Arte

La pujante temporada porteña

Cada día los argentinos se despiertan con uno nuevo, de la larga dosis de escándalos y denuncias que, como una perla más de un collar interminable, enhebran desde hace meses. El fallo de la Corte Internacional de La Haya vino a tensar esa crispación permanente instalada en la sociedad del país. Quizá esa trama de gritos desaforados, superpuestos, opaca la recepción de una actividad artística tan numerosa como variada. Se advierte, sea por casualidad o no, en la escasa asistencia de público a museos y fundaciones por donde circulan propuestas de altísimo nivel.

El universo futurista (1909-36), magníficamente presentado en la Fundación Proa, en la Boca, proveniente del Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Trento y Rovereto (MART), Italia, arroja un renovado haz de luz sobre ese movimiento fundacional de la modernidad. Aún sin las obras claves divulgadas internacionalmente de los principales protagonistas, la muestra es por eso mismo más interesante al convocar artistas poco conocidos del secondo futurismo que recrean el clima convulsionado de entre guerras. Por su importancia, porque impone una nueva visión del futurismo y la indispensable lectura del gran catálogo, quedará para la semana próxima el análisis de la muestra. Desde ya, es indispensable visitarla.

 

La revista Martín Fierro

Como lo es, en otro aspecto, la exposición El periódico Martín Fierro, en las artes y en las letras (1924-1927), hospedada temporalmente en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Recoleta. La curadoría pertenece a Sergio Baur, historiador y diplomático, hábil instrumentador de la riquísima documentación (literaria, fílmica, pictórica, escultórica, arquitectónica) que potencia un período capital de la cultura argentina, el referido al punto de partida de la modernidad y la renovación encarnada en la revista Martín Fierro (origen del movimiento literario Florida), en paralelo a lo que significaron las revistas montevideanas «Teseo» y «La Pluma».

Situada en la década del veinte, también conocida como «los años locos», decisiva en ambas márgenes del Río de la Plata, la muestra intenta, y lo consigue en su mayor parte, ofrecer una mirada horizontal, incorporando rasgos epocales internacionales. Gigantografías de la calle Florida y la confitería Richmond, el lugar de los lugares donde durante medio siglo se reunían artistas e intelectuales, publicaciones otras (españolas y uruguayas como «Teseo»), cartas y manuscritos, películas nacionales y filmes famosos, arquitectura, pinturas (inevitable Pedro Figari), dibujos y grabados, distribuidos con imaginación. Martín Fierro no fue rupturista con el pasado y mantuvo una moderada vanguardia, desde el futurista Pettoruti (su Autorrretrato, 1918, anticipa magistralmente a Francis Bacon) a la sentimental figuración de Norah Borges, desde el gaugueniano Figari ( El beso) al grabador naturalista Adolfo Bellocq y los equívocos y las posturas ambigüas sobre el futurismo («Marinetti es quizás el ejemplo más célebre de esa categoría de escritores que viven de sus ocurrencias, y a quien rara vez se les ocurre algo», sentenció el joven Borges, colaborador habitual del periódico al regresar de España dejando atrás su experiencia ultraísta). El humor campea en las páginas y las burlas al pintor Quinquela Martín, escrito Kin­ke­la, en una nota donde se agravian de estar representados en el exterior por su obra. Por otro lado, adaptan sentencias del futurismo al escribir «Un buen Hispano Suizo es como una obra de arte mucho más perfecta que una silla de madera de la época de Luis XV».

«La finalización de la primera guerra mundial y la revolución soviética de 1917, produjeron planteamientos culturales que acompañaron al optimismo político y económico de los años venideros, promoviendo un clima de renovación en las artes y las letras», se lee, acertadamente, en un texto de pared, aunque la Escuela Uruguaya de Pintura como la llamaron los argentinos, o sea el planismo, fue más audaz y coherente en su conjunto, independientemente de las aisladas personalidades de Xul Solar o Pettoruti. Se agregan cuadros del acervo del museo (Gauguin, Picasso, Guttero, Thibon de Libián, Foujita, Lhote, Modigliani, Marie Laurencin, Carlo Carrà, Diego Rivera de la época cubista, varios excelentes figaris, entre otros), y películas ( Pimpollos rotos, 1919, de Griffith, que aún hoy resulta admirable como cine e interpretación de Lillian Gish, Naná, 1926, de Renoir, La rueda, 1923, de Abel Gance, La quimera del oro, 1925, de Chaplin, La marca del zorro, 1920, de Fred Niblo) pero faltan Entreacto, 1924, de René Clair o los experimentos Maya Deren que darían la otra faz, la más subversiva y vanguardista, del período. El catálogo, sin duda importante, no estaba pronto todavía.

 

Festejos del bicentenario

El bicentenario del nacimiento de la nación argentina es el tema obligatorio. Recorriendo realidades y utopías. En todos los aspectos. Con demoras y conflictos como en el Teatro Colón. La Casa del Bicentenario, en la calle Río Bamba, abrió con La mujer, 200 años de protagonismo, marcadamente política. Otras sutilezas recorren Menos tiempo que lugar, el arte de la independencia, en el Palais de Glace, un título en parte perteneciente a Mario Benedetti. Organizada por el alemán­brasileño Alfons Hug (el año pasado estuvo en Montevideo con Inclemencia del tiempo, en Subte Municipal), obedece a su criterio, siempre discutible, de selección de autores y obras que rara vez encajan en las preocupaciones temáticas que se propone. Eligió artistas e intelectuales de diferentes países que han indagado América Latina, visitando ciudades chicas y grandes, lugares cercanos y remotos, para celebrar los 200 años de independencia o emancipación latinoamericana. Fotografías, siempre hermosas, y videos pasean una mirada por momentos incisiva. Pablo Cardoso, ecuatoriano, construye un panel de 40 cuadros al acrílico y 40 placas de piedra andesita, en alusión a la tragedia de Haití, primer país latinoamericano que proclamó la independencia, y a La Citadelle, fortaleza construida a pruncipios del siglo XIX por 20 mil esclavos negros, la argentina Leticia El Halli Obeid propone la copia a mano de la Carta de Jamaica, de Simón Bolívar, en un tren en movediza marcha donde los ideales bolivarianos aparecen alterados por la realidad que atraviesa el recorrido. El único uruguayo elegido, Martín Sastre, dominando plenamente los recursos técnicos, baila un tango con un doble de Barak Obama encontrado en España, en la enorme terraza del Museo Reina Sofía, en sucesivos gestos de atracción y posesión, mientras sobrepone breves leyendas de acciones bélicas hasta el estallido de una tercera guerra mundial, en seis minutos muy disfrutables. Las hermosísimas imágenes del chileno Gianfranco Foschino enfoca el lento desprendimiento de un glaciar o el registro de una comunidad amazónica del brasileño Neville d´Almeida. Formas sugestivas en un montaje atractivo que invitan a la reflexión sobre diversos aspectos del continente.

Entre las utopías del bicentenario, Nicolás García Uriburu tiñó de verde las aguas del Riachuelo, ese centro de contaminación ambiental donde todos los planes de recuperación parecen estrellarse. Más sorprendente es el proyecto de Alberto Passolini, argentino de 1968, con Malona!, inspirado en el cuadro La vuelta del malón, 1892, de Angel della Valle y la lectura de La cautiva de Esteban Echeverría, para invertir la saga romántica y poner a morochas amazonas raptando a un rubio adolescente, entre otros cuadros de la misma estirpe que se desmoronan por la incapacidad de dibujar aún en los parámetros de diferentes escala que adopta. Curiosamente, la historiadora Laura Malossetti, de memorables curadorías, ofrece un prólogo, y el propio Malba, acepta este equívoco.

En el Malba también se puede ver Caminos de la vanguardia cubana, a cargo de la curadora Lliliam Llanes. O bien hay que redefinir lo que se entiende por vanguardia o cada país lo entiende de manera distinta. A excepción de Wifredo Lam, en los años 40, cuando se desprendía de la influencia picassiana, en parte Amelia Peláez, el fotógrafo José Manuel Acosta y las tapas de revistas muy Art Déco, la exposición es una desilusión, de interés estrictamente local. En rigor, la vanguardia cubana, conocida en la segunda bienal de San Pablo, tuvo interés a partir del cincuenta. Sería bueno confrontar con lo que sucedía en Uruguay en la misma época. Un abismo.

Con Otaku (del japonés, persona fanática de algún hobby) la Fundación Klemm da cabida a un núcleo de jóvenes capitaneados por la curadora Patricia Rizzo. Partiendo de la correntada estética de moda, el animé y el manga, ocho imaginativos talentos (Maximiliano Aduki, Ernesto Arellano, Fabián Bercic, Martín Di Paola, Flavia da Rin, Estanislao Florido, Sebastián Guajardo, Mercedes Vásquez ) recrean con audacia formal y técnica perfecta los personajes de las historietas japonesas en esculturas (cerámica, resina poliester), pintura, fotografía intervenida, animación digital o papel picado a punzón sobre papel, en explosivo cromatismo de contagiante energía. La mayoría frecuentan las galerías de San Telmo y Soho Palermo, circuitos propios de los artistas emergentes. En frente, Crónicas eventuales, del minimalista Jorge Machi, en su refinado humor, conquistan al visitante de la galería Ruth Benzacar.

Por último, hay que destacar los Premios Mamba­Fundación Telefónica, en Arte y nuevas tecnologías, con videos, videoinstalaciones, instalaciones e instalaciones interactivas que no apabullan con los recursos técnicos, aunque existen, sino que apuestan a la comprensión de la imagen y las ideas.

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