Sarcástico. El libro, que ironiza a la burguesía, será distribuido el domingo con LA REPUBLICA

"La Casa Amarilla", de Korzeniak, su primer novela de ficción

Esta novela marca el debut del jurista y catedrático de derecho constitucional en el género narrativo.

En la presentacion, organizada por el diario La Republica, el director del matutino, Federico f<asano, explicara los motivos de la eleccion de esta obra , mientras el canciller Gonzalo Fernandez analizara su contenido, y el propio autor desgranara las ideas que lo lanzaron a la aventura literaria.

Cabe resaltar que «La Casa Amarilla» será distribuida el próximo domingo 3 de agosto, conjuntamente con la edición de LA REPUBLICA.

Como se sabe, el ex legislador cuenta con una nutrida producción de obras jurídicas de su especialidad que son referentes para colegas y estudiantes, la más reciente de las cuales es «La Constitución explicada y un poco de humor», que fue publicada el año pasado por el Grupo Editorial Planeta.

En ese libro, el autor explica e interpreta, artículo por artículo, la totalidad del contenido de nuestra Carta Magna, mediante un lenguaje sencillo y accesible al lector común.

Sin embargo, en el volumen ya aflora la primera aproximación de Korzeniak al formato de la narración literaria, en veintiún textos que él mismo bautizó como «Casicuentos».

«La Casa Amarilla» es una novela de humor rampante y desenfadado, que narra la desopilante historia de un grupo de pequeños burgueses que se proponen organizar, aunque parezca inverosímil, un congreso internacional de escatólogos.

El relato es una sátira costumbrista, que ensaya una irónica radiografía en torno a las frivolidades de la clase dominante, la cual vive ajena a la realidad y no sabe bien en qué gastar su dinero.

El escritor juega con la doble acepción del vocablo escatología, que, por un lado, refiere a los excrementos y, por otro, a la vida de ultratumba.

Aunque no se trata ciertamente de una novela política, hay sí una mirada sarcástica y por momentos hasta despiadada, en torno a los hábitos y las etologías de los más acaudalados.

Una de las mayores virtudes del debutante novelista es trabajar con el recurso del suspenso y lo inesperado. Incluso, el propio desenlace reserva una sorprendente vuelta de tuerca, que demuele deliberadamente las hipótesis del lector.

 

­¿Existe realmente la casa amarilla que aparece en el relato?

­Sí, existe. Es una casa antigua pintada de amarillo que yo veo desde que era niño, que está emplazada al costado de la carretera. Al estar siempre cerrada, siempre me suscitó una especie de intriga. Yo me imaginé muchas historias respecto a esa casa.

Cuando escribí mi último libro, que es «La Constitución explicada», allí añadí unos ‘casicuentos’ de humor. Esa fue mi primera incursión en el humor literario escrito.

Ese humor se aparta naturalmente del formato jurídico y del humor contado en rueda de amigos, que practico desde hace un buen tiempo.

 

­¿Cuáles son sus referentes desde el punto de vista literario?

­En materia de humor explosivo y desenfadado, admiro a Tom Sharpe, que realmente es muy bueno. Otro autor que admiro mucho pero que tiene un humor bastante cultural, es Aldous Huxley.

En materia de construcción gramatical, para mí un maestro fue Carlos Martínez Moreno. Yo conviví con él muchos años en México y realmente me tenía asombrado su gran dominio del idioma.

Confieso y así fue consignado en la contratapa de mi último libro, que me fascina el misterio de los finales abruptos de Horacio Quiroga, que, para mí, siempre fue un autor de referencia.

El otro autor que voy a mencionar es Jorge Luis Borges, que es, sin dudas, una estrella de la literatura, aunque como ser humano siempre fue una persona difícil. Borges tiene, en mi opinión, una gran maldad y una gracia literaria, que traduce como un maestro.

 

­¿Podría explicar su admiración por Huxley?

­El motivo por el cual a Aldous Huxley lo borraron en el Río de la Plata, me lo explicó precisamente Martínez Moreno. Sucede que se tomaba en broma a todas las ideologías políticas y también a la Iglesia Católica. Siempre se metía mucho con el poder.

­Usted se refería a la fineza en la escritura de Martínez Moreno. «La Casa Amarilla» es una novela muy bien resuelta desde el punto de vista narrativo y también divertida.

­Mi intención fue incorporar un humor en permanente aumento. En los primeros capítulos, el propósito es hacer sonreír, hasta terminar en un tono desopilante. No sé si lo logré, pero esa fue mi intención.

Lo que sí está muy claro es que me divertí mucho escribiendo la novela. Sentí esta experiencia no como un intervalo en mi vida política y jurídica, sino como una necesidad intelectual.

 

­Evidentemente, no se trata de un libro político. Sin embargo, es claramente una gran sátira a las costumbres de la burguesía.

­Tiene, sin dudas, un toque ideológico. El lado político del relato refiere a la pequeña burguesía no pudiente, que sueña con acumular riquezas para destinarlas a reírse.

Hay algunos momentos en que sienten el remordimiento de no destinar ese dinero a obras sociales. Sin embargo, esa idea política está muy opacada por el propio Carlos Marx.

 

­Es cierto. Hay una frase de Marx que usted incluye en la novela, que es todo un descubrimiento.

­Esa frase es una posdata de una carta enviada por Marx a Engels, que, desde el punto de vista literario, es realmente espectacular.

Refiriéndose a la emperatriz Eugenia, Marx dijo que padecía afición por los pedos, lo que intentó disimular con la equitación.

Cuando Bonaparte prohibió a las mujeres andar a caballo, todo se resolvía, según Marx, con sus ventosidades, que eran casi un murmullo (risas). Ese sentido de la ironía era una manera tremenda de atacar a la aristocracia europea de la época.

Esto me hizo recordar nuevamente a Martínez Moreno, quien confesó saber poco de la teoría económica de Marx, aunque afirmó que si Marx se hubiera dedicado a escribir novelas, hubiera sido un fenómeno.

 

­¿Qué expectativa tiene respecto a su libro?

­Más que expectativa, tengo un gran regocijo personal por haber podido escribir un texto de humor, como una especie de desahogo, más allá de lo jurídico y lo político. Me divertí mucho.

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