Estreno. Obra escrita por John Patrick Shanley y dirigida por Mariana Wainstein

La duda, en el teatro Alianza Uruguay-EEUU

Shanley nunca condescendió a dar detalles sobre estos contratiempos. ¿Podría ser «La duda», donde el niño, que fue víctima o agente de la pedofilia, no aparece, una especie de «negativo» autobiográfico?

Dedicado a la dramaturgia, «La duda» («Doubt») fue su primer éxito en Broadway (2005). Esta pieza se vincula al ruidoso escándalo, a fines del año 2002, de los varios casos de pedofilia entre sacerdotes que enseñaban en la diócesis de Boston y escolares a su cargo. Esta parafilia involucra, casi necesariamente, el delito de violación; y la conducta del titular de la diócesis, el cardenal Bernard Law, que trató de aplacar la crisis con un benévolo traslado de los culpables, fue severamente juzgada y debió renunciar a su cargo. Siguieron unos 450 juicios civiles por indemnización de daños y perjuicios a las víctimas; la Iglesia Católica, presa de pánico ante la sola eventualidad de que aquello apareciera ante las enceguecedoras luces de un juzgado, transó todos los procesos extrajudicialmente mediante el pago de cientos de millones de dólares.

Cuando dos personas dicen lo mismo, no siempre dicen lo mismo; una cosa es «Doubt» en Broadway, a poco más de un año de aquellos estrepitosos sucesos, y otra es «La duda», estrenada en 2008 en Montevideo. Han existido algunos casos judiciales aislados: en uno de ellos, que puede leerse en «La Justicia Uruguaya», el «sujeto pasivo» era el sacerdote; la jueza, para la historia, ¡ordenó la reconstrucción del hecho! Lo cierto es que nunca se dio una serie tan alarmante de inconductas como la registrada en la diócesis de Boston. Consecuentemente, nos parece que en esta puesta en escena de Mariana Wainstein, la conducta de la superiora, que interpreta Susana Groisman, aparece más negativa que la del sospechoso sacerdote (Alvaro Armand Ugon). Creemos que su estado de ánimo un tanto inquisitorial podría justificarse un poco mejor si el espectador montevideano estuviera viviendo lo que vivía el espectador neoyorquino del año 2005. Al fin la monja admite que tenía dudas; y el autor, deliberadamente, coloca aquí y allá indicios contradictorios, como la conversación de la madre del niño con la superiora (la mejor escena de la pieza) o la ambigüedad de alguno de los sermones, en la cuenta del sacerdote, y las varias durezas de la superiora en su debe; pero el drama, con toda la fuerza de un genuino conflicto interior, ocurre en el alma de la superiora. Es la duda de Hamlet: la superiora debe decidir si cree o no en fantasmas. O la duda de Neoptolemo en «Filoctetes» de Sófocles: ¿debo cumplir mi deber hacia mis compañeros y con ello ganar la guerra de Troya o debo honrar la palabra empeñada?

La dirección de Mariana Wainstein hace fluir correctamente la acción, que habla por sí misma. Quizás sea una cuestión de gustos, pero encontramos en esta puesta en escena, como en muchas otras de nuestro medio, una nota general de excesiva sobriedad, diríamos de tibieza, en obras que despiden fuego. Nos parece ver en «La duda» una ausencia de contrastes, de cambios de ritmo, color y tono, que pudieron dotar a la obra de más emoción y profundo impacto.

La interpretación es uno de los méritos más destacables de la puesta en escena. Los protagonistas (Alvaro Armand Ugon y Susana Groisman) están impecables; Adriana Dos Reis realiza muy bien su breve escena y, al fin pero no menos, debemos decir nuestra especial satisfacción por el regreso a nuestras tablas de Ana Rosa, en una labor de tan intensa compenetración con su personaje que nos resultará difícil de olvidar.

 

LA DUDA, de John Patrick Shanley, con Susana Groisman, Alvaro Armand Ugon, Ana Rosa y Adriana Dos Reis. Escenografía de Alejandro Curzio, vestuario de Gerardo Bugarín, iluminación de Eduardo Guerrero, sonido de Leonardo Croatto, dirección de Mariana Wainstein. Estreno del 14 de febrero, teatro Alianza, sala 2.

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