Hugo Nantes en el museo del Parque Rodó
La coordinación curatorial es de Ximena Oyanedel, Osvaldo Godoy, Eduardo Muñiz, Alejandro Albertti y Raquel Pontet. La muestra consiste en 40 esculturas y 30 pinturas realizadas hace varias décadas, algunas exhibidas en la bienal de San Pablo de 1985 y en otros centros culturales montevideanos, ahora reunidas y revisitadas para conocimiento de las nuevas generaciones.
Nacido en San José de Mayo, en 1934, Nantes estudió pintura en el Museo Departamental con Dumas Oroño y Edgardo Ribeiro, grabado con Adolfo Pastor en el Ienba, hizo viajes de estudio por Argentina, Brasil, Bolivia, Perú, Chile y, ya becado, por diversos países europeos. A mediados de la década del setenta elaboró una serie de esculturas, llamadas Esperpentos en Galería del Notariado, 1977, que siguió con nuevas obras, Chatarras en 1978, Alianza Cultural Uruguay-Estados Unidos, afirmándose en esa modalidad expresiva en sucesivas exposiciones y en diferentes lugares, incluso como participante del envío nacional a las bienales de San Pablo, Venecia, París y en el Museo Nacional de Artes Visuales, entre los distinguidos con el Premio Figari, 1998. Algunas piezas se pueden ver en permanencia en Galería del Notariado, Colección Engelman Ost, MAC, Edificio Libertad y MNAV. Trabajador incansable, su labor docente no le impidió realizar más de 300 exposiciones individuales y pergeñar miles de obras a lo largo de su existencia. Recibió numerosas distinciones por sus desempeño pictórico siguiendo la tradición paisajística y anecdótica, pero será por sus esculturas que adquirirá notoriedad y el reconocimiento de la crítica.
La escultura del siglo XX fue uno de los lenguajes que renovó más su repertorio formal y estético. A partir de las audacias de Rodin y su extraordinario monumento a Balzac, las anticipaciones expresionistas de Daumier, luego profundizadas por los alemanes (Barlach), los cubistas franceses (DuchampVillon, GaudierBrzeska) y los futuristas italianos (Boccioni), el genio de Picasso y los fetiches africanos, la escultura cambió radicalmente de signo, desechando los materiales nobles (mármol) e incorporando elementos insólitos de la vida cotidiana. Edward Kienholz representó el funk art, en el gusto por lo viscoso, lo grotesco, lo doliente, lo putrefacto, en ambientaciones o conjunto de obras de sarcásticas connotaciones sociales de gran energía y que no se han divulgado lo suficiente aunque su influencia ha sido notable. Son obras aisladas o agrupadas, construidas con materiales de desecho como lo hicieron los dadaístas y los neodadaístas con la intención demoledora de modificar los cánones estéticos tradicionales y la noción de belleza. Usando elementos heteróclitos encontrados al azar, inservibles y arrojados a la basura, esos artistas nacidos de los contrastes de las comunidades opulentas, elaboraron una estética del desperdicio y de la violencia. Hay una voluntad deliberada de agredir y asustar al espectador, al buen gusto de la burguesía para recorrer los senderos del horror y la abyección, de la sordidez y el feísmo registrando los detritos de la humanidad. La pobreza transformada en objeto de contemplación y acaso, de regocijo. Rozando la extravagancia, la broma o el regodeo infantil por el sobresalto, al ser llevadas al terreno de la imaginación plástica, despiertan una nueva visión e interpretación de la vida. De Marcel Duchamp a Joseph Beuys.
Con las esculturas, Nantes entró, de repente, en el área de la creación original, teniendo en cuenta los mencionados antecedentes. Concebidas durante los tiempos de la dictadura cívico-militar, sus personajes inventados apuntaban a referentes concretos y ubicables en la pesadilla de aberraciones que padeció la sociedad uruguaya durante once años, incorporando elementos de extracción popular.
Pintadas de negro, las esculturas de Nantes postulan una imaginería barroca y brutalista, con personajes de ampulosa teatralidad hechos de madera, chatarra, mallas metálicas, objetos rotos, clavos, alambres, resina y yeso ensamblados, en las antípodas de la hermosura. Son ásperas, hirsutas, se cargan de contenidos sarcásticos y denunciatorios, removedores de prejuicios de la rutinaria percepción estética. Son figuras que gritan, aúllan, declaman en un ritual emocionante. Rostros modelados con potente energía, de ferocidad caricaturesca, máscaras terribles y aterradoras, desvalidas y solitarias, con aire de lóbrega intemporalidad. Estarán ubicadas en el mismo lugar que hasta hace poco se presentaron los blanquísimos mármoles de Pablo Atchugarry.
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