresaltos para el receptor, con un sistema enigmático de relaciones y alusiones que encadenan la mirada para el lento descifrar de cada obra. *

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje