Pablo Casacuberta, libro y exposición

Pablo Casacuberta, montevideano de 1969, debutó, apenas veinteañero, como escritor (Ahora le toca al elefante, 1990) seguido de de otros cinco, además de dirigir varios cortos y un largometraje e incursiones televisivas. Poco a poco amplió sus inquietudes hacia la fotografía, la composición musical y el dibujo. Esa vertiginosa y diversificada actividad parece ser uno de los signos de las recientes generaciones, insatisfechas con un único lenguaje, impulsadas a experimentar otros y en poco tiempo.

En el libro publicado por Zona Editorial que oficia de catálogo de la exposición, Casacuberta explica: «Yo no soy un sujeto contrario al estudio. Soy simplemente un sujeto que no tuvo una educación formal en pintura o en literatura. Estudié cine, tras muchos años de haber probado otras artes. Creo que estudiar aquello que a uno le gusta es una parte esencial de la investigación que uno puede hacer en un medio. Pero ocurre que me gustan muchas cosas, y no dispongo de tantas vidas como para destinar unos cuantos años a cada disciplina en particular. Si esta mañana me dijeran que voy a vivir doscientos años, me matricularía hoy mismo en el conservatorio», y más adelante agrega (…) : » Nunca he podido decir yo soy pintor, o yo soy escritor o fotógrafo o músico en forma exclusiva. Seguramente me estoy perdiendo alguna posibilidad de profundizar en una de esas áreas. Pero al optar por una en particular, me estarían privando de una cantidad de satisfacciones. Es verdad que no se puede hacer una obra significativa en cinco minutos. Pero es aún imposible hacer algo significativo en cero minutos. Si uno no se dedica a la fotografía en absoluto, es del todo imposible lograr algo en ese campo. En cambio, dedicándose un poco, uno tiene al menos alguna posibilidad de lograr resultados satisfactorios». (pp. 17/18).

Esa posición lo llevó a dibujar con la computadora, de utilizarla como soporte. El resultado de esa experimentación está presente en la sala principal del Centro Municipal de Exposiciones. Son numerosas obras de mediado y gran formato. El efecto es apabullante, abrumador. Sobre fondos de planos de color diferentes, despliega una narrativa que de inmediato remite a los grafiteros de los años sesenta y setenta, con personajes aislados elaborados con numerosos trazos sobrepuestos en barroca decisión ( El inmigrante, 2002, Saturno, 2003, Atom, 2005), o enfoca anécdotas de particulares contenidos ( Capullos de cerezo, 2005, El zócalo, 2001-07, El equipo forense, 2003-07, Piezas robadas, 2007) más despojados, en los que documenta hasta qué punto se divierte en la computadora, lanzando chorros de tinta, interviniendo fotografías, jugando con múltiples figuras en blanco y negro, un muestrario que, reproducido en gran tamaño, resulta repetido y agotador. El ejercicio parece mecánico, gobernado por la máquina, sin la inventiva propia de la mano, insustituible.

Los trabajos oscilan entre el dibujoy la pintura; sugieren la fisicidad de la materia pero en la impresión dibgital todo se uniformiza y, de cerca, el ojo del espectador comprueba la trampa visual que se le ofrece.

La computadora es un arma, pero como la fotografía de los tiempos pictóricos debe de encontrar (y hay oficiantes interesantes como Eduardo Fornasari) su lenguaje específico. Sin necesitar doscientos años, y aplacando la impaciencia, Pablo Casacuberta puede lograrlo.

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