Arte

El sonido y la furia futuristas

El Universo Futurista (1909-36), proviene, en su mayor parte, de la colección del Museo d´Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto (MART), Italia, y curadoría de Gabriella Belli, directora del MART, sobre una idea y proyecto de la Fundación Proa y su presidenta Adriana Rosenberg.

Pocas veces una exposición colectiva y, en especial, de un movimiento de las vanguardias históricas del siglo XX, ha resultado tan seductor y convincente como El Universo Futurista. Al recorrer las cuatro áreas en que se divide la muestra en la planta baja, el visitante, aún el más experimentado, tiene la sensación de que los futuristas inventaron todas las posibilidades técnicas y expresivas en las más diversas disciplinas artísticas :pintura, dibujo, arquitectura, escultura, música, teatro, danza, escenografía, literatura, fotografía, cine, moda, cocina, tipografía y medios de comunicación. Nada les fue ajeno en su intento, avant­la­lettre, de globalizar un movimiento estético.

Filippo Tommaso Marinetti, fundador e ideólogo del futurismo, quiso ser «la cafeína del mundo» y durante la segunda y tercera década del siglo pasado, lo consiguió. O casi. El primer manifiesto, redactado en 1908, fue publicado en «Le Figaro de París» en 1909. Como un profeta laico del apocalípsis, Marinetti exaltó el peligro, la energía, la temeridad, la audacia, la rebeldía, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso, la bofetada, el puñetazo, la belleza de la velocidad, glorificó la guerra ­única higiene del mundo­, el militarismo, el patriotismo, el ademán destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio de la mujer, las grandes multitudes en las capitales modernas, las fábricas, los puentes, las locomotoras, los aeroplanos, la violencia derrocadora e incendiaria para librar a Italia de la gangrena de profesores, arqueólogos, cicerones y anticuarios, para desembarazarla de los innumerables museos que la cubren de cementerios, públicos dormitorios donde se duerme para siempre junto a seres odiados o desconocidos, e incitando a quemar las bibliotecas e inundar los museos con el agua de los ríos. Esta andanada destructiva fue seguida de trece manifiestos más (de pintores, técnico de la pintura, dramaturgia, de la mujer, escultura, literatura, ruidos, arquitectura, vestimenta, cine, danza y fotografía) en el tono panfletario, como no tuvo en ningún otro movimiento estético. Esas ideas incendiarias hay que contextualizarlas en una Italia atrasada, pobre y conservadora que vivía de las glorias del formidable pasado pero incapaz de renovarse.

La explosiva retórica no siempre acompañó a las obras. Y las contradicciones fueron sublimes. Abominaron del pasado pero se nutrieron de él, del más cercano (impresionismo, posimpresionsmo, divisionismo, las fotografías secuenciales de Muybridge y Marey), del período clásico griego (Boccioni en su famosa escultura homenajeó a la Victoria de Samotracia), pidieron préstamo al expresionismo y sobre todo al cubismo. Es cierto, introdujeron variaciones fundamentales y originales: al plano sobrepuesto o yuxtapuesto del cubismo lo reemplazaron por la interpenetración de planos para intentar la síntesis de tiempo, lugar, forma y color, la dinámica del objeto y las transformaciones del objeto en contacto con el medio ambiente (la idea del objeto­ambiente), un espacio estructurado mediante líneas­fuerza, escuchando la dinámica de la vida misma.

También anticiparon el dadaísmo, el maquinismo, la posmodernidad, la performance, la poesía visual y Jiri Kolar (Fortunato Depero, poema con la máquina de escribir), la escultura en metal de Calder (Tullio Crali), los retorcimientos de Bacon (Giannetto Malmerendi), idea que en 1918 retomará con mayor enjundia Pettoruti en Autorretrato, como se puede ver en la muestra Periódico Martín Fierro del Museo Nacional de Bellas Artes. E introdujeron, con las palabras en libertad, una gráfica y una escritura innovadoras, alteraciones sintácticas, así como las arriesgadas formas arquitectónicas, y hasta el arte culinario de Ferrán Adriá contribuyeron con las publicitadas y barullentas visitas de Marinetti a diferentes países y su operática actuación como conferencista en teatros (inclusive Brasil, Argentina y Uruguay, en 1926 y 1936), a la emergencia del irradiantismo ruso de Larionov y Goncharova, el orfismo de Delaunay, el vorticismo inglés de Wyndham Lewis, el vibracionismo de Barradas en España, el futurismo portugués de Almada Negreiros y el argentino Emilio Pettoruti, quien se proyectaría en el uruguayo José P. Costigliolo. Adoradores de la vida moderna, de los cambios permanentes se proyectaron, urbi et orbi, hacia el futuro. Aún hoy, el futurismo es sinónimo popular de audacia, extravagancia y experimentación.

El Universo Futurista es una muestra que deja un legado formidable. Con un encomiable carácter didáctico (en los esclarecedores videos documentales, textos de pared), el guión curatorial persigue a través de más de 240 trabajos de artistas poco divulgados en los clásicos libros y catálogos publicados para recrear la historia del movimiento en las obras de Giacomo Balla, Luigi Russolo (reconstrucción de los instrumentos Intonarumori o ruidismo musical), Gino Severini, Gianetto Malmerendi, Roberto Baldessari, Leonardo Dudreville, Fortunato Depero (con numerosas obras y anticipadoras propuestas de poesía visual), Tullio Crali (revelación del segundo futurismo), Enrico Prampolini (con varios excelentes cuadros), Gerardo Dottori, Ardengo Soffici, Pettoruti, Tato y el propio Marinetti con Parole in libertà. Revolucionaron la casi totalidad de los componentes culturales epocales, realmente. Y el visitante asiste atónito al verificar el enorme caudal de vitalidad e imaginación que recorren todas las imágenes. El catálogo registra las obras presentadas y una riquísima documentación.

Pero como sucedió en la megamuestra Futurismo y futurismos, 1986, en la inauguración del rediseñado veneciano Palazzo Grassi por Gae Aulenti, dirigido por el eminente Pontus Hulten (con dos monoplanos colgados del techo y una simbólica Bugatti a la entrada del canal), se soslaya las relaciones del futurismo y el fascismo, el arte y la política. Un tema urticante, todavía de asignatura pendiente, de fuerte actualidad y merecedor de un debate. Marinetti, invitado por Mussolini participó en Milán en la Fundación de los Fascios de Combate y fue nombrado, junto al futuro Duce, miembro de la Comisión Nacional de Propaganda e Imprenta, en 1919; académico en Italia en 1929 y voluntario en la invasión a Etiopía. Por una de esas trágicas ironías del destino, Boccioni y Sant´ Elía, los mayores talentos del futurismo, luego de adherir al acto bélico como higiene del mundo, murieron jóvenes en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

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