Antonio Iglesias: Fue un constructor de caminos de entendimiento
Es difícil tratar de hilvanar conceptos, cuando hace tan pocas horas que nos enfrentamos a esta dura realidad.
Perdimos a un amigo, a uno de esos mitos vivientes que dedicó gran parte de su vida a defender con pasión al Carnaval. Con apenas ocho años de edad, armó su murga de niños, a la que bautizó como Diablos Verdes y a la que supo mantener a flote, desde aquel ya muy lejano 1939 hasta el presente, pasando por momentos muy aciagos pero, siempre fiel al compromiso asumido con su gente; por eso la bautizaron «la consecuente». Incluso, cuando la dictadura lo marginó a vivir en una celda por el único delito de abrazar un ideal, su murga siguió estando presente, sumada a otros títulos que enaltecieron al canto popular, soplando todos juntos para disipar los oscuros nubarrones que cubrían el firmamento, impidiendo ver el horizonte. Fue un firme impulsor de Daecpu, conduciéndola en auténticas encrucijadas, como cuando debieron asumir la administración del concurso de agrupaciones, que permanentemente era deficitario, para transformarlo en un proyecto viable del punto de vista económico, o como cuando debió tomar las riendas de la Institución, luego del retorno a la democracia, que se encontraba en un caos total en lo administrativo y prácticamente en bancarrota. Pero, también fue un hombre comprometido en lo social y lo político, un abanderado de la causa sindical y de las fuerzas progresistas, llevando a sus Diablos para actuar en una infinidad de beneficios, en las cárceles u organizando festivales para poder adquirir túnicas para los niños de La Teja.
Un amigo leal
En lo personal lo conocí a mediados de los ochenta, perdí la cuenta de las notas que le hice, e intercambiamos un montón de opiniones. En varias ocasiones tuvimos discusiones, porque Antonio tenía una personalidad muy fuerte, franco y directo para decir las cosas, le gustara o no a su interlocutor. Y así fue naciendo una amistad, que nos llevó a compartir, en numerosas ocasiones, extensas charlas, con un mate de por medio, siempre pensando en construir, en buscar caminos diferentes.
Así se gestó la idea de impulsar la utilización del sistema informático en el concurso; también recuerdo otra ocasión en que, durante una entrega de premios, lo encontré en el acceso a la boca del escenario muy molesto: «Esto en lugar de una ronda de triunfadores es una de lamentos. El año que viene, en lugar de esto, voy a proponer hacer una tercera rueda que también acumule puntaje para el resultado final.» Al año siguiente nacía la Liguilla, más allá que existan otras versiones sobre quien sugirió la idea. Pero, no sólo el Carnaval nos unía, también comulgamos sus ideas del cambio posible y, junto a un grupo de luchadores de todas las horas, nos embarcamos con Antonio como líder en la organización de aquel «cilindrazo», para reunir fondos destinados a las llegadas de compatriotas desde la Argentina sumando su voto en las elecciones del 99. Años más tarde, nos encontrábamos ab00ocados a la recolección de firmas para el plebiscito impulsado por la Federación de Ancap y veíamos que se acercaba la fecha límite y el objetivo estaba muy alejado. Decidimos impulsar otro gran espectáculo artístico, para provocar una movida y allí fuimos a buscar nuevamente a Antonio, para lograrlo, junto a Tomás Vera, Carlos Viana y Gabriel Méndez lo llevamos adelante, con el respaldo del PITCNT y, la movida tuvo resultado.
Antonio se fue de este mundo, aunque debe haberlo hecho en forma feliz, porque su vida tuvo sentido: Dejó una familia, su imagen intachable y realidades tangibles, fue un constructor de puentes de entendimiento, ¡vaya si hizo cosas! Cuando en el futuro, tengamos que acometer una nueva empresa, su tesón y su claridad conceptual nos seguirá acompañando, por todo lo que supo enseñarnos.
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